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Marzo 11, 2017 18:15 hrs.

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‎Sábado, 11‎ de ‎marzo‎ de ‎2017
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María Pérez Tavera sabe que la vida no es fácil. Tiene 40 años y tres hijos, a los que provee de ropa, calzado y alimento.

A los 31 años su matrimonio se fracturó. Desconsolada en lo sentimental y emocional, y con sus hijos a cuestas, veía un negro panorama. Además no tenía trabajo. Nunca antes había trabajado.

El solo hecho de pensar a qué dedicarse para ganar dinero la inundaba de miedo.

Sin embargo, sus hijos le dieron la fuerza suficiente para salir de casa en busca de alimento.

Caminó sin rumbo fijo. Mientras, pensaba en dónde podría conseguir trabajo.

Una obra de construcción cerca de casa fue su salvación.

Primero fue contratada como ayudante general, para cargar, barrer, pintar. Poco a poco fue aprendiendo el oficio. Uno que requiere fuerza, maña y sobre todo un carácter fuerte para evitar el acoso sexual, evitar ser sobajada y sometida en un oficio de "hombres".

Es un trabajo habitual para los hombres. Entonces, de pronto, trabajando me toca entrarle a la par, como ellos. Desde cargar material, hacer lo mismo que hacen y a veces ponerle más empeño. Porque si no, se hace más complicado, porque por el hecho de ser mujeres a veces no nos dan la oportunidad de trabajar.

En la actualidad tiene el rango de oficial en pintura. Lo mismo hace impermeabilizaciones y tablaroca que cualquier otra "chambita" de albañilería, como ella le llama.

Me dedico al acabado de interiores. Ese es mi oficio. Soy oficial en pintura, medio oficial en pasta y ayudanta de tablaroquero. De pronto hago chambitas extras, pero todo tiene que ver con la construcción.

A diario prepara su mochila con martillos, pinzas, desarmadores, punzones, su ropa de trabajo y botas llenas de mezcla.

Un martillazo al cincel para tumbar el cemento. Otro más fuerte.

Sonríe y susurra: "No necesito ir al gimnasio". María tiene un físico construido con base en cargas pesadas y largas jornadas de trabajo.

Su oficio y su femineidad no están peleadas: "Nada tiene que ver el hecho de que trabaje en algo así".

Relató que "aunque ande toda polveada me enchino las pestañas, me gusta verme linda".

Mientras trabaja no deja de hablar. Es parlanchina, tiene una voz clara, es alegre y su lenguaje, pulcro. Evita decir groserías, en su afán de romper con el esquema del albañil.

Este artículo se publicó originalmente en Excélsior.

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Así es ser albañila en un ambiente de hombres

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