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Septiembre 23, 2018 20:42 hrs.

Armando Fuentes Aguirre › guerrerohabla.com

Periodismo ›


Me valí de una trampa, lo confieso. Este artículo trata de las casas de mala nota de Saltillo. Pero poner de título ’Congales’ se habría visto feo. En cambio ’Con Gales’ sugiere un tema inglés, de la nobleza, y eso sí puede pasar.

En 1956, si no recuerdo mal, desapareció la zona roja de la calle de Terán, aquí en Saltillo. Estaba a tres cuadras escasas de la Catedral, de modo que las suripantas regían sus horarios por las campanadas del reloj catedralicio, que se oían muy bien, sobre todo con viento favorable.

Nadie decía entonces: ’Vamos a Terán’. Eso se oía mal, no como las campanas. Todos decían: ’Vamos a Tiricuas’. Eso significaba ir a la zona de tolerancia. Había ahí notables cabarets, como ’El vaivén’ y ’El columpio del amor’. Otro, de más pretensiones, se llamaba ’El Royal’. Cierta noche no había en ese establecimiento orquesta para que bailaran los parroquianos con las daifas. A la madama del establecimiento se le ocurrió encender el radio, y a su música danzaron las parejas. Pero dieron las 12 de la noche, y se escuchó el Himno Nacional. Las parejas, sin inmutarse, bailaron con cachondo estilo las marciales notas compuestas por don Jaime Nunó.

A los burdeles de Terán acudía la clase media y baja. Para los ricos había otros lugares, regenteados por señoras de gran fama. Una de esas madamas se llamaba –o se ponía– Santa, como la desdichada heroína de Gamboa. Sitio de gente de más posibles era también ’El egipcio’, buena casa de mala nota cercana a la Alameda. Esa casa tenía una fachada como si la hubiera hecho Cecil B. de Mille, inspirada en los templos de Karnak.

La ’Quinta Olguita’, por el rumbo de San Lorenzo, al sur, era el congal de los políticos. Ahí se decidían cuestiones importantes. Con una muchachona sentada en las rodillas, y una botella de Henessy en la mesa, cierto gobernador ’palomeó’ la lista que le presentaron para escoger a quienes serían candidatos a alcaldes. Así se hacían las cosas antes de que viniera esta zarandaja llamada ’democracia’, que –dicen los que añoran los pasados tiempos– es latosa, riesgosa, ruidosa y costosa.

Otro congal ilustre era el ’California’. En cierta ocasión fue agasajado ahí un militar de alta graduación. Para corresponder a la fineza el mílite llevó la siguiente noche a la banda del 40 Regimiento, a cuyas notas danzaron los presentes las melodías de moda. Ese lugar, el ’California’, era sitio muy preferido por los contrabandistas. Porque entonces había contrabandistas en Saltillo: de azúcar, de ixtle, de cera de candelilla, de alcohol, que traían en grandes camiones, clandestinamente, a fin de no pagar los tributos que el Gobierno imponía por el transporte de esas mercancías.

En el ’California’ se suicidó una vez un señor muy conocido en la ciudad, de apellido extranjero. Se enamoró perdidamente de una de las perdidas que ahí se encontraban. La pendona, después de dejarlo en la ruina, lo hizo a un lado, se burló de él, y una noche lo hizo golpear por su padrote. El infeliz señor, así humillado, sacó una pistola, y cuando todos creían que iba a matar al chulo se metió en la boca el cañón de la pistola y disparó. La dueña del establecimiento, a fin de que la autoridad no fuera a clausurarle el negocio, hizo que sus criados subieran el cadáver a un cochecito de caballos, y le pagó una fuerte suma al cochero para que dijera que en su carruaje, el cual alejó un buen trecho del lugar, había sucedido la tragedia.

Como se ve, los congales de Saltillo tienen muchas historias de escándalo, casi tantas como las de los artistas de Hollywood o la nobleza de Inglaterra.

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Con Gales

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