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Mayo 04, 2018 20:29 hrs.

Jesús Yáñez Orozco › diarioalmomento.com

Política ›


-Preso tres años y medio por asaltar un banco

--Creador del enmascarado Superbarrio Gómez

--Tres décadas de lucha social en la capital del país

Sus 120 kilos de bonhomía y 1.80 metros de estatura cruzan el dintel de las instalaciones de la Asociación Mexicana de periodistas de radio y TV. A los 57 años de edad se dibuja una sonrisa traviesa, infantil, involuntaria, que se congela en sus labios.

Luego del trayecto en el metro capitalino, se despoja, sudoroso, de una cachucha, similar a que usan aficionados taurófilos. Se descubre y acicala el pelo con ambas manos ante el espejo del baño. Viste mezclilla y guayabera argentina.

Arriba, solo y su alma, sin la parafernalia con la que suelen llegar otros candidatos y precandidatos a elección popular: encargados de prensa, secretarios particulares, asistentes...

Es casi mediodía y el sol se mira impasible, con enrojecido esplendor invernal en el firmamento.

Del amplio ventanal de cuarto piso se atisba la bandera nacional, en lo alto del asta --que en días pasados, ante el presidente de la república, apareció invertida con el escudo, águila, serpiente y nopal-- en el corazón del viejo Heroico Colegio Militar sobre la histórica calle de San Cosme, a 300 metros del ahuehuete donde, al parecer, Hernán Cortés soltó el lloro, tras la noche triste.

En el horizonte se otean árboles ancestrales con penachos de verde irremediable. Cielo tachonado de nubes argentinas.

Son 40 minutos de entrevista para el canal de la Asociación Mexicana de Periodistas de Radio y Televisión (AMPRyT) de youtube, en charla informal, difundida en redes sociales. Al término de la plática, alrededor de una mesa caoba, media docena de reporteros escuchan, absortos, el lado más humano de Marco Rascón, candidato del Partido Humanista al gobierno de la ciudad de México.

Fue guerrillero irredento, burócrata rebelde, agudo analista político, escritor mordaz, luchador social crónico, apasionado periodista, amante del pescado, chef experimental, creador del enmascarado Súper Barrio Gómez. Ambos suelen subir el ring de la lucha social.

Irreverente, contumaz sentido del humor, refractario a la impostura que caracteriza a la clase política mexicana. El mismo que, como diputado del PRD, apareció con máscara de cerdo en el rostro durante el segundo informe de gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León: 1 de septiembre de 1996.

Cambio las balas por su principal arma: la palabra. Verbal y escrita.

Además de la lucha armada a principios de años 70, cuando, tras el tercer asalto bancario (1972-1975), fue encarcelado tres años y medio --y salvó la vida de milagro-- dos aspectos cambiaron radicalmente su vida: la prisión y el mar.

Ahí, curioso, descubrió su pasión por guisar que mantiene a la fecha como restaurantero.

Fue integrante de un comando guerrillero urbano. Se le ubicó en la crujía de los ’reos peligrosos’ (esos que en un 95 por ciento eran rancheros de la sierra, gente del campo, que estaba en prisión por problemas de tenencia de la tierra).

Hace un gesto de desaprobación cuando se refiere al ’rancho’, comida execrable –sopas y carnes ahogadas en grasa y olor pestilente-- que dan en las cárceles mexicanas. En la cárcel lo único comestible eran los frijoles bayos, los tradicionales café claro. Durante mil 275 días de encierro, quizá, haya descubierto 300 formas cómo prepararlos.

Los solía combinar con lo que dejaban los familiares de otros presos: chorizo, longaniza, atún, papa, tocino, queso, comino, orégano…

Era boccato di cardenale , equivalente al pozole, pero frijolero: chorrito de aceite de oliva, cebolla y cilantro picados, sal y chiltepín (picante norteño).

Siempre acompañados de pan blanco, que era otro alimento digno de consumir, porque se elaboraba en la panadería del presidio.

