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Febrero 18, 2019 13:26 hrs.

José García Sánchez › diarioalmomento.com

Política ›


La Iglesia Católica considera que su reino también es de este mundo sólo cuando le conviene. Ahora, a través del Presidente del episcopado mexicano Rogelio Cabrera, convocó al gobierno federal a incluir en todo debate público a las distintas iglesias del país, y pidió al Legislativo actualizar la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público, para garantizar la libertad religiosa como un derecho humano.

Si los sacerdotes, sobre todo los católicos, se autoexiliaron de muchos de los derechos de los hombres y mujeres de este mundo, no es posible que sólo cuando deben defenderse sus intereses y los de quienes los mantienen tengan derecho a debatir sobre la realidad nacional.

La Iglesia católica en México, desde la llegada de los españoles, ha estado de parte de los poderosos. En este sentido no ha cambiado nada. Cuando surge algún grupo de clérigos que expresan sus intenciones de ayudar a los más débiles, son extinguidos por el poder que emana del Vaticano. Ahí hay ejemplos de los que poco queda como la Teología de la Liberación y otros intentos por crear equilibrios y contrapesos dentro de la Iglesia Católica.

En este panorama es una verdad absoluta que el Episcopado mexicano nunca ha actuado en favor de los pobres, a pesar de que en su discurso siempre los alude. La estructura jerárquica de los sacerdotes mexicanos no permite tener más intereses que los de los ricos en el país.

Así es más fácil encontrar a un obispo o arzobispo mexicanos jugando golf con un empresario que caminando por las calles de un barrio popular. Ante esta realidad y sus decisiones de vetarse actividades propias de un ser humano, no pueden opinar siquiera acerca de una realidad de la que ellos mismos se excluyeron. Porque entrar al mundo terrenal es parte de lo que le cuestionaron a los teólogos de la liberación y una serie de organizaciones que a muchos sacerdotes les constó no sólo el trabajo sino la excomunión. Pero no excomulgan a los sacerdotes pederastas, al contrario los protegen y se convierte la alta jerarquía católica en su cómplice silencioso.

Porque para el clero católico es más grave estar del lado de los pobres que abusar sexualmente de un niño o una niña.

Ahora, el desmemoriado Rogelio Cabrera, afirmó que hoy las prácticas laicistas en México excluyen del debate a las creencias religiosas por considerarlas dogmas, ’cuando la naturaleza propia de las democracias es la inclusión de todos y todas’. El Estado es laico debe ser muy estricto con este concepto donde los pastores que encaminan almas, término subjetivo e inasible, pero son incapaces de transformar la realidad concreta de México y del mundo.

No es posible dejar de advertir la tentación de los sacerdotes por influir cada vez más en la realidad política y social de México, porque Cabrera señala que ’es indispensable la laicidad del Estado, pero el complemento es la libertad religiosa, por el aporte de las distintas creencias’.

Es decir la libertad religiosa que nunca ha sido un problema para nadie en México se perfila como contrapeso, en un momento en que los equilibrios políticos y sociales tienen a cargarse de un solo lado. Porque ante la falta de una oposición partidista sólida y de argumentos de algunos segmentos conservadores de las sociedad que no llegan a influir en la sociedad, ahora el clero se propone como un contrapeso para tener voz y voto en la realidad de un país que desde hace años empieza a abandonarlos. No sólo se van a otras religiones sino que los mexicanos se excluyen de religión alguna por considerarlas la burocracia parasitaria de la fe.

Al clero católico le sucede lo mismo que a los partidos de oposición: ven hacia afuera, cuestionan, quieren reflectores, irrumpen en una realidad social con declaraciones, pero dentro de sus organizaciones hay una decadencia y una podredumbre en el caso de la iglesia católica que deben resolver antes de intentar actuar al exterior de su muy cuestionada organización.


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El clero a misa

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