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Febrero 09, 2017 10:55 hrs.

Norma L. Vázquez Alanís › diarioalmomento.com

Medio ambiente ›


¿Le gustaría que el cadáver de algún ser querido, o el suyo, en lugar de ser inhumado o cremado, fuera convertido en composta? Seguramente nunca lo había pensado y hasta considerará irreverente la idea, pero el compostaje es ya una de las varias opciones para devolver los cuerpos sin vida al medio ambiente con el menor impacto contaminante posible.
Y por si no lo sabía, los muertos también ensucian el entorno, pues cuando el ser humano llega al final de su periodo de vida, se convierte en un residuo de cuyo procesamiento es esencial hacerse cargo de cualquier manera, sea enterrándolo o quemándolo.
Sin embargo, estas dos formas tan usuales de cerrar este ciclo natural pueden resultar funestas para nuestro hábitat; aunque podría considerarse que se trata de un residuo orgánico y por tanto biodegradable, no es así, porque los individuos acumulan multitud de productos tóxicos a lo largo de su vida.
Con la muerte, el organismo humano interrumpe los procesos externos de los cuales depende energéticamente, y se altera el sistema homeostático, el cual autorregula la composición y propiedades del medio interno del organismo. Esto provoca que queden fuera de control los procesos enzimáticos y el cuerpo comience a experimentar la descomposición de las sustancias como consecuencia de la fractura de sus enlaces químicos.
Esta es la fase de descomposición cromática, a la cual sigue la gaseosa, que lleva asociada la liberación de entre siete y 12 litros de líquidos por la ruptura de los órganos internos, y finalmente se presenta la etapa colicuativa, durante la que se deshacen las paredes celulares. Ello provoca la licuefacción de los tejidos y la producción de la mayoría de los lixiviados (líquido residual tóxico que se filtra al subsuelo por percolación) ocurridos durante la putrefacción del cadáver; se calculan unos 40 litros, por adulto de 70 kilogramos de peso.
El problema es que en la ubicación de los cementerios no se toman en cuenta aspectos hidrogeológicos, y como la generación de lixiviados en esos lugares va de miles a millones de litros, en función de su superficie, son auténticos focos de contaminación de la tierra y los mantos freáticos.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en todo el orbe mueren alrededor de 56 millones de personas cada año (dato de 2014), lo que representa aproximadamente 3.4 millones de toneladas de cadáveres; los volúmenes de residuos tóxicos que se manejan por las defunciones, son incalculables.
Por lo que toca a la cremación de cadáveres, esta reduce a una serie de gases y partículas contaminantes el cuerpo sin vida y recupera un residuo sólido compuesto de cenizas resultantes de la incineración, las cuales se entregan a los familiares; el resto se emite a la atmósfera en forma de CO2, NOx, SO2, partículas de inquemados y vapor de agua, lo cual implica que, como mínimo, se emitan a la atmósfera 130 kilogramos de CO2 por cada cremación.
Además, depositar o liberar las cenizas del difunto en el medio ambiente también ocasiona problemas en el hábitat, ya que provoca la eutrofización o incremento de sustancias nutritivas en aguas dulces de lagos y embalses, lo que trae consigo un exceso de fitoplancton y un consecuente desequilibrio del entorno.
Ante esta situación, han sonado las voces de alerta y ecologistas de diversos países han presentado nuevas alternativas para los cadáveres, como el compostaje para generar una descomposición aerobia del cuerpo hasta su integración al medio ambiente, como parte de una composta rica en nutrientes para las plantas, utilizable en parques y jardines.
Katrina Spade, estudiante de la Universidad de Massachusetts, presentó un proyecto de ‘muerte urbana’, consistente en combinar aserrín y virutas de madera con el nitrógeno, fósforo y calcio de los cuerpos sin vida, que siguen su proceso de descomposición y crean calor natural el cual elimina a la mayoría de las bacterias; después de las seis semanas que dura el proceso, los deudos recibirían un paquete de composta utilizable como fertilizante para jardín o macetas. Con esto se reintegraría a los muertos al ciclo de la vida: una solución enteramente circular.
Pero si no se asimila la idea de que un familiar sea convertido en composta, existen otras formas ecológicas para deshacerse de los cadáveres. Entre estas destacan la ‘biocremación’, que consiste en disolver los tejidos del cuerpo utilizando agua caliente e hidróxido de potasio para dejar solamente los huesos, que se pulverizan y son entregados a la familia como si fueran cenizas de una incineración normal.
El creador de este método, el bioquímico inglés Sandy Sullivan, asegura que respeta el medio ambiente, pues rompe el cuerpo hasta los aminoácidos básicos, así que no hay ADN, nada humanamente identificable, además de que los rellenos y otros implantes médicos pueden ser removidos del hueso antes de que el líquido, ya estéril, sea vertido al sistema público de aguas.
Sullivan asegura que la hidrólisis alcalina inducida es igual a la que forma parte del proceso natural de descomposición del cadáver, pero en lugar de ocurrir en años, se hace en pocas horas.
También puede optar por la ultracongelación, técnica creada por la bióloga marina sueca Susanne Wiigh-Mäsak, consistente en congelar el cuerpo y exponerlo a nitrógeno líquido para que se vuelva quebradizo, así que, con la combinación de una corta vibración muy especial, en un minuto el cadáver queda desintegrado en pedazos.
Luego, el polvo orgánico resultante se introduce en una cámara de vacío para evaporar el agua; lo siguiente es pasarlo por un separador de metales para retirar cualquier resto quirúrgico o de mercurio, y lo que queda, los deudos pueden enterrarlo en un féretro biodegradable de almidón de maíz, mimbre o cartón reciclado. Después de entre seis y 12 meses, el ataúd y su contenido se convierten en tierra orgánica.
Pero si ninguna de estas alternativas lo convence, podrá elegir entre que sus restos formen parte de un ‘arrecife eterno’, al ser colocados en las áreas donde los arrecifes naturales necesitan restauración, con lo que se mantendrá el hábitat submarino, o donar su cuerpo al Instituto para la Plastinación, que lo someterá a un proceso inventado por el anatomista alemán Gunther von Hagens y podrá ser utilizado en las escuelas de medicina y laboratorios de anatomía.
De esta manera descansaremos en paz, al saber que, al menos muertos, ya no contaminaremos el planeta… ¿Qué le parece?

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Composta de cadáveres, para no contaminar el ambiente

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