Aclara que en el norte del país, Chihuahua en particular, se desconoce el frijol negro que, tradicionalmente, se prepara con epazote.

Incluso esa yerba, puntualiza, lo conoció cuando fue a Oaxaca, ’a hacer prácticas guerrilleras’.

Mientras degustaban los deliciosos frijoles encarcelados, en su celda, se escuchaba el chirriar de los goznes de las puertas de metal de las demás crujías. Sinfonía endemoniada. Enchinaba la piel.

Último sótano infernal.

Sólo quien ha descendido a ese averno sabe qué significa: indefensión y desesperanza. Permanente riesgo de muerte.

Tiene atada aquella historia al corazón. Tanto que hasta la fecha ofrece en su restaurante, Los Peces, cerca del teatro Silvia Pinal, frijoles preparados a 20 pesos el litro.

Hay un tono festivo en su voz cuando rememora esta anécdota.

Generalmente las celdas eran compartidas por dos o tres reos. Pero cuando las mujeres tenían relaciones con sus parejas eran hacinados, en otras celdas, con ocho o diez internos. En verano la temperatura llegaba a los 42 grados.

Hijo de Froylán Rascón y Ana Luisa Córdova, Marco forma parte de una familia de nueve hermanos. Vivió su infancia en Ciudad Juárez hasta los 11 años; y posteriormente en Chihuahua, la capital. Asistió a la secundaria y la preparatoria de la Universidad Autónoma de Chihuahua incorporándose al activismo político y cultural estudiantil. Destacó como dirigente desde temprana edad.

Frente al puñado de reporteros, sus ojos y voz, son tizones encendidos de pasión. Incipiente barba de patriarca griego.

Da pequeños sorbos a su taza con café, endulzado con una cuchara de azúcar.

A los 23 años, una vez excarcelado, conoció el mar, confiesa y una ilusión que mantiene viva, ilumina su rostro.

Su padre trabajaba como telegrafista. Además, colaboraba como periodista, en Sonora y Chihuahua, para el periódico El Fronterizo, de Naco. También era corresponsal de dos diarios de la capital del país: Excélsior y El Nacional, ya desaparecido. Recibía por clave morse información noticiosa y con rapidez endemoniada escribía, dedos enloquecidos, en la máquina, en hojas oficio. Sus dedos volaban sobe el teclado.

Después se mudó a Tecuanillo, Colima, como pagador de la Secretaría de Obras Públicas. Viajaba en desvencijados camiones a entregar los salarios de los trabajadores en zonas apartadas, inhóspitas, en horas de la madrugada. Como única protección, una pistola miserable, que no espantaba una mosca.

’De haber sabido’, reflexiona en broma el candidato del Partido Humanista, ’en lugar de asaltar bancos hubiera robado a mi padre’.

Todos sueltan la risa que estalla en las paredes blancas.

Cuando supo que iba a conocer el mar, Marco Rascón pensó, como todo provinciano, que no podría ser más impresionante que la presa que él conocía en Chihuahua que, cuando hacia viento, levantaba olas diminutas.

Froylán y Ana Luisa, sus padres, salían a media tarde en la lancha y en el mar con el sol quemante en sus espaldas. Regresaban por la noche con abundante pesca, el cielo tapizado de estrellas y alegre canto de grillos.

Se maravilló por vez primera, cuando miró su inmensidad, el olor, color azul y todo lo insondable que ofrecía el mar.

Siguió los pasos de su padre y al salir de prisión aprendió el arte de la pesca de atarrayero: desde una lancha a las orillas del mar, lanzaba la red y esperaba… quizá sin saber que encontraría una de sus más grandes pasiones: el pescado y los mariscos.

Da el último trago a su café y se despide cálido, entre apretones de mano y abrazos, dirigiéndose al metro.

Mientras, ola multicolor, la bandera mexicana de enfrente, se mueve cadenciosa al arrullo del viento.

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De Guerrillero a Candidato al gobierno de CDMX

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