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Septiembre 30, 2025 20:55 hrs.
Luis Manuel Arce Isaac › tabloiderevista.com
Política ›
Donald Trump debiera ser proclamado el Señor de la Guerra, contrario al Premio Nobel de la Paz que algunos de sus adláteres intentaron proponer como una broma de muy mal gusto. A las ya acumuladas ha añadido en estos días una última, la guerra contra la izquierda que, por cierto, no es nueva, sino que la ha renovado y matizado con un dramatismo nacional-chovinista al fabricar sobre el cadáver de una víctima de la violencia social, un ’mártir’ ultraconservador, Charlie Kirk.
El asesinato de ese joven de 31 años de libre pensamiento y acción supremacista como muchos miles seguidores de Trump militantes del Make America Great Again (Haz a Estados Unidos grande otra vez, o MAGA) del que Kirk se sentía un líder, le vino como anillo al dedo al mandatario republicano para desatar una enorme resonancia política e ideológica sobre un hecho relativamente común en el historial de violencia urbana en Estados Unidos, como son los ataques personales con armas de fuego que en EEUU se compran fácilmente igual que un refresco embotellado. Siendo un defensor de la violencia política, y según medios de prensa de Estados Unidos voz prima en los llamados a los jóvenes conservadores a armarse y usar la fuerza contra quienes no pensaran como él, Kirk era considerado hasta por sus propios allegados un difusor del odio demasiado vehemente, como lo describió su presunto asesino. Su característica personal, como señaló La Jornada de México, era la violencia verbal y sus criterios radicales, como que ’los demócratas representan todo lo que Dios odia’. Rechazaba las políticas de inclusión, reprobaba el matrimonio gay, condenaba el aborto, pedía suprimir la ideología progresista, anticolonial y antirracista o ’woke’. Defendía la II Enmienda sobre creación de una milicia bien organizada (como hace Trump a través del ICE contra migrante) y el derecho del pueblo a poseer y portar armas y, casualidades de la vida, lo mataron cuando disertaba sobre ese tema. Basándose en esos y otros principios, fundó su organización juvenil Turning Point USA financiada por la fundación nacional del rifle, y repetía su opinión ante matanzas en centros educaciones o supermercados de que ’Vale la pena pagar el costo, lamentablemente, de algunas muertes por armas cada año para poder conservar la II Enmienda’. De hecho, fue víctima de esa enmienda. Quien supuestamente lo asesinó no es un enemigo de Trump. El joven Taylor Robinson fue criado en una familia mormona, conservadora pero pacífica y afiliada al Partido Republicano. No era de izquierda, por supuesto. Para Trump, sin embargo, Kirk representa el argumento, aunque imperfecto, para achacarle el asesinato a la izquierda, y Robinson el chivo expiatorio, aunque hay muchas dudas de la versión oficial según la cual el joven de 22 años, con un viejo rifle conservado por su abuelo, le dio un tiro exacto en la garganta a una distancia de casi 150 metros en la que la visualización del objetivo se reduce drásticamente y las posibilidades de hacer diana tanto por el largo trayecto como por el viento batiente, son mínimas, casi cero, según los expertos. Pero, contradictoriamente, la argumentación para declararlo culpable encaja, incluso las declaraciones del propio muchacho. En comentarios de estadounidenses aparecidos en las redes sociales, se especula sobre un segundo tirador, este sí profesional, pero es solamenteuna hipótesis sepultada por las evidencias publicadas por el gobierno que culpan a Robinson. Lo importante a destacar, más allá de esas dudas y motivaciones de Robinson, es que para el presidente no es esencial definir la militancia ideológica del supuesto autor ni si este fue o no el agresor, sino usar el crimen para declararle la guerra a todo aquel o aquello que estime enemigo. Inmediatamente al fallecimiento de Kirk, sin previa investigación ni pruebas -como suele hacer- insistió en la culpabilidad de la izquierda, mientras desde su círculo cero pedían adoptar medidas extremas contra organizaciones que calificaron de "radicales". La guerra contra la izquierda quedó decretada ipso facto por orden presidencial, y dirigentes demócratas y observadores no republicanos alertaron de que tal barbaridad podría llevar a una persecución de colectivos sociales opositores a Trump y a su movimiento ultraconservador, y desatar una ola de violencia y represión que profundizará más todavía la polarización social y la crisis del espíritu de ese pueblo. No obstante, Trump sigue usando a Kirk como mártir de la ultraderecha y dibuja en torno a él una imagen idílica para justificar la campaña de terror abierta contra todos los que lo adversan. Sus palabras el día del asesinato son apocalípticas. El mandatario dijo: ’Por años, aquellos en la izquierda radical han comparado a estadunidenses maravillosos como Charlie, con nazis y los peores asesinos masivos y criminales del mundo. Este tipo de retórica es directamente responsable del terrorismo que estamos viendo en nuestro país hoy día’. Steve Bannon, ex asesor de Trump, redimensionó la muerte de Kirk calificándola como una ’baja de guerra’ para significar que Estados Unidos ya está en un momento de belicismo interior.
