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Noviembre 29, 2013 20:46 hrs.

Fernando Amerlinck › diarioalmomento.com

Política ›


A la memoria del inolvidable Armando Ayala Anguiano (1928-2013)

Las fechas-cadáver son contrahechura mexicana, expresión viva de nuestra perseverante historia-cadáver. Es historia podrida, mitos inútiles que obligan a la patria a añorar —como ideal colectivo— un conjunto amorfo de muertos insepultos, apestosos, corruptores.

Agradezco el término de fecha-cadáver a Gerardo de la Concha (El 68 está muerto, La Razón, 16.11.2013):

“En la historia, hay fechas enterradas y fechas-cadáver. Las primeras representan memoria, conmemoración, símbolo. Las segundas, las fechas-cadáver, son tan sólo mito insepulto, contaminación pestífera, emblema putrefacto. Quizás suenen duros estos calificativos, pero es necesario se entierre ya el 68, la fecha-cadáver que muchos todavía pretenden llevar por aquí y por allá con el propósito de imponer algo muerto como el tema más vivo de una sociedad conformista.”
Acertadísimo término de un pensador inteligente y original para evocar nuestra historia asesina. Asesina del futuro: destruye posibilidades y extermina proyectos de vida de personas reales de carne y hueso. Esa historia amarra la mirada al retrovisor, con las pálidas sombras del negro espejo de obsidiana que sobajaba al hombre y le alimentaba las pulsiones bárbaras de Tezcatlipoca: seguir los impulsos rastreros de la serpiente y olvidar su plumaje de quetzal, evocador del ave que surca libremente el cielo abierto. En esa dualidad de Quetzalcoatl (que narró bien José López Portillo) hoy gana Tezcatlipoca.
Nuestra época mundial no es pródiga en los ideales constructivos y fructíferos que en tiempos más luminosos hicieron a la humanidad progresar y remontarse. Hoy que advertimos un futuro difícil, gustan en la tv, juegos y libros las series de muerte, desde los vampiros hasta algo aún más descabellado: los muertos vivientes y el Apocalipsis zombi. En períodos de encrucijada como este, sufrimos además en México un pesadísimo lastre de zombis. Zombis históricos, políticos, ideológicos, económicos, psicológicos; todos tan mentirosos como el conde Drácula que vive una eternidad.
Zapata vive / la lucha sigue corea cualquier manifestante al invocar como vivo a un muerto. Igual que cualquier otro “héroe” de bronce y marmóreas frases, Emiliano tuvo carne y hueso. (Para entender a un hombre tan fallido hay que leer el indispensable libro de 1998 “Zapata y las grandes mentiras de la revolución mexicana” del recientemente finado Armando Ayala Anguiano.) Fueron de carne y hueso Iturbide, Santa Anna, Juárez, Porfirio, Obregón, Carranza, Cárdenas, Salinas o cualquier héroe o antihéroe. Y hay demasiadas fechas, causas o gestas cadaverizadas en mitos que nada ofrecen a la gente real de hoy. Hay que leer los textos de historia de México de Armando Ayala.
El hoy tumefacto movimiento de 68 lo hizo gente viva pero sus ya ancianos caudillos lo convierten en zombi y heredan su legado, para custodia y veneración, a los truhanes de la CNTE, ésos que arruinan a quien sea con tal de mantener intactas sus inmunidades e impunidades y cuyos privilegios fiscales sindicales no tocó la “reforma” recientemente aprobada por un gobierno que apapacha y billetea a sus enemigos con dinero que nos quita mientras presume de su “reforma” “social”. Y ahora la CNTE y los sindicalizados de una empresa-cadáver —Luz y Fuerza del Centro— se alían para defender otro difunto viviente: el mito del petróleo monopolizado. Todos con el innoble propósito de paralizar al país y hacerlo reventar en violencia revolucionaria y delincuencial.
Un mito no es necesariamente malo. Lo define la Academia: “Narración maravillosa situada fuera del tiempo histórico y protagonizada por personajes de carácter divino o heroico. Con frecuencia interpreta el origen del mundo o grandes acontecimientos de la humanidad.” Hay mitos benéficos, leyendas evocadoras y hermosas tradiciones, como el águila que se posó sobre un nopal con una serpiente en el pico, o el de Quetzalcoatl, liberador que prometió regresar para ofrecer nuevas perspectivas al pueblo que lo conoció.
