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Agosto 30, 2019 15:19 hrs.

Enrique Ortiz García › guerrerohabla.com

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Enrique Ortiz García

Tlahtoani Cuauhtemoc

Los capitalinos durante más de 500 años, nos hemos enfrentado al problema de las inundaciones.

Incluso los antiguos mexicas que fundaron su ciudad en 1325 sabían las consecuencias de construir Tenochtitlán en un islote en medio del lago de Tezcuco, por lo que realizar una gran cantidad de obras para poder controlar los niveles de las aguas y de esta forma evitar inundaciones.


Realizaron albarradones (en 1449 Nezahualcóyotl diseñó un gigantesco albarradón de siete metros de grosor y 16 kilómetros de largo para evitar inundaciones en la gran Tenochtitlán) en la parte oriental del lago de Tezcuco, así como calzadas que unieron la isla de Tenochtitlán-Tlatelolco con tierra firme.

Estas calzadas, por las que podían avanzar paralelamente ocho caballos al mismo tiempo (Bernal Díaz del Castillo), también servían como diques de contención de las aguas. A pesar de los grandes esfuerzos que realizaron los mexicas para evitar inundaciones, en 1502 el Huey Tlahtoani Ahuizotl mandó construir un nuevo acueducto para surtir de agua la capital mexica, trayendo el agua desde ’El lugar de los coyotes’, el altepetl de Coyoacán.

Al parecer los arquitectos mexicas no consideraron la fuerza con que manaba el agua de los manantiales de este lugar ya que cuando el agua empezó a llegar a Tenochtitlán fue imposible parar su flujo por lo que se inundó la capital tenochca.

Incluso hay fuentes que dicen que Ahuizotl al ver la cantidad de agua que entraba a su palacio trató de escapar, sin embargo en su huída se golpeó la cabeza con un dintel causándole la muerte. Tomó varios días en que se pudiera interrumpir el flujo de agua y aún más para que el famoso acueducto mexica que provenía de Coyoacán pudiera funcionar y dotar de agua de manantial a la inmensa población de Tenochtitlán.

La capital mexica construida en medio del lago de Texcoco. Al fondo se ve el albarradón de Nezahualcóyotl.

La capital mexica construida en medio del lago de Texcoco. Al fondo se ve el albarradón de Nezahualcóyotl.


Después de haber comentado este antecedente, podemos enfocarnos en la peor inundación que ha sufrido la Ciudad de México, la que ocurrió el 20 de septiembre de 1629 (algunas fuentes citan que fue el 21 del mismo mes), la famosa ’Noche de San Mateo’.

Durante 36 horas no paró la lluvia, inundando la hermosa y esplendorosa ’capital de españoles’, así como los barrios humildes donde se asentaban los indígenas: Tlatelolco, San Juan Moyotla entre otros.

En algunos lugares el agua superó los dos metros de altura, destruyendo las pobres casas hechas de adobes de los indígenas, afectando seriamente la cimentación de las mansiones y palacetes que habían construido los descendientes de los conquistadores y otros peninsulares.

Lo peor de este evento fue su duración, desde septiembre de 1629 hasta 1634 las aguas cubrieron las calles y callejones de la ciudad más hermosa de América, al grado que se colocaban andamios en las intersecciones de las calles para que las personas pudieran transitar.

También se utilizaron canoas para entrar y salir de la ciudad, como sucedió durante el apogeo de la ciudad mexica. Se estima que durante el primer año de la inundación murieron 30 mil personas, en su mayoría personas de bajos recursos, indígenas y mestizos, que vivían en los barrios ubicados en la periferia de la Ciudad de México.

Algunas de las víctima ’ilustres’ que perecieron durante la inundación, o como consecuencia del evento, se encontraba el corregidor de la ciudad, Don Francisco Enríquez Dávila, Inés Pacheco de la Cueva, hija del Virrey quien falleció en julio de 1631, y el profesor de teología Alonso Muñoz. De acuerdo a un dato aportado por Serge Gruzinski, de las 340 tabernas que existían en la ciudad solamente siguieron funcionando 27 después de la terrible inundación.

Fray Alonso Franco, un testigo del terrible suceso, dijo que ’la ciudad se cubrió de un mar de agua que obligó a los vecinos españoles a refugiarse en los pisos altos y que las casuchas humildes incapaces de resistir se derrumbaron y se deshicieron en el agua’.

El Virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, Marqués de Cerralvo pidió prestados seis mil pesos para comprar y posteriormente repartir alimentos entre los que habían perdido todo, desde su casa hasta su cosecha. Se improvisaron seis hospitales para atender a los enfermos y las grandes órdenes religiosas se volcaron a las calles, o mejor dicho acequias, para atender a los enfermos, heridos, moribundos y hambrientos.

Las misas se llevaron a cabo en las azoteas de las casas que aún se mantenían en pie, ya que la mayoría de los templos se encontraban inundados y habían cerrado sus puertas porque tampoco podían solicitar limosnas.

