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Diciembre 20, 2013 19:54 hrs.

Armando Velasco Castrejón › diarioalmomento.com

Cultura ›


Cuando era niño, una mañana que paseaba a la orilla del riachuelo, encontré a un hombre de pelo largo y lacio, barbado, remojándose sus pies hinchados de tanto caminar.
Sus ojos brillaban con un fulgor felino. Era de mediana edad; su cuerpo se veía vigoroso a pesar de su delgadez y su rostro reflejaba melancolía y tristeza.
No sé por qué, quizás por la fascinación que ejerce en las mentes infantiles lo exótico, lo desconocido, me atreví acercármele y hablarle.
Como buen chiquillo, le pregunté sin mayor preámbulo… “¿Quién eres?”.. Al contestarme sonrió y dijo, “Nadie, sólo un vagabundo”. ¿Un vagabundo?... ¿Qué es un vagabundo?.. Pregunté nuevamente. Sonrió más ampliamente y acariciando mi pelo, dijo: Un vagabundo es un desconocido que camina por la vida. Que no sabe a dónde va ni que es lo que quiere. Que camina sólo por caminar y que nunca se detiene porque cree que el bosque de adelante siempre es más verde y más hermoso su horizonte. Un eterno peregrino con la brújula extraviada, que va a todas partes y en todas es el mismo, pues como no sabe lo que busca, tampoco sabe lo que encuentra.
Chiquillo, como era, no comprendí muy bien sus respuestas. Me parecían un acertijo muy complicado. Me distraje un poco y cuando voltee a mirarlo, ya había emprendido el camino. Caminaba con ese andar de la gente de campo, que parece que no se esfuerza al hacerlo y de repente, no lo vi más.
Chiquillo al fin y al cabo, se me olvidó aquel episodio. Crecí, me fui del pueblo buscando nuevos horizontes, otras realidades, una nueva y diferente vida.
Hice de todo. Estudié, trabajé, me enamoré, tuve mujer e hijos. Los perdí. Me perdí. Caí en el nada me importa. Dejé de creer. Solamente vivía y vivía al día. Pasaron muchas mujeres por mi vida, tan vacías como yo, igual de desilusionadas, sin nada porque luchar.
¿Cuánto tiempo pasé así?.... Lo ignoro. Pero un día regresé a mi pueblo. Fui a los antiguos parajes que frecuentaba de niño; me mojé los pies en el riachuelo, busqué las viejas marcas que con la navaja había dejado en el tronco de la higuera, que por cierto, se había achaparrado tanto que su sombra ya casi no me daba cobijo.
Las campanas de la blanca iglesia esparcían su llamado a misa. La gente pasaba a mi lado y volteaba curiosa a verme, cómo preguntándose ¿Quién será ese loco que habla solo?... y seguían su paso como si tuvieran prisa por ir a ningún lado.
Me senté en las raíces de la higuera y enjugué el sudor de mi frente. Cavilé un rato, divagando y me di cuenta que el tiempo, como las aguas del río, no es el mismo. No son las mismas aguas con las que me mojé tantas veces. Esas se fueron para no volver.
Y entonces lo vi. Allí estaba aquel chiquillo de grandes ojos cafés, de mirada interrogante y tímida sonrisa. Como de golpe, los recuerdos afloraron en mi mente. Recordé cómo hacía muchos años, en ese mismo lugar había visto y platicado con el vagabundo. Recordé mis preguntas y antes, que él hiciera las suyas, le acaricié el pelo y le dije soy aquel que una vez estuvo en tu lugar. Que hizo las mismas preguntas que me quieres hacer. Y emprendí el camino de regreso.
Las piedras con las que tropecé y que me hirieron los pies, aunque quise apartarlas, las dejé donde estaban, pues pensé: Nadie tiene el derecho de vivir vidas ajenas; si no aprende de sus propias experiencias, nada aprende, sólo obtiene el conocimiento vano que le permite ir por la vida sin detenerse a buscar su significado.
Caminé hasta agotarme. Recorrí la polvorienta senda que tantas veces anduve de niño, de joven y que hoy me causa fatiga pues la edad me agobia. Ya no tengo el aliciente del futuro. Voltee hacia el pueblo, vi el riachuelo, la vieja higuera, las torres del templo. Y adiviné a la distancia, al niño mirándome, preguntándose quien era yo, que hacía, porque caminaba solo y hacia donde iba. Recordé las preguntas de mi infancia, mis temores, mis sueños, mis esperanzas. Las lágrimas corrieron por mis ojos humedeciendo mis mejillas. Miré hacia el cielo y alzando los brazos para acallar aquel torbellino de pensamientos, me di cuenta de mi realidad: Soy aquel, el que pudo ser. El de la eterna pregunta, el que no encuentra respuestas, porque no sabe lo que está preguntando. Pasó la vida por mí y yo no la viví. Sólo la sufrí porque quise hacerlo. No fui feliz porque nunca busqué la felicidad y si lo hice, busqué donde no debía: en todas partes, menos en mi interior, donde residía.
El arrepentimiento llega tarde, cuando llega. ¿No pude ser aquella alma sencilla que siempre agradece lo que recibe?.. No. Jamás quise conformarme con nada. A cada don que recibía, pedía otro y otro y otro. Nada me satisfizo. Mis merecimientos eran tantos y los dones que recibía tan pocos, que viví en la eterna insatisfacción.
Regresé presuroso por mis pasos. Comencé a apartar las piedras, limpié las malezas del camino, dejé marcas para señalar la ruta, puse puentes para cruzar los arroyos y bastones para que los de pies vacilantes tuvieran un asidero. Y si es cierto que nadie tiene derecho a vivir vidas ajenas, también es cierto que podemos facilitar el camino y ayudar a quienes vienen detrás de nosotros. Así como hubo quienes nos tendieron su mano para ascender en la empinada cuesta de la vida, así nosotros debemos ayudar a los que nos siguen.
Caminé con mayor tranquilidad. Al fin tenía paz por la satisfacción de hacer algo correcto.
Al cabo de un tiempo, llegué a lo que llamaba mi hogar y con tranquilidad me puse a arreglar mis asuntos. A terminar y cerrar los ciclos que permanecían abiertos.
Lo que hice hecho está. No puedo remediarlo, pero si perdonar y perdonarme. Ahora se, que muchas de las cosas que hice y que me causaron dolor, fueron circunstancias propias de la vida que no supe manejar por mi necedad, por mi inmadurez, por mi falta de conocimientos, por mi escasa evolución.
Y ahora, tranquilo veo la vida en forma diferente, ya no la sufro. La disfruto. Al fin supe dónde buscar y encontrar mi respuesta. Cesó mi eterna búsqueda: encontré la paz, reconciliándome con la vida, conmigo, con mi familia y sirviendo al prójimo con amor.

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La eterna búsqueda

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