Nada que ver con mitos-tabú-cadáver que aherrojan a la mente e impiden nuevos espacios. Ejemplos: es buena la rectoría estatal sobre la economía ¡y es posible ejercerla! La educación es asunto exclusivo del gobierno. Los impuestos son redistributivos. El impuesto sobre la renta es justo. El petróleo no es una industria o negocio sino que es la patria. Nuestras desventuras se deben a que hace más de siglo y medio nos quitó Estados Unidos la mitad más grande.
Esos mitos no conducen a nada que ilumine un mejor futuro para México. Mantenerlos vivos manifiesta una enferma psicología colectiva, una lamentable incongruencia entre intenciones y resultados, y nunca un ánimo responsable para proyectar a la nación hacia el futuro. No resisto al siempre citable Churchill: “Si abrimos pleitos entre el pasado y el presente, habremos de ver que perdimos el futuro. Los imperios del futuro son los imperios de la mente.”
Es cierto. Vampiros y zombis, expresiones infernales de una cultura de la muerte, son creaciones fantasiosas para un público ávido de entretenimiento pero no pueden existir. Los zombis, imposibles bajo cualquier ley física o biológica, sólo habitan en la fantasía consciente, subconsciente e inconsciente del México standard: el México más ordinario, chiquito y mediocre.
Todo se origina en el imperio-niño de las mentes que se creen el catecismo mitológico nacional y que además gozan de suficiente poder para meterle freno de mano al país y hacer creer que eso es bueno. Los más señeros legatarios del ancien régime, que con banderas de otro color mantienen viva en su mente la historia-cadáver y los mitos fundadores de nuestra historia zombi, fueron priistas. ¿Nombres? Aparecieron en el periódico de hoy: defienden la soberanía petrolera y causas políticamente muy, pero muy correctas. Los más conservadores emisarios del pasado y caudillos de la mitología cadavérica no se limitan a los expriistas Cárdenas y López Obrador.
Se forma así en las mentes mexicanas un ectoplasma mitológico, una excrecencia mortífera que desborda a los sacerdotes de la corrección política y contagia a todo un país. Mandan a sus monaguillos a bloquear las calles y ultrajar a la gente que sí es productiva y sí tiene una forma honesta de vivir. Y plasman tales delirios en discursos y leyes y hasta en la Constitución, para así alumbrar un futuro lleno de prosperidad al practicar de nuevo lo que una y otra vez nos ha arruinado.
El más reciente freno de mano contra México son los nuevos impuestos, fruto de una mitología aún viva: el keynesianismo permea al almodrote fiscal propuesto por el “nuevo” PRI y aplaudido por el viejo (el PRD) con cadavéricos y mitológicos conceptos: deben pagar más proporción los ricos; el déficit produce desarrollo; el gobierno no tiene fines de lucro y por eso administra mejor que el sector productivo; el gobierno puede combatir la pobreza y la desigualdad; y el nuevo mito-tabú fiscal: el iva es un impuesto perverso.
Todo eso quita aire al ave mexicana que quiere volar libremente. Es Tezcatlipoca quien proyecta hacia nuestro porvenir su luz negra desde el vagón trasero de un ferrocarril que lleva décadas descarrilado aunque sueñen en que sigue pita y pita y caminando en este país que no da profana sepultura a las teorías y doctrinas demostradamente fallidas. ¡Sigue habiendo marxistas! ¡Sigue habiendo socialistas! ¡Sigue habiendo keynesianos!
La única oferta de los mitos cadavéricos es lo que hemos sufrido hasta el cansancio: muerte y parálisis, miedo y mentira, ineficacia y pérdida, despilfarro y destrucción. La historia zombi nos arruina. Los mitos huecos y putrefactos no abrirán jamás el futuro. Hace falta cultura, imaginación y valor para combatir desde el poder a los zombis. Peña iba bien pero su tropezón fiscal dio un mentís a quienes le veían espolones de estadista.

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La historia zombi

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