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Febrero 19, 2019 14:31 hrs.

Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

Política ›


El bardo Campechano, Carlos McGregor, padre de la escritora Rusia McGregor, ganó la Flor de Oro en Juegos Florales en México. Con este poema representó a México en el año de 1943, en un concurso de la NBC de Nueva York.
Acaso no habremos escrito una primera carta, pero él recuerda, acaso, al primer amor. O a quien primero estuvo en nuestro pensamiento. O a la única en nuestra vida.
Recorre la historia. Y transmite su entusiasmo.
Mejor leelo.

CARTA A MI PRIMERA NOVIA

Novia pobre del pueblo:
si el papel entintado
de mi epístola,
- tan fiel como romántica -,
busca refugio en el hueco inviolable
de tus manos,
dale el abrigo que sus hojas quieren,
como a la golondrina
le da sus calideces
el verano.
Anclé en el punto de la edad madura,
en que todos los hombres,
se vuelven silenciosos y serenos,
estoicos y conformes;
pero mi barca
sigue en el vaivén de mis sentimientos
sin importarle el ancla.
Hay oleaje en mis mares,
y en el ciclón de tu recuerdo salta,
para ponerme frente a ti, no obstante,
que entre los dos existe
un abismo infranqueable
de distancias.
Y te tengo tan cerca,como la vez aquella
que en la paz del domingo almidonado,
todas las redondeces de tus piernas
en un mutis rumboso se eclipsaron,
tras la brillante seda
pueblerina
de tu vestido largo.
¡Ah, cómo se me agolpan en la mente
las tardes de los sábados!
Nos íbamos corriendo las veredas
como el cielo los pájaros,
y a la orilla de arroyos cristalinos
o a la sombra de almendros
y naranjos,
íntima y audazmente satisfechos,
la ’pinta’ de la escuela
descansábamos.
Y las noches del kiosko
con su alegre charanga,
parece que aun me dicen las canciones
que en tu boca y mi boca
se encontraban.
Era algo así como el presentimiento
de que un día de tantos,
el nudo frágil de nuestras quimeras
rompería
sus lazos.
Y se cumplió el designio inalterable
del destino en nosotros;
tu vida y mi vida se bifurcaron
en dos distintos polos,
con la inerme esperanza de que un día
volverían
a verse
nuestros ojos.
Y estamos en un ’inter’ ignorado
acaso como inútiles andenes,
que momento a momento,
interminablemente,
esperan
la llegada de los trenes.
¿En qué ciudad remota
la lozanía de tu cuerpo inédito
se entregó a la caricia de otras manos,
y tus labios supieron,
olvidando los míos,
del calor de otros besos?
¿Sé acaso dónde vives?
¿Sabes dónde mi amor puso su alero?
En esta transición que nos separa,
los dos nos hemos vuelto,
una interrogación que es un enigma
y un secreto.
Y ante el muro infranqueable del destino
es mejor no saberlo.
Si otra vez en las tardes
juveniles y alegres de la escuela
tus manos y mis manos se juntaran
para hojear las libretas
donde la química y sus pentagramas
eran nuestros problemas,
la fácil solución encontraríamos
en el hondo murmullo de tus lágrimas
y en el grave silencio de mis penas.
Aburrido del cambio
que mi vida sufrió en el hemisferio,
de los ruidos incesantes que corren
sobre esta gran ciudad del pavimento,
de paros y de huelgas,
de trenes y atropellos,
de robos y de crímenes nocturnos,
y de leyes, oh, novia, que no entiendo;
quisiera que esta carta te encontrara
igual que te imagina mi recuerdo:
Honesta, pobre, sencilla y morena…
¡Como son las mujeres de mi pueblo!
Nosotros Insistimos, mejor poesía que grosería.
craveloygalindo@gmail.com

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Carlos Macgregor, mexicano 1906-1984

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