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Septiembre 08, 2019 15:27 hrs.

José García Sánchez › diarioalmomento.com

Política ›


La universidad que se denomine así tiene la obligación de ser universal, y en ella hay cabida para todos, de las diferentes corrientes de ideas, sin importar si son mayorías o minorías. Todos deben ser no sólo aceptados sino bienvenidos.



De ahí que la visita de personajes que se identifiquen con alguna corriente ideológica diferente a la de quienes estudian en esa universidad debe ser motivo de entusiasmo, aunque provoque el descontento de algunos o de muchos. En la diversidad está la propuesta de las minorías que pueden crecer hasta convertirse en mayorías, así es la democracia de milagrosa y la universidad de incluyente.



Cuando se sabe que unos encapuchados se negaron a recibir a Ricardo Anaya, ex candidato el PAN a la Presidencia de la República, significa que el rechazo es de parte de un grupo anónimo de personas, que no por ocultar su rostro puede ser minoritario; sin embargo, el anonimato puede causar identificación con las mayorías, se trata de un ente vacío donde cada quien puede escribir su nombre.



La ventaja del anonimato, que no necesariamente acusa cobardía, es que cualquiera de los muchos millones que somos puede inscribirse en esa tendencia ideológica o de ideas, por descabellada que parezca.



El anonimato es como una hoja en blanco que puede ser ocupada por nuestra fotografía o simplemente arrancada del libro. Se abre como convocatoria a la identificación de la gente.



Nadie debe cerrar el paso a quienes no piensan como nosotros, pero sí debe hacerse conciencia acerca del peligro que los estudiantes pueden correr con un catedrático que no conoce la historia, pero no sólo eso inventa una relamida que sólo ocurre en su ente, siempre y cuando ese producto de la fantasía personal favorezca su objetivo.



Entonces el riesgo crece y el seminario en donde debe trabajar, se invalida con personajes de esa índole.



Los debates fueron el gran foro del joven maravilla del PAN, quien lo mismo mostró un libro sólo con la portada y las hojas en blanco que un costal nuevo, donde aseguró que era la maleta de un migrante cuya versión de los avatares de quienes cambian de país.



También en ese espectáculo de magia presentó encuestas, tablas, estadísticas que nada tenían que ver con la verdad, ante este antecedente poco podrán esperar los estudiantes de un catedrático como Ricardo Anaya, y con capucha o sin ella, tienen la obligación, y no sólo el derecho, a negarle que imparta clases.



Permitirlo es como si le abrieran las aulas de postgrado al Loco Valdés, a Beto el Boticario o al Mago Frank, quienes seguramente harían un mejor papel que el ex candidato. Porque se corre el riesgo de decir que Bolsonaro es de Querétaro y es su paisano y amigo, o que Iván Luque es panista o Mauricio Macri va ganar el premio Nobel de Economía.



El PAN es la segunda fuerza electoral, nadie puede negarlo. Pero la diferencia entre el primero y el segundo lugares en el número votos implica, como cuando se declaran desiertos los premios y reconocimientos de la academia, que el segundo, el tercero y el cuarto lugar en los comicios del 1 de julio no se llenaron. No hay méritos para otorgar el número dos, tres y cuatro en las eleciones del 1 de julio del año pasado, por falta de méritos, y el que quedo en quinto lugar, dice ser el del segundo.



Esos son los peligros académicos de un hombrecillo que no pudo ser ni siquiera candidato ya hora intenta ser un catedrático, con un costal de mentiras al hombro.

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Anaya en clases

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