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Diciembre 22, 2018 17:28 hrs.

Fernando Amerlinck › diarioalmomento.com

Política ›


El tren devoraba el acero de la vía desde hacía ya mucho tiempo, cada vez a más velocidad. Tan rápido iba que algunos pasajeros pidieron al maquinista aminorar un poco su paso, no fuera a pasar lo que a La maquinita:



El tren que corría por el ancha vía de pronto se fue a estrellar / Contra un aeroplano que andaba en el llano volando sin descansar / Quedó el maquinista con las tripas fuera mirando p’al aviador / Que ya sin cabeza buscaba un sombrero para taparse del sol.



A bordo viajaba un maquinista opositor, que ya llevaba mucho tiempo criticando al conductor y diciendo que el tren iba a chocar y era una pesadilla. Arengó a los pasajeros y de plano decidió meter un frenón, tras convencerlos de que el tren iba viajando en sentido contrario al correcto. Él sí miraba hacia adelante.



Claro. Ese maquinista viajaba en el cabús del tren y veía angustiado cómo el territorio se alejaba, y con la distancia se iba haciendo chiquito. Desaparecían con cada vuelta de las ruedas aquellos felices parajes que había conocido en su infancia y adolescencia; apenas se columbraban allá, lejos, casi invisibles en el horizonte. Había riesgo de abandonarlos para siempre, y eso no era cosa que un amante del progreso pudiera permitir.



Así el nuevo maquinista, con apoyo de más de la mitad de los pasajeros, decidió meter freno y restaurar el idílico período de la más orgullosa historia de los viajes, cuando abundaba el petróleo, los gansos no se cansaban y la Madre Tierra no se quejaba: la Patria era el maíz. El frenón fue seco, pero sorprendentemente calmo y sin mayores aspavientos.



Tras recalentar sus calderas ahora sí avanza el tren en dirección inversa, pues los únicos pasajeros aceptables son progresistas y abominan de los viajeros conservadores que hicieron un modelo ferrocarrilero neoliberal. En esta nueva era la locomotora acelera rumbo al paraíso perdido; a un desarrollo ferroviario estabilizador manejado por un solo tren que camina un solo itinerario con un maquinista vitalicio.



Ese maquinista pareció consultar a algunos pasajeros amantes del tren, que además simboliza la gesta patriótica contra la dictadura; señeras locomotoras haciendo chucu chucu transportaron a las tropas revolucionarias, desde el apóstol Madero hasta los constitucionalistas de Querétaro. Quedaron descartados en esa consulta los neoliberales aviones, que sólo a ricos y turistas extranjeros sirven. Peor aún: necesitan aeropuertos de relumbrón que no respetan a los patos. El tren es la única respuesta, fuera y dentro de la tierra maya.



La locomotora es de vapor por ser ecológica; los vagones son de moderno acero y el cabús, amueblado por don Porfirio (desde donde maneja el nuevo maquinista), es un portento de austeridad. En cuanto a los pasajeros, tienen preferencia los que viajan gratis porque para bien de todos, primero los lúmpenes que se subieron en la última estación y ocupan ya las butacas y curules donde se sentaban lsos privilegiados indeseables que costaban demasiado; los bajaron a patadas al andén. A varios empleados los están aventando desde el tren en marcha porque no están en el Sindicato Único Ferrocarrilero. Y en la estación subieron al furgón de carga una aplanadora, nomás para lo que se ofrezca.



Bien se sabe que en transportación ha habido tres fases. La primera se basaba en carrozas, diligencias, carromatos, berlinas, calesas, cabriolés, birlochos y demás carros de cuatro ruedas tirados por caballos; en ellos viajaba el cura Hidalgo. En la segunda, el país estaba tan achicado y empobrecido por las guerras y la Reforma que no alcanzaba para ruedas, sólo para burros, mulas, pencos, jamelgos y caballos (Juárez, con su singular acceso a los fondos públicos, sí tuvo un mítico carruaje en que en que ’iba cargando a la Patria’, en que viajó hacia una telenovela de bronce). La tercera época del transporte público vino con los ferrocarriles, símbolo de la Revolución (varios historiadores neoliberales dicen que son obra de Porfirio Díaz). La Cuarta Transportación (4T) ocurre cuando los ferrocarriles se manejan en reversa desde el cabús al compás de una ideología progresista anticonservadora que conserva lo pasado y lo preserva para ya no cambiar.



Ese tren rueda veloz por rieles ya conocidos porque hay prisa por restaurar lo antiguo y traer de regreso el progreso progresista a la vanguardia de la retaguardia que abomina del conservadurismo neoliberal para conservar entusiastamente el paleolítico preneoliberal. Y así la máquina sigue, pita, pita y caminando.

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La Cuarta Transportación

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