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Mayo 28, 2019 14:00 hrs.

Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

Entretenimiento ›


El malinchismo comenzó a tomar fuerza entre nuestros intelectuales del siglo XIX, y representa, para los mexicanos, la subestimación de lo mexicano, la preferencia por lo extranjero y, en más de una ocasión, la traición a la patria.
Es una actitud favorable, y con frecuencia sumisa, a todo lo extranjero.
Empero, en sus raíces latina y náhuatl, no tiene relación con el extranjerismo o menosprecio a lo propio.
Dar marcha atrás al malinchismo representará un reto enorme para quien deba tomar esta decisión
Luego de leer sobre la Malinche o Marina, la escritora, periodista e historiadora Norma Vázquez Alanís, nos amplía la perspectiva al afirmarnos que La verdadera Malinche, fue muy distinta a los mitos que existen.
’Malinche no traicionó a nadie, fue expulsada por la violencia de su territorio y rodó por la vida con el deseo de volver a su casa.
Hizo lo que le tocó hacer: traducir para Hernán Cortés, porque era la única manera de lograr su libertad e irse a su lugar de origen con los suyos. Eso no la hace traidora’.
Sin embargo, la cultura popular encasilló a Malinche como el símbolo de la traición, la que prefirió a los extranjeros sobre los nativos de estas tierras.
En el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) de la Fundación Carlos Slim, se presentó una imagen más real de este personaje.
Malinche y Cortés no se enamoraron, ’porque no existe registro alguno en la historiografía de que hubo un enamoramiento entre ellos. Malinche era la esclava y estaba acostumbrada a tener relaciones sexuales con sus señores.
Cortés tenía no una, sino muchas mujeres y tenía hijos aquí y allá, se dijo.
Este tema del enamoramiento es el que ha contribuido a crear este mito de la Malinche traidora cautivada por el extranjero.
Para ello consultó con historiadores y etnoantropólogos, a fin de conocer quién era Malinche, dónde están y cuántas referencias de ella existen en la historiografía.
Y así contar la historia desde el punto de vista de una mujer indígena de hace 500 años.
Malinche no podía saber cuál era su destino cuando se la entregaron a Cortés.
Ella solo quería sobrevivir.
Cortés era dueño y señor de tierras.
Comentó que se había decidido por una Malinche tímida y temerosa -no bulliciosa y entrometida como la pintó Bernal Díaz del Castillo.
Y un pilón como diría don Octavio García:
A Malinche o Marina le toco vivir en un lugar donde la educación era obligatoria y satisfecha plenamente. Los servicios médicos y sanitarios gratuitos. El alcoholismo y la delincuencia, si lo hubo, eran mínimos.
Como mujer de esas tierras, nació con un quehacer y una misión que cumplir. Como princesa, tuvo una educación especial; y además de su lengua materna, aprendió otros dialectos con gran facilidad, lo que le permitió ascender rápidamente como diplomática.
Mujer bella, de ojos negros, almendrados, un esbelto cuerpo y una piel suave, atraía la mirada de los varones. Bernal Díaz del Castillo la describió como ’una india de muy buen ver, muy desenvuelta y muy entrometida’
Su nombre original, al parecer, fue Tenépal, hija de un cacique de Painala, lugar cercano al río Pánuco, en los confines del territorio dominado por los mexica. A la muerte de su padre fue vendida por su padrastro a unos pochteca (mercaderes) que la llevaron de Xicalango a los dominios mayas de Tabasco.
Junto con otras 19 jóvenes, fue obsequiada a los españoles a su llegada a tierras amerindias y fue bautizada con el calificativo cristiano de Marina, nombre que los aborígenes convirtieron en Malina, por no existir el fonema ’r’ en la lengua náhuatl.
Más adelante se le agregó el sufijo reverencial (por ser una princesa) ’Tzin’, lo que le convirtió en Malintzin.
Por la cercana presencia de Malintzin a Hernán Cortés –como su intérprete en varias lenguas- pronto comenzaron a llamar al conquistador Malintzine, esto es, ’el que posee a Malintzin’, y el nombre de ella, pronunciado por los hispanos pasó a ser ’Malinche’ en el caso de ella y el señor Malinche, para el español.
Ella sufrió el trauma psicológico al pasar de su condición privilegiada, como hija de un tlatoani o cacique, a esclava en tierras extrañas étnica, cultural y lingüísticamente.
Su primer poseedor fue Portocarrero, luego Cortés y, más adelante, el mismo conquistador la casó con Juan Jaramillo, sin que doña Marina objetara la determinación de su señor en turno.
Su inteligencia iba aunada a su educación—como la de toda mujer náhuatl—de obediencia y respeto a su señor. También era importante su ayuda en el hogar y tras el campo de batalla. (Costumbre que prevaleció hasta la revolución de 1910 con las ’soldaderas’)
craveloygalindo@gmail.com



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Fue traductora de Cortés

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