El supremacista blanco Matt Forney fue más lejos al equiparar el asesinato con el incendio del Reichstag en 1933 usado por Hitler para tomar el poder y dijo que ’es tiempo para una represión total de la izquierda; todo político demócrata debería ser arrestado y su partido prohibido’. Laura Loomer, íntima asesora personal de Trump, pidió que ’cada una de las agrupaciones de izquierda que financian protestas violentas deban ser clausuradas y enjuiciadas’. Hay mucha pólvora y odio en esas amenazas dirigidas también a aplastar la libertad de expresión. La conclusión lamentable es que la Casa Blanca cargó los cañones emplazados en todas las instancias de un gobierno que se ha apoderado mediante el miedo y la trampa de los tres poderes del Estado, y está disparando como anuncio de que hay una guerra supremacista radical y nadie se llame a engaños. Guerra contra la institucionalidad de Estados Unidos, contra la independencia de los poderes del Estado, y de la democracia representativa ya muy debilitada tras el intento de golpe de Estado con el asalto del Capitolio el 6 de enero de 2021. Guerra contra la libertad de expresión y castigo a medios que critican a su gobierno y su actuación personal con la suspensión de programas bien lejos de la izquierda si no siguen el guion de la Casa Blanca, como le pasó al comediante Jimmy Kimmel quien bromeó con su ’luto’ por la muerte de Kirk, tras las amenazas de Brendan Carr, presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC) a la ABC de que, si no lo despedían, ellos lo harían por las buenas o las malas. Otros muchos medios están operando bajo la amenaza de la FCC de retirarle la licencia a los que denuncian su persecución a los grupos de izquierda, o publiquen cosas en su contra, divulgó el diario El País, y eso va también contra los grandes de la prensa escrita y la televisión. Hay un desatino total contra la prensa estadounidense, incluso la más conservadora si sus escritos van en sentido contrario a las actuaciones de Trump.
Guerra contra los gobiernos estatales de la Unión militarizados mediante ocupaciones y despliegues del ejército usurpando la función constitucional de los cuerpos policíacos. Guerra contra los migrantes con la creación por medio del ICE de ejércitos de voluntarios tipo camisas pardas nazis para cazar, capturar y asesinar a extranjeros, indocumentados o no, como ya hicieron con un venezolano, y apoyo paralelo a la creación de campos de concentración como el de Alcatraz de los Caimanes en Florida adonde envía a extranjeros capturados. Guerra contra la comunidad gay. Guerra contra los movimientos antifascistas ordenada directamente por Trump al declarar al denominado por él ’Movimiento Antifa’ como una ’gran organización terrorista’, a pesar de que no existe tal, pero agrupa en esa calificación a quienes se oponen al resurgimiento del nazi fascismo que él práctica.
