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Marzo 10, 2019 18:48 hrs.

Fernando Irala › tabloiderevista.com

Política ›


Cien días cumplió este domingo el Presidente de la República en el poder, y el tema está presente en el ambiente político nacional.
Desde que los gobiernos empezaron a apoyarse para su desempeño en la propaganda, todo inicio de régimen se enfrenta al hándicap de sus primeros cien días.
No es que se pueda hacer mucho en ese lapso. Es que la energía y los planes del nuevo gobierno deben sentirse al grado de que la ciudadanía perciba que vive ya otro momento, por supuesto positivo.
Es también que a los cien días las emociones de un cambio político tienden a esfumarse y el raciocinio a manifestarse. Es, dice la comparación trillada, el fin de la luna de miel.
Tal vez por ello el régimen actual no ha hecho mayor alharaca con ese balance primario. Más bien la costumbre social y los medios de comunicación han hecho de la referencia obligación.
Es que, en realidad, para tratarse de la cuarta transformación en la historia nacional, el recuento es bastante magro, sobre todo si se trata –diría Monsiváis-- de documentar el optimismo.
Hay, en cambio, muchos muertos amontonados. No me refiero a las ejecuciones que en el primer trimestre de la Administración han seguido acumulándose y rompiendo marcas, incluso en la región más transparente. Tampoco a los fallecidos en Tlahuelilpan, resultado de una combinación de factores: la impune actividad de las bandas que roban combustible, la inacción de las autoridades y la ambición irresponsable de quienes cambiaron su vida por un par de bidones de ’huachicol’.
No. Me refiero a muertos simbólicos, emblemáticos: el aeropuerto de Texcoco, el tren a Toluca, el proyecto inmobiliario cercano a Santa Fe, los pueblos mágicos, eventos deportivos de primera magnitud como la Fórmula 1, programas sociales como el de estancias infantiles, el llamado Prospera --durante muchos años referencia mundial—o los comedores comunitarios.
Además de fallecidos hay mal heridos, como el apoyo a refugios de mujeres, las cifras de empleo, el pronóstico de crecimiento, la autonomía y el presupuesto de los organismos paraestatales –incluida la UNAM--, diversos proyectos culturales, la formación de científicos, entre otros.
Entre lo positivo, que ya no se roban tanto la gasolina, aunque eso sí, en diversos lugares todavía escasea, y en todo el país está cada vez más cara. De gasolinazos mejor ni hablamos.

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