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Enero 24, 2019 08:29 hrs.

José García Sánchez › diarioalmomento.com

Política ›


Algo debía surgir como resultado de la Cumbre de Davos para que no muriera dicha reunión que ya no tiene funciones reales. Era necesario colchar a un monigote que se proclamara Presidente de algún país latinoamericano, para demostrar sobrevivencia.

Ante la falta de quórum y dentro de ese quórum, la falta de consenso y dentro de ese consenso la insustancial reunión de quienes no sabían para qué habían sido convocados, debía surgir una noticia que estuviera a la altura que sus sobrevivientes todavía consideran poseer.

Y como no quieren reconocer la muerte del concepto que los unifica ni mostrar debilidad, crearon la figura latina del desconocimiento del gobierno de Nicolás Maduro para sostener la mirada del mundo en ellos y hacer creer que el modelo económico que abanderan todavía respira.

La autoproclamación es el peor atentado a la democracia que Estados Unidos cree su estandarte y dice defender. Ahora, en Venezuela, utiliza a grupos de inconformes por ver perdidos sus privilegios, como carne de cañón para intentar desestabilizar un régimen cuyo liderazgo está muy claro. El grupo que apoya a Juan Guaidó es una especie de PAN tropical y el que se dice presidente de ese país es un Marko Cortés nostálgico de las dictaduras, pero con lógica en su discurso. Es grotesco.

Ha terminado en el planeta la época de los mercados abiertos, de la privatización, de la desregulación de la inversión pública hacia la privada, etc. Pero también los añejos polos de poderío económicos han dejado de ser escenario en el que se asentaba la Cumbre de Davos.

La desigualdad y el nulo crecimiento en los países que impulsaron la globalización ahora quieren darle respiración artificial y mientras alargan la agonía crean una cortina de humo en Venezuela para que el mundo voltee hacia otro lado. De ahí que los pocos asistentes a Davos no sabían si estaban en un sepelio o en el ensayo general de una función de circo.

Cuando se desconoce el paso a seguir dentro de un proyecto condenado al fracaso, se opta por volver a soluciones viejas que dieron resultados relativos. Ante el desconocimiento de la historia, disparan dardos al vacío del tiempo haciendo creer que son misiles.

Ese momento en que decidieron los poderosos, encabezados por Estados Unidos, intentaron descarrilar el tren de la revolución bolivariana en Venezuela, acción que paralelamente servía para darle a Jair Bolsonaro el liderazgo económico y político de América Latina. Un liderazgo que México perdió a causa de los gobiernos neoliberales, que ahora velan al muerto en Davos.

Con ese emisario del pasado como presidente de Brasil, la descomposición de la globalización y el enemigo inamovible en Venezuela, no tuvieron otra alternativa que repetir las mismas operaciones que realizó la Casa Blanca en los 70 en Chile con Allende y hasta hace un par de años en Brasil con Dilma Rousseff, a través de la CIA. También recurren a las experiencias en Argentina cuando manipulaban la prensa contra Néstor y Cristina Krishner, por no sujetarse a los designios del FMI y el Banco Mundial.

Viejos métodos para problemas nuevos. Esa fue la esencia de la globalización que ahora fallece en los brazos de sus creadores. El problema no radica en la violación a los derechos humanos sino en la desobediencia hacia Estados Unidos.

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Globalización agoniza

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