1

5,338 vistas

Abril 25, 2016 22:33 hrs.

Norma L. Vázquez Alanís › diarioalmomento.com

Cultura ›


La azarosa ruta de los restos del conquistador de México, Hernán Cortés, desde su primera sepultura en Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, hasta la última en el Hospital de Jesús, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, fue amenamente relatado por el cronista de Coyoacán, Luis Everaert Dubernard, en una conferencia que sobre el tema ofreció como parte del ciclo ‘Hernán Cortés y la hispanidad’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México Carso (CEHM).

Dubernard refirió las peripecias de las nueve sepulturas de Cortés, quien murió en 1547 víctima de la disentería, en esa provincia sevillana. Como sus descendientes no estaban preparados para cumplir su voluntad de ser sepultado en México, el cuerpo del conquistador fue enterrado por decisión de su hijo Martín Cortés -el español- en el nicho designado al duque de Medina Sidonia, amigo de la familia que se los ofreció, en el monasterio de San Isidoro del Campo, en Santiponce, a dos kilómetros de Sevilla; este fue el primer sepulcro.

Porque a la muerte del duque de Medina Sidonia, Cortés tuvo que ser sacado de la cripta y cambiado a la capilla de Santa Catarina en el mismo complejo arquitectónico del monasterio de los jerónimos, donde permaneció más de 60 años, ya que no sería su última morada, apuntó el cronista, quien es ingeniero químico por la UNAM e hizo estudios de arte y letras.

Citó Everaert Dubernard como una de sus principales fuentes de información un libro de Manuel Cortina Portilla, quien tuvo la curiosidad de dar seguimiento a las diversas sepulturas de Cortés, y comentó que desde su fallecimiento en 1547 sus huesos serían cambiados constantemente de lugar por múltiples razones, hasta llegar, 400 años después, a donde ahora reposan.

En 1566, la tercera generación de descendientes de Cortés determinó que sus restos fueran trasladados a México, pues él había dispuesto en su testamento ser enterrado en el convento de las concepcionistas que había encargado construir de su villa de Coyoacán, pero no había sido construido, según la versión del cronista de Coyoacán por falta de fondos del propio don Hernán y, de acuerdo con algunos historiadores como José Luis Martínez, porque el dinero encargado por Cortés para tal efecto cuando tuvo que viajar a España para enfrentar un juicio de residencia, el cabildo de la Ciudad de México lo destinó a otras labores.

Empero, ese viaje de sus huesos hacia la Nueva España provocó reacciones negativas del virrey que oponía resistencia y de la Corona que no quería demasiados honores para el conquistador y creador de rutas de navegación hacia Medio Oriente, de manera que la familia tuvo que hacerlo con el mayor sigilo posible.

Esos restos llegaron a Veracruz casi en secreto, pero antes de llevarlos a la ciudad de México, ’los dejaron una temporadita -esperando que se calmaran los ánimos- en Texcoco, lugar representativo para el conquistador pues de ahí salieron sus bergantines para la toma de Tenochtitlan’, platicó el cronista. La tercera sepultura, en la que quedó bastante tiempo, fue en la iglesia de San Francisco en Texcoco gracias a la amistad de Cortés con la orden de los franciscanos.

Cuando los descendientes del conquistador pensaron que ya estaban dadas las condiciones para mover los huesos a la Ciudad de México, pues ya nadie pensaría en otra conjura como la que habían protagonizado los hijos de Cortés en otro tiempo, dispusieron enterrarlo en la iglesia de San Francisco (en la actual calle de Madero).

Entonces en 1629 depositaron la osamenta a un lado del altar mayor en su cuarto alojamiento, pero la adversidad lo perseguía, pues una de las tantas inundaciones de la ciudad obligó a desalojar todas las sepulturas del lugar y hubo de hacerse una pobre instalación temporal en la misma iglesia, pero ya en alto; esta fue su quinta sepultura en 1716.

Posteriormente el virrey Juan Vicente Güemes Pacheco de Padilla, segundo conde de Revillagigedo, consideró una vergüenza que los restos de Hernán Cortés estuvieran tan relegados y a través de los encargados del traslado de los restos, llegó a un acuerdo con los herederos de Cortés, marqueses del Valle de Oaxaca y condes de Monteleone, que vivían en Palermo, Italia, para mudar los vestigios al Hospital de Jesús, que fue construido por él.

Por disposición de Revillagigedo se llevó a cabo la sexta inhumación, en 1790, en la iglesia del Hospital de Jesús y se encargó la elaboración de un mausoleo al escultor Manuel Tolsá, quien realizó un busto de Cortés vestido de romano, que fue adosado al lado izquierdo de la iglesia del hospital, ’lugar donde actualmente solo hay un retablito y ni siquiera hay una placa que indique que ahí estuvieron los restos del conquistador de México’, comentó Everaert Dubernard.

