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Octubre 08, 2014 08:35 hrs.

Gregorio Ortega Molina/ › todotexcoco.com

Periodismo ›


Si lo ocurrido en San Fernando, Tamaulipas, fue una tragedia, lo que todavía sucede en Iguala es una barbarie, en la que el primer responsable es Ángel Heladio Aguirre Rivero, a quien alcanzó la maldición de “El Tigre de Huitzuco”. Los hechos de Aguas Blancas palidecen ante la entrega de los estudiantes, por policías, a sus verdugos. La instrucción para hacerlo sólo pudo surgir en la sede del gobierno estatal.

Los detalles, dados a conocer en las notas informativas, indican, según La Jornada, que “un policía ministerial de uno de los puestos de control confirmó que es un campo extenso; < Pareciera como si les hubieran prendido fuego antes o después de matarlos>>.

El texto de antier de Carlos Ferreyra expresa que el horror superó el temple de periodistas veteranos como él. Hubo desollamiento y, con toda certeza, una breve pero intensa tortura; después el fuego purificador, tratamiento a los estudiantes de la normal de Ayotzinapa que sólo pudo habérsele ocurrido a alguien con debilidad etílica.

Las explicaciones ofrecidas por las autoridades de la procuración de justicia de Guerrero, en su confusión muestran que hacen y harán un denodado esfuerzo por proteger al gobernador Aguirre Rivero, pues qué beneficio llevaron los sicarios que supuestamente los ejecutaron, si efectivamente se trata de estudiantes normalistas. Dicen, sostienen, que los narcotraficantes los confundieron con un grupo rival. ¿Iban armados?

Por el contrario, la muerte violenta de esos muchachos -de confirmarse que son ellos, los estudiantes de la normal rural- pudo, en la torpeza etílica, haber sido concebida como un mensaje para “apaciguar” políticamente a la entidad, y pulsar la reacción de la sociedad al uso de facultades extralegales para imponer una mano dura que muchos parecen desear, casi con urgencia.

Por lo pronto, lo que se demuestra es que hay dos pesas y dos medidas, o como afirman que dijo Benito Juárez: “A los enemigos, justicia; a los amigos, justicia y gracia”. Fausto Vallejo renunció, con dignidad, por menos de lo que hoy sucede en Guerrero, pero Ángel Heladio Aguirre parece tener asegurado su futuro, porque esa entidad federativa es una máquina de hacer dinero, tanto negro como legal.

La fuerza del Estado pierde legitimidad y aura constitucional, cuando las complicidades garantizan la impunidad, y la autoridad legítima del gobierno es representada en mangas de camisa.

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Ángel Aguirre, ¿irresponsable o asesino?

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