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Septiembre 15, 2018 00:35 hrs.

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15 de septiembre de 2018

Primera lectura
1 Cor 10, 14-22

Queridos hermanos: Huyan de la idolatría. Me dirijo a ustedes como a hombres sensatos; ustedes mismos juzguen lo que voy a decir: El cáliz de la bendición con el que damos gracias, ¿no nos une a Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan. Consideren al pueblo de Israel: ¿no es cierto que los que comen de la víctima sacrificada en el altar quedan unidos a él?

Con esto no quiero decir que el ídolo represente algo real, ni que la carne ofrecida a los ídolos tenga algún valor especial. Lo que quiero decir es que, cuando los paganos ofrecen sus sacrificios, se los ofrecen a los demonios y no a Dios.

Ahora bien, yo no quiero que ustedes se asocien con los demonios. No pueden beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No pueden compartir la mesa del Señor y la mesa de los demonios. ¿O queremos provocar acaso la indignación del Señor creyéndonos más poderosos que él?

Palabra de Dios
Te alabamos, Señor

Salmo Responsorial
Salmo 115, 12-13. 17-18
R. (17a) Señor, te ofreceré con gratitud un sacrificio.
¿Cómo le pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Levantaré el caliz de salvación,
e invocaré el nombre del Señor.
R. Señor, te ofreceré con gratitud un sacrificio.
Te ofreceré con gratitud un sacrificio
e invocaré el nombre.
Cumpliré mis promesas al Señor
ante todo su pueblo.
R. Señor, te ofreceré con gratitud un sacrificio.
Secuencia

La Madre piadosa estaba
junto a la cruz, y lloraba
mientras el Hijo pendía;
cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

¡Oh cuán triste y afligida
estaba la Madre herida,
de tantos tormentos llena,
cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena!

¿Y cuál hombre no llorara
si a la Madre contemplara
de Cristo en tanto dolor?
¿Y quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?

Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.

¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.

Y, porque a amarlo me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo;
porque acompañar deseo
en la cruz, donde lo veo,
tu corazón compasivo.

¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas
que el llanto dulce me sea;
porque su pasión y muerte
tenga en mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio;
porque me inflame y encienda
y contigo me defienda
en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.

Aclamación antes del Evangelio

R. Aleluya, aleluya.
Dichosa la Virgen María,
que sin morir, mereció la palma del martirio
junto a la cruz del Señor.
R. Aleluya.

Evangelio
Lc 2, 33-35

En aquel tiempo, el padre y la madre del niño estaban admirados de las palabras que les decía Simeón. Él los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: "Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma".

Palabra del Señor
Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión del Evangelio de hoy

Sufrimiento, obediencia, salvación

El texto de la Carta a los Hebreos que hemos leído hoy en la Liturgia de la Palabra nos ayuda a profundizar en el sentido de la vida y muerte de Cristo: «a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna.»

Sufrimiento, obediencia, salvación: tres palabras esenciales para comprender el carácter sacrificial de la muerte del Señor. Porque, Cristo es el Sumo Sacerdote, el mediador entre Dios y el pueblo, que ofrece a Dios el sacrificio perfecto de sí mismo, el homenaje filial de su obediencia.

Dios se hace hombre y así da origen a una nueva humanidad. Es así como se enraíza el ser Dios en el ser hombre de modo irrevocable, y, desciende hasta los abismos más profundos del ser humano; se abaja hasta la cruz. Dios ha vencido nuestra soberbia con la humildad y con la obediencia de la cruz.

Jesús tenía una alta conciencia de su misión y una fe profunda en que su sacrificio sería eficaz para nuestra salvación. Esta convicción es lo que le hizo superar definitivamente el miedo que, como Hombre verdadero, le provocaba la cercanía de la Cruz y de la Muerte

Es la novedad del sacerdocio de Cristo: que toda su existencia es sacerdotal y la realiza en la obediencia al Padre, en la entrega a una muerte de cruz, para liberarnos del pecado y de la muerte.

A través de la cruz de Cristo, Dios se ha acercado a los hombres de todos los tiempos. Y, ahora, todos doblamos la rodilla ante Jesucristo, seamos conscientes de ello o no lo seamos.

La Palabra de Dios, hoy nos habla de la obediencia de Cristo, que no es simple sujeción, ni un simple cumplimiento de mandatos, sino que nace de una íntima comunión con su Padre y, consiste en una mirada interior que sabe discernir aquello que «viene de lo alto» y «está por encima de todo».

Muchas personas necesitamos descubrir esta obediencia, que no es teórica sino vital, que es optar por una conducta concreta, basada en la obediencia al querer de Dios, viviendo con ello, en profundidad, la ’libertad de los Hijos de Dios.

Al pie de la cruz, y, unida a su hijo
El Concilio Vaticano II, en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia, en el nº 58, habla así de María al pie de la cruz: «También la Santísima Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por designio divino, se mantuvo de pie, sufrió profundamente con su Hijo unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado.» Consentir en la inmolación de la víctima que ella había engendrado fue como inmolarse a sí misma.

Esta presencia de María al pie de la Cruz es la culminación de la «Hora» anunciada por Jesús en las ’Bodas de Chaná’.

Ahora es cuando se hace realidad y se despliega, el sentido de la venida de Jesús al mundo: cuando se consuma la Hora fijada por el Padre. Se va a consumar la nueva y definitiva Alianza.

Ésta es la Hora de la máxima revelación del amor del Dios a los hombres, la expresión culminante del amor de Cristo a los suyos, la plena entrega de amor de Jesús al Padre y, el momento de la derrota del poder del príncipe de este mundo.

Y, en este momento cumbre está María. Su presencia no es casual, ni solamente un testimonio de su sentimiento maternal, sino que posee una profunda significación teológica. Está allí como la mujer, aquella de cuyo linaje saldría el Salvador del mundo. Por eso, Jesús agonizante, la llama con el nombre de ’Mujer’.

María está junto a la cruz, herida profundamente en su corazón de madre, pero erguida y fuerte en su entrega. Es la primera y más perfecta seguidora del Señor porque, con más intensidad que nadie, toma sobre sí la cruz y la lleva con amor.

Que Nuestra Señora de los Dolores nos ayude a vivir, como Ella: con amor, fe y fortaleza ’de pié, junto a la Cruz de su Hijo’.

… ¡Y, muchísimas felicidades para quienes hoy celebran su santo!

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Junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre

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