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Diciembre 30, 2018 15:05 hrs.
Autor:Olga de León / Carlos Alejandro › guerrerohabla.com
Cultura ›
Publicacion: 30-12-2018
Con su secreto bien guardado, se fueron reproduciendo, hasta que un día, una de ellas tuvo la debilidad de presumir su don.
Una Navidad sin bóiler.
Carlos Alejandro
El pino de navidad era el ausente principal. Ese año, el inquilino no recibiría regalo. El orgullo de las compras quedó en el nuevo bóiler que adquirió de urgencia; bañarse en invierno sin calentador era una hazaña cada día más difícil. Tampoco se apreciaba en alguna parte de la casa: una corona, un nacimiento, ni el borreguito blanco del dinero colgado en la chapa de la puerta.
La partida de Aurora un año atrás había dejado un vacío irreconciliable en el inquilino. Y es que Aurora tenía unos gestos maravillosos al andar por la casa, que convertían el lugar en un circo de diversiones, en una casa con malabaristas que dejaban sus objetos en los barandales, de leones que salían de las jaulas para abrazar al amo, de caballos que danzaban por los pasillos de la casa, de todo lo que podía llenar el corazón de un niño.
Cuando se acercaban las navidades, al inquilino le gustaba reencontrarse con sus sueños de infancia y le pedía a Aurora que hiciera lo mismo. Así fue como ella se hizo de algunos textos que enseñaban a escribir cuentos, incluso navideños. Exponían que una narración debe comenzarse en la mitad de la historia, que los detalles significativos crean la realidad del texto, y que el diálogo ayuda al carácter a los personajes. ’Vivo una vida de ensueño’, pensó Aurora cuando descubrió todo esto.
Pero cuando ella se fue, dejó todo: sus libros y sus ganas de escribir. Al principio, ver las pertenencias de Aurora, era doloroso para el inquilino. Había días en que los libros se bajaban de los libreros por sí mismos, se arrastraban por la casa como cangrejos, y en la oscuridad de la noche, el inquilino podía tropezarse con ellos. Las ganas de escribir de Aurora, que también se habían quedado en casa, de pronto salían por la regadera con el agua fría, o por las hornillas de la estufa en forma de llama amarilla,
Las tres semanas que el inquilino pasó sin calentador de agua, fueron suficientes. De pronto se acercaba al librero y extraía alguno de los textos de Aurora. Los que más le fascinaron, al principio, fueron los que contenían ejercicios de escritura de ficción. Y en sus manos se volvieron artefactos delicados que él mismo construía. Relámpagos de cinco minutos: textos en tinta azul sobre una hoja blanca de papel.
Luego vinieron las primeras publicaciones del inquilino. Comenzaron en una revista digital y terminaron en papel, en la más grande editorial española. Llegaron luego los reconocimientos, los premios y las entrevistas en televisión. Las ventas de millones de ejemplares y las traducciones no se hicieron esperar.
Ahora el inquilino vive solo, en un pequeño departamento, en la compañía de unos cuantos libros: los de Aurora. Vive sin bóiler, se baña con agua fría todas las mañanas, y para calentarse al salir del baño, enciende las hornillas de la estufa en la cocina, donde gasta bastante tiempo, ya sea calentando agua para tés o cocinando verduras al vapor. Esta Navidad, preparará un pavo enorme que le permitirá usar la estufa durante varias horas.
Un duende verde para año nuevo
El duende desapareció al elevarse en el aire. Eso fue lo único que Samantha recordaría de su sueño. Cumplió su deseo de dormir hasta las once de la mañana. Tomó su reloj despertador y volvió la alarma para que sonara a las siete de la mañana al día siguiente. Respiró profundo e inmediatamente sintió la esperanza que acompaña el inicio de un año nuevo.
Se levantó de la cama, colocó sus pantuflas y se encaminó a la cocina. Encendió la luz y encontró sobre la barra un polvo color verde claro que no supo explicar de dónde provenía. Se mojó el dedo índice con la boca para levantar un poco de polvo y observarlo de cerca. Vio cómo desaparecía lentamente ante el contacto con la humedad
’¿Tendrá esto qué ver con mi sueño?’ El rostro del duende le resultaba familiar, aunque no sabía de dónde. Cerró los ojos, quiso ver al personaje de nueva cuenta y apareció: su rostro era idéntico al del niño que en primaria le gustaba, quien ahora estaba casado y tenía dos niños.
De pronto, a Samantha le resultó claro su sueño. Entendió que anhelaba la aparición de alguna especie de cupido que la flechara y la volviese a enamorar. Ahora tenía un propósito para el año nuevo. Samantha abrió los ojos y encontró que, milagrosamente, el polvo verde sobre la barra de la cocina se había vuelto blanco. Le resultó familiar. Lo probó con el dedo y encontró que era azúcar, tan dulce como el año le esperaba ante la llegada de su amado.
