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Mayo 02, 2015 21:16 hrs.

Araceli Ordoñez Cordero › diarioalmomento.com

Cultura ›


Las horas se adormecen entre el sentimiento de flores urbanas, entre la rueca del éter, el modismo de nuestras calles, el eco del sol. ¡Canta primavera con tus guirnaldas! El ahuehuete hace sombra para leer los ojos, un guiño deshilvanado, un soplo cansado de trotar a la hora de cerrar los parpados y hablar entre luces. Es hora de ver dentro de esa oscuridad inexistente pero palpable por el hecho de soñar, es hora de ver esa luz sin nombre. Se dice nada y la nada es poco frente a lo que se ve.

¿Cuándo comenzó la vida?

Es un hecho que tarde las ordenes aleatorias se encontraron; un robot y una piedra, un mundo entre el pez y las raíces del mismo ahuehuete: ese constante fluir del río, los juegos de niños alrededor del tronco, las riñas entre zancudos y sapos, caricias de maleza y pequeños juncos. Un paraíso di formo. Ese contante miedo al mañana, despertar llorando al mirar las paredes que sangran entre muertos de palabras cortas, cortas y cierras un capitulo. Desventurados grillos desafinados, parlotean su canto y la sinfónica sigue, esperando el degüello de títeres en contra punto de egos. Correveidile que gime entre la mordida del pez chico; siendo un tiburón devora algas, ciegos los negros ojos empañados por un gota que hace florecer al desierto.

La naturaleza es sabia; manda un terremoto y un candente rugir de tierra, cada cosa en su lugar, cada letra es una formula, cada formula describe un mundo, cada mundo existe dentro del vasto infinito, como finito es el brillo de los astros, como la muerte de cada estrella, como la muerte de tu nombre, como la muerte del miedo, la muerte del ahora.



Araceli Ordoñez Cordero

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Entre letras y letras

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