Incluso el arzobispo Francisco Manzo y Zúñiga realizó una procesión conformada de más de 200 canoas con la milagrosa tilma de la Virgen de Guadalupe, a quien pedía que intercediera por la ciudad para que las aguas finalmente se disiparan. Los cadáveres se transportaban en canoas a las afueras de la ciudad para ser enterrados en tierra firme para evitar que las aguas los volvieran a sacar de sus tumbas.

Muchas personas abandonaron la ciudad, sin embargo la actividad prosiguió en sus calles con multitud de canoas transportando alimentos y mercancías por las calles. También se aceleraron la construcción de puentes y desniveles para que las personas que no contaban con canoas pudieran trasladarse de un lugar a otro.

El Virrey que enfrentó la inundación de 1629, el Marqués de Cerralvo.


Durante estos días se dio un apasionado debate entre las autoridades y los nobles de la ciudad, incluido el Virrey y el cabildo, donde se consideró la posibilidad de cambiar la capital de lugar y establecerla en las cumbres de Tacubaya, o cerca de Tacuba, incluso en Coyoacán, sin embargo el costo de empezar desde cero era mucho mayor al de reconstrucción y realizar las reparaciones necesarias.

Con sus decisiones condenaron a los ’capitalinos del futuro’ a seguir padeciendo de las inundaciones que nos trae cada temporada de lluvia. Incluso el 2do Virrey de la Nueva España, Luis de Velasco, le escribió al monarca Felipe II ’que no se podía haber elegido un sitio peor y que era un error no construir la ciudad a una o dos leguas de distancia sobre terreno duro y seguro’.

Solamente una zona alrededor de la Plaza de Armas permaneció seca, por lo que una gran cantidad de perros callejeros ’se mudaron’ al lugar, por lo que se llamó la ’isla de los perros’.

El escritor Miguel Alemán Velasco retomó el nombre para su novela en la cual narra las andanzas del español Alonso de Ávila, esta familia sin fortuna que acabó pagando caro la amistad que tuvieron con el hijo del conquistador Hernán Cortés, Martín, durante la conjura para hacerse con el poder.

Cabe mencionar que durante el inicio del siglo XVII se presentaron al menos 5 inundaciones de importancia en la Ciudad de México. En un artículo de Richard Everett Boyer, menciona que 1604,1607, 1615, 1623 y 1627 ya las aguas habían cubierto las calles de la capital novohispana, pero nunca tan grave como en 1629. Era evidente que los hispanos habían roto el frágil equilibrio que habían logrado los grupos nahuas entre las aguas y su ciudad fundada en un ambiente lacustre. La tala inmoderada para obtener una mayor cantidad de tierras para el cultivo, así como para el pastoreo de diferentes tipos de ganado habían erosionado la tierra, causando que la derrumbes de tierra y lodo llenaran poco a poco los lagos y por consecuencia subiera el nivel de las aguas.

A esto habría que agregar que también se desecaron la gran mayoría de acequías y canales que existían en Tenochtitlán y Tlatelolco. Por esta razón a partir de 1555 se comenzó a debatir sobre como solucionar las constantes inundaciones, y se ideó realizar un gran desagüe para ir drenando los lagos de la Cuenca de México.

Esta obra monumental le fue asignada al ingeniero, cosmógrafo, escritor e impresor: Enrico Martínez, quien a partir de 1607 inició el gran canal de Huehuetoca con el fin de drenar el lago de de Zumpango e interceptando el río de Cuauhtitlán para canalizar sus aguas al Golfo de México.

Al drenar este cuerpo de agua se esperaba que bajara el nivel de las aguas de los lagos de Tezcuco y Xaltocan y evitar inundaciones. Después de diez meses se concluyó la primera etapa del canal, el cual tenía una longitud de 12 kilómetros.

A pesar de la felicidad del Virrey por el rápido avance, algunos estudiosos como el holandés Adrián Boot aseveraron que dicho canal no serviría para vaciar los lagos, por lo que ante la lluvia de críticas se realizaron varias modificaciones.

Para 1627 las lluvias habían incrementado su fuerza y estaban afectando gravemente las poblaciones ’de indios’ de la periferia de la Ciudad de México, al mismo tiempo que el canal de Huehuetoca seguía con modificaciones o en largos periodos de tiempo sin funcionar.

Ante la crecida de aguas de 1627 y 1628, Enrico Martínez tomó la decisión de cegar y proteger la entrada del gran desagüe debido a que las modificaciones aún no estaban listas y la fuerza del agua podía colapsarlo completamente. Por lo que para 1629 el famoso proyecto que llevaba más de 22 no estaba funcionando, ni aliviando la presión de las aguas sobre la capital novohispana. A pesar de esto, el canal o desagüe de Huehuetoca se vió gravemente dañado e inutilizado.

Copia del mapa realizado por Enrico Martínez del siglo XVII. En el lado inferior izquierdo se ve la obra del desagüe que inició su construcción en 1607.

Copia del mapa realizado por Enrico Martínez del siglo XVII. En el lado inferior izquierdo se ve la obra del desagüe que inició su construcción en 1607.


No sería hasta 1634 que las aguas se retirarían de las ciudad y empezaría el lento y tortuoso proceso de reconstrucción.

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1629, la gran inundación en la CDMX

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