Pero no pararían ahí las peripecias, porque consumada la Independencia de México y ante la inminente amenaza de una profanación de la tumba, el mausoleo fue desmantelado y el busto se remitió a sus descendientes en Palermo, a fin de que los interesados en quemar los vestigios del conquistador, pensaran que ya no estaban aquí.

Lo que quedaba del esqueleto de Cortés fue escondido bajo la tarima del altar mayor de la iglesia, y esta fue su séptima sepultura, hasta que en 1836 los cambiaron a un nicho -en el muro del lado del Evangelio- que fue cerrado y al cual no pusieron ninguna referencia; en esa octava tumba estuvo 110 años, sin que se supiera.

El hallazgo de este nuevo enterramiento fue casi de novela policiaca, dijo Dubernard, pues un funcionario de la representación diplomática de la España republicana en México, que tenía acceso a la caja fuerte, descubrió en ella un compartimento secreto con varios documentos, entre ellos el que entregó Lucas Alamán a Ángel Calderón de la Barca, primer embajador de España en el México independiente, nombrado después de la muerte de Fernando VII, quien no reconoció la independencia.

México había roto relaciones diplomáticas con Francisco Franco y siguió reconociendo a la República Española, que tuvo aquí una embajada, al frente de la cual estaba Luis Nicolau D’Owler, quien permitió dar seguimiento al documento que reveló la ubicación de los restos de Cortés.

Precisó el cronista de Coyoacán, que Lucas Alamán se ocupó de los intereses de los descendientes de Cortés en México; era el encargado de enviar los rendimientos de los ingenios azucareros del conquistador en Morelos y tenía toda la confianza de los familiares en Palermo.

Alamán y un grupo muy reducido de personas redactaron el llamado ’Documento del año 1836’, que ubicaba el lugar exacto del entierro en el Hospital de Jesús, y juraron guardar el secreto, que el funcionario español descubrió. Leyó con interés el texto y sacó una copia mecanografiada, luego contactó con Fernando Baeza Marcos, un refugiado español, quien pidió la colaboración del cubano Manuel Moreno Fraginals, estudiante de El Colegio de México.

Ambos decidieron consultarlo con el historiador Francisco de la Maza, quien mostró interés en este posible descubrimiento y sugirió avisar a otros dos historiadores: Alberto María Carreño y Edmundo O’Gorman.

El 11 de noviembre de 1946 se reunieron Baeza, Moreno, de la Maza, Carreño y O´Gorman, quienes tras la lectura cuidadosa de esa copia determinaron que era verdad todo lo que se asentaba en ella, por su contenido en lo general y dado el cúmulo de detalles que contenía; se trataba de una noticia verdaderamente importante, pues desde inicios del siglo XX los historiadores se habían interesado en averiguar dónde estaban los restos de Cortés, pero a ninguno se le ocurrió buscar en el Arzobispado, que guardaba el acta de 1836 levantada por el Notario Mayor.

Tras un debate sobre cómo harían público este descubrimiento, Carreño informó del hallazgo al patrono del Hospital de Jesús, doctor Benjamín Trillo, quien recibió con entusiasmo la noticia y lo autorizó para que buscaran el nicho, pero de manera extraoficial.

Como la iglesia estaba cerrada al culto, los historiadores hicieron la búsqueda sin testigos y encontraron la urna, pero era menester que se hiciera de manera legal, así que Carreño visitó al entonces secretario de Educación, Jaime Torres Bodet, quien dio su aprobación, mientras el doctor Trillo solicitó y consiguió el permiso de Bienes Nacionales de la Secretaria de Hacienda.

Y la noche del 25 de noviembre de 1946 -contó emocionado Everaert Dubernard- se citó a historiadores y personalidades de la vida cultural para el anuncio oficial del descubrimiento de los restos de Cortés, pero la información se filtró y llegaron reporteros para dar cuenta de la noticia.

Días después el presidente Manuel Ávila Camacho expidió un acuerdo por el que se confió al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) la custodia de los huesos y la práctica de estudios para autentificarlos, bajo resguardado del patrono del Hospital de Jesús. El 9 de julio de 1947, la osamenta de Cortés -plenamente autentificada- fue enterrada de nuevo en la iglesia del Hospital de Jesús con una placa de bronce rojo y el escudo de armas de su linaje.

Durante su mandato presidencial, José López Portillo pidió autorización a los descendientes de Cortés en Palermo para que un escultor español hiciera una copia del busto de Tolsá para el primer mausoleo; ésta se colocó en el doble patio central del Hospital de Jesús, donde por fin los restos de Cortés hallaron su morada eterna, concluyó Everaert Dubernard.

VER NOTA COMPLETA

De novela negra: las nueve sepulturas de Hernán Cortés

Éste sitio web usa cookies con fines publicitarios, si permanece aquí acepta su uso. Puede leer más sobre el uso de cookies en nuestra política de uso de cookies.