Guerra diplomática contra el mundo desde el Departamento de Estado, incluidos sus aliados en oposición a los factores de equilibrio internacional y al diálogo constructivo en condiciones de igualdad. Guerra del Tesoro con sus medidas financieras para preserva el dólar como moneda universal. Guerra comercial con la enloquecida e irracional imposición arancelaria, para intentar doblegar al mundo. Guerra genocida con su apoyo bélico, diplomático, político e ideológico al régimen fascista de Benjamín Netanyahu y la no paralización, como prometió, de la guerra en Ucrania. Guerra de tensión y presiones que ponen en peligro la paz mundial mediante el azuzamiento de la OTAN contra Rusia y China, aprovechando una Europa subordinada, débil, temerosa y dividida. Guerra de agresión y peligrosas amenazas militares contra sus vecinos de la región con el descomunal despliegue militar aéreo y naval que viola la declaración de Zona de Paz de América Latina y el Caribe avalada por los 33 países miembros de esa Comunidad de Estados (CELAC) en La Habana el 28 y 29 de enero de 2014, al desplegar miles de soldados, buques de guerra y submarinos y activar sus bases militares en Colombia y Panamá, con la intención de amenazar con acciones militares agresivas a Venezuela y otros países del área, obligados a mantener a sus ejércitos en alerta de combate. Guerra contra dirigentes y funcionarios de gobiernos extranjeros con la aplicación de castigos y amenazas económicas y diplomática, negación de visas a los políticos de cualquier país que critiquen y denuncien lo que ocurre en Estados Unidos o se opongan al genocidio de Israel en Gaza. Guerra contra formaciones económicas y comerciales como la de los países BRICS a cuyos integrantes pretende prohibirles abandonar el dólar y comerciar con sus propias monedas y sancionarlos si desacatan su orden con sobreimpuestos de hasta más del 100 por ciento a los productos que vendan a empresas de Estados Unidos. Guerra geográfica de posiciones al proclamar ilegítimamente zona de exclusión aérea y marítima aguas internacionales en las que estén desplegadas su marina y aviación, como es el caso del Caribe. Guerra sicológica sobre la base de amenazas a Moscú de que las fuerzas de la OTAN podrán derribar drones rusos sobre el territorio de Ucrania, incluso cuando ello significa de facto una expansión de la guerra entre la alianza atlántica y Rusia, como advirtió Dmitri Medvédev, expresidente y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso.
Esas guerras trumpianas demuestran que el mundo cambia y que la contradicción principal del sistema Tierra que perduró desde el final de la II Guerra Mundial hasta hace muy poco, dejó de ser la existente entre capitalismo y socialismo, sobrepasando ese marco con una proyección más peligrosa que aquel choque de ideologías y de las necesidades sociales. Resumiendo, todo en Donald Trump es guerra, es violencia criminal y social, de palabra y de hecho, que lleva a considerar al multilateralismo y el unilateralismo como la contradicción fundamental de nuestro tiempo, y su nuevo paradigma se centra en la confrontación entre el hegemonismo y el antihegemonismo. El primero distinguido por el supremacismo exacerbado, el individualismo y la ambición extrema. El segundo por la colectivización, la convergencia y el diálogo constructivo con el bienestar de la persona humana como su eje central. Toca a los especialistas ahora definir lo más rápidamente posible y despejar los aspectos principales de esa contradicción y dar las claves para combatirlos y eliminarlos, allanando así el camino para crear ese mundo mejor posible al que todos aspiramos. Pero en la práctica, como dice el analista panameño Guillermo Castro, lograrlo requiere abandonar los clichés culturalmente populares, pero políticamente derrotistas, del apocalipsis inminente, a favor de debates sobre la configuración del futuro y la construcción de acuerdos sociales y ecológicos flexibles, en lugar de intentar usar la fuerza para preservar las cosas ante los cambios ya en marcha. Lamentablemente es lo que hace Trump con el uso de la fuerza en todas sus expresiones con lo cual se convierte en el máximo responsable del violento caos que ha transformado la casa común en un polvorín que puede estallar en cualquier momento. He ahí el apocalipsis inminente del que alerta Guillermo Castro.
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