Cuento de Navidad en Año Nuevo
Olga de León
En algunas ocasiones, pareciera que mi imaginario se quedara a oscuras o totalmente en blanco. Creo que es una especie de autodefensa o negación a escribir necedades que para nadie serían interesantes. Tal eventualidad obedece, algunas veces: a la falta de sosiego y tiempo para escribir, pues otras actividades demandan mi atención; otras, me contiene el sentimiento que no quiero dejar ir, sin filtro ni transformación literaria, sea por temor a que me gane la tristeza o una explosiva alegría que acabaría en un texto insulso.
La Noche Buena y la Navidad de este 2018 resultaron en un muy feliz evento de convivencia familiar, pleno de amor, tranquilidad y alegría. Aunque para llegar a tal regocijo, antes vivimos algunas peripecias, tristes espectáculos en el lento trayecto de la carretera el veintiuno de diciembre, y un cierre sumamente desagradable, amenazante y absurdo esa media noche del 21 de diciembre, previo al arribo final a nuestro destino. De todo, me quedo con el primer enunciado: ’La Noche Buena y la Navidad de este 2018 resultó…’
Siempre he anhelado que la felicidad sea un regalo para toda la gente, al menos en estos días. Desde muy pequeña, supe que no a todos los niños del mundo la Navidad les trae alegrías y regalos. En parte por ello, en mi espíritu se anida la tristeza, aunado a las personales vivencias y recuerdos, que contribuyen a que nostalgia y melancolía subyazcan bajo la capa de alegría y risas propias de una felicidad que también es real, e íntimamente personal, al ver los maravillosos hijos que hemos formado.
Este cuento está dedicado a todos los que hoy son niños y a los adultos sensibles, de cuarenta y más años, que conservan su niño dentro. Que me sea posible contarlo y grato para ustedes, leerlo, será mi mejor logro del año.
Mientras la madre preparaba -en compañía de la tía más querida por todos- la cena de Noche Buena, la niña que respondía a pequeñas encomiendas: ’- tráeme ese o aquel platón, busca en el tercer cajón el cucharón para el ponche, menéale aquí…’ o que se quedaba sentadita viendo hacer a la mamá y la tía, esa tarde lanzó una pregunta a su madre: ’- ¿por qué en casi todos los cuentos, el personaje principal es un niño o un joven y no una niña? Salvo Caperucita, Blanca Nieves y Cenicienta, ella no sabía de algún cuento en donde la heroína fuera una niña; valiente, muy inteligente y de noble corazón que salvara al mundo de graves peligros, desgracias infames o injustas acciones.
Ante tal inquisición, la madre solo atinó a volver su rostro hacia la cuñada, y esta, que no había perdido detalle de la pregunta de la niña, con toda calma respondió a su sobrina con otra pregunta:
- ¿Alguna vez has escuchado el cuento de las hadas madrinas, querida Lucecita?
- No, -dijo la pequeña.
- …te contaré acerca de ellas, y entenderás lo que sucede.
Hace muchos años, cuando los pueblos comenzaron a dividirse en condados o países independientes, vivían tres hermosas hadas madrinas que reinaban entre todos sus habitantes, por encima de los gobiernos, príncipes o los mismos reyes. A ellas, todo mundo buscaba para resolver algún problema difícil o enigma. Eran célibes, no casadas, ni destinadas a vivir con ningún hombre. Sabían que, de perder su libertad, también perderían sus poderes sobre el conocimiento de todas las cosas, y se volverían esclavas de los quehaceres, y serían domesticadas por el espejismo del amor de los hombres.
- …entonces, ¿nunca tuvieron hijos? …bueno, pero así es la vida de ellas; ¿no?
- Sí, nunca tuvieron hijos, no mientras fueron hadas a los ojos de todos.
- ¿Cómo, eran o no eran hadas?, tía.
- Siempre fueron hadas, pero nadie supo que también se enamoraron de mortales y con ellos tuvo cada una dos hijos, de los cuales uno fue niño y otra, niña. Los niños fueron los protagonistas de todos los cuentos e historias de héroes y valientes defensores de la justicia y la verdad. Pero, las niñas, que por regla pasaban desapercibidas, fueron las que poblaron el mundo de la magia del amor, la ciencia y el arte.
Ellas, las niñas, son las verdaderas heroínas; pocos lo saben. Con su secreto bien guardado, se fueron reproduciendo, hasta que un día, una de ellas tuvo la debilidad de presumir su don. Entonces, la magia dejó de existir como tal, y se convirtió en excepción de la Madre Naturaleza, cada Año Nuevo: tú, mi niña, eres una maravillosa excepción. …y también, heroína.
Fuente: el porvenir
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