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Noviembre 21, 2018 21:33 hrs.

Fernando Amerlinck › diarioalmomento.com

Política ›


En México está despenalizado el tequila con fines gastronómicos, a pesar de que muchos lo beben con fines recreativos.

Varios ciudadanos preferiríamos ejercer nuestra soberanía para usar libremente productos de la naturaleza y del ingenio humano, pero tenemos (uf) gobiernos con la fea costumbre de prohibir. Según supe en su tiempo, Ernesto P. (a) ’el Regente de Hierro’ Uruchurtu prohibió la cerveza. Pero no la bebida amarga y espumosa que consumimos con fines refrescantes sino ¡cosméticos! Resulta que por ese tiempo las peluqueras de señoras descubrieron que la cerveza ayudaba a dar volumen al pelo y mejor peinarlas. Ah, pero no estaba registrada como artículo de belleza: ¡había que impedir tal abuso! Sin el sencillo acto de prohibir, ¿de qué sirve la majestad soberana del poder?



Mucho se habla hoy de legalizar o despenalizar plantas, ah, pero dependiendo de su destino. Hay que legalizar la mariguana pero sólo para utilizarla como medicina. Según otros, hay que despenalizarla para uso lúdico (latín ludus, juego; ludicer, ludicra, ludicrum, divertido, ameno, propio del juego). Mariguana como juguete.



A alguien se le ha ocurrido usar mariguana para fines alimenticios, al parecer no para aderezar sopes o tlacoyos sino como suplemento. A lo mejor nuestra Cofeprís (Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios) prohibiría usar la mariguana como alimento. De la tal Cofeprís se han dicho cosas feas, como que quiere proteger al ciudadano de riesgos tan graves como consumir anís, sábila, valeriana, mate o hasta epazote. Y es que aunque no sepan a nada los frijoles, el gobierno tiene la obligación de proteger nuestra salud y por eso desde hace ya demasiados años ha declarado que la Cannabis sativa está fuera de la ley.



Tan celosos son los gobiernos en su afán de protegernos que el excelso doctor Mancera prohibió a los restaurantes poner saleros en las mesas, y el gobierno federal asume la obligación de proteger las finanzas de los laboratorios farmacéuticos. Si la Cofeprís pretendió prohibir la manzanilla y el ginseng, bastantes más motivos habrá para obligar a que la mariguana medicinal sólo se sirva en medicinas. ¿O algún bienpensado creyó que nos la iban a dejar fresca, o como para que crezca en la tierra de nuestras macetas? ¡Por favor! Hay que proteger a los laboratorios, piadosos como son a favor de nuestros intereses y de preservar la milenaria farmacopea mexicana.



La amapola sí es legal pero con fines musicales, lo cual demuestran desde Plácido Domingo y Andrea Boccelli hasta Mantovani, pero no se permite la amapola para uso decorativo. Estaremos fuera de la ley si combinamos sus rojos colores con el hermoso verde de las hojas de mariguana en nuestras macetas, repletas de tierra orgullosamente mexicana.



En el estado de Guerrero demasiada gente se mata por esa flor, aunque no creo que los sicarios tengan gran interés en la belleza de la amapola en canciones o floreros; tampoco parecen interesarse mucho en los conocidos usos culinarios de la hoja de esta hermoso vegetal. La opiácea amapola (aptamente llamada también adormidera) sirve también como analgésico. Sus usos son variados, pero según la señera costumbre de los gobiernos, prohíben que se cultive un producto tan útil. Razón: con ella se fabrican drogas de uso lúdico, como el opio y la heroína. Y seguimos con los juegos. Lástima que sean los juegos de la muerte.



A mi sesentera generación la hizo psicodélica el acido lisérgico, al parecer evocado por Lucy in the Sky with Diamonds; ayudó a los Beatles a hacer mejor música y a la creatividad de Steve Jobs, por no hablar de Aldous Huxley. Y en las culturas autóctonas de Sudamérica es milenaria la ayahuasca, que nada tiene de recreativo (da diarrea y vómito). La defienden pensadores serios como Graham Hancock, quien recomienda a todo gobernante probarla al menos una vez. Sirve para el conocimiento espiritual y el nivel de consciencia; no es raro porque su sustancia activa es DMT (dimetil triptamina), que produce nuestra glándula pineal, también llamada tercer ojo. Los gobiernos prohíben algo ¡que produce nuestro cuerpo! Así de lúcidos son los poderosos controlistas que quieren protegernos.



No parece muy inteligente andar distrayéndose en averiguar qué usos se pueden dar a los vegetales, para entonces declarar que lo legal son los usos y no las plantas. Prefiero que cada persona pueda decidir libremente si fumar o comer o destilar productos del reino vegetal (o un tarro de cerveza o un caballito de tequila) y hasta arruinar su propia salud o caer en adicciones, si es su soberana voluntad. Y comprar o vender lo que sea, siempre y cuando respete el derecho ajeno y no estorbe, obligue o moleste a otros. Y no quede al alcance de los niños y menores.



Toda otra consideración —la que sea— tiene que quedar fuera si conculca lo más básico de lo básico: nuestra soberanía individual.

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De usos sin costumbres

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