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Septiembre 14, 2018 23:33 hrs.

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Septiembre 11, 2018
El trecho social que hay entre las mujeres y los hombres ha disminuido conforme han pasado los años. Pero hace apenas un par de siglos, ser mujer difería mucho de ser hombre: las actividades permitidas para uno y otro sexo, así como las formas de relacionarse con los demás eran muy distintas entre sí. Si no era dentro de un convento o de la corte, las mujeres no podían entrar al universo de la alta cultura. Su acceso a la educación profesional estaba restringido por normas sociales que reservaban su participación a los espacios privados. Bajo esas condiciones, ¿cómo vivieron las mujeres la revolución de Independencia que sacudió a México entre 1810 y 1821?

El romanticismo o la puerta de entrada al mundo
Para responder a la pregunta que nos planteamos, hay que considerar que el siglo XIX no fue un siglo agitado sólo en términos políticos y administrativos, sino también sociales y emocionales. Uno de esos momentos en el desarrollo de la humanidad que rompió muchos paradigmas del pasado y sentó nuevas bases para el futuro. A finales del siglo XVIII, se desarrolló en Europa una nueva sensibilidad artística y filosófica denominada Romanticismo. Este cambio constituyó una de las primeras grandes revoluciones culturales que se extendió por todo el mundo Occidental y su presencia sigue influyendo la forma en que hacemos y entendemos el arte hoy en día. Ideas como la ’originalidad’ o la ’genialidad’ son una herencia romántica a la que no estamos aún dispuestos a renunciar.

El romanticismo no fue sólo un estilo artístico, sino también una forma de vida. Una manera de habitar el mundo. La separación de actividades para espacios públicos y privados, por ejemplo, es una de las consecuencias de la sensibilidad romántica que modificó de una vez y para siempre nuestra concepción de lo permitido y lo apropiado. Ante la fuerza de la razón que impuso la Ilustración, el romanticismo otorgó validez a la verdad subjetiva y a formas de conocer que exceden la razón: la intuición, la imaginación y lo sobrenatural ganaron un terreno antes confiscado.

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El Congreso de Chilpancingo, convocado por José María Morelos y Pavón en 1813, sacerdote católico mexicano que se convirtió en líder del movimiento tras la ejecución de Miguel Hidalgo, refrendó la declaración de Independencia y el 6 de noviembre firmó el primer documento legal de separación de España (Foto de Universal History Archive/Getty Images).
En el caso de las mujeres, una forma de romanticismo se expresó en actividades que se popularizaron durante el siglo XIX, como las demostraciones de música en la sala del hogar, las tertulias, la lectura de novelas y la afición a la ópera. De acuerdo con la especialista Monserrat Galí, en México, las mujeres fueron las principales difusoras del romanticismo por medio de artes asociadas con el cuerpo y con prácticas colectivas. En particular, relacionadas con la música:

La música llenó muchos espacios de la vida femenina: forma de educación y molde de la sensibilidad; modelo a imitar (en el caso de la ópera) y código secreto a través del cual se expresaron ideas y sentimientos que la sociedad reprimía; medio de comunicación con el sexo opuesto y eventualmente medio de seducción; transmisor de pasiones amorosas pero también consuelo de las decepciones sentimentales’, asegura la dra. Galí.

La Güera Rodríguez y la moral cortesana del Antiguo Régimen
La Güera Rodríguez es un personaje célebre de los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, por sus relaciones públicas (se dice que fue pareja sentimental de Agustín de Iturbide, Simón Bolívar y Alexander von Humboldt) y por su presencia en el ideario colectivo de la Nueva España que estaba por convertirse en la capital del país. Su nombre completo era María Ignacia Rodríguez de Velasco de Osorio Barba y Bello Pereyra y era una mujer educada a la usanza del Antiguo Régimen.

Según la tesis de Galí, la Güera es ejemplo paradigmático de la forma en que era educada una mujer rica a finales del siglo XVIII y es representante de un modelo de feminidad que se vería transformado por la entrada del romanticismo y, más tarde, por las rebeliones armadas en México. Doña María Ignacia vivió los primeros años de su vida en una ciudad de apenas 137 mil habitantes, de los cuales sólo 27 mil pertenecían a su clase social. A pesar de ello, testimonios de la época señalan que la Güera se distinguía por su ’gallardo entendimiento’, ’su fértil inventiva’, sus ’gracias y buenos dichos’. Era buena para escribir, para bailar y para interpretar música.

Entrada triunfal de Agustín de Iturbide a la Ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821 (Foto de DeAgostini/Getty Images).
Una de las actividades permitidas para las mujeres de esa época era el cortejo, gracias al cual la Güera tuvo fama y reconocimiento. Fue de conocimiento común que el general Iturbide cambió la ruta triunfal del Ejército Trigarante para pasar frente a su balcón y entregarle una pluma de su sombrero. En el siglo XVIII, el cortejo (también llamado chichisbeo) no era mal visto, pues el pretendiente podía contribuir a cubrir los gastos caprichosos de las señoras. Galí señala que cuando el esposo de la Güera la denunció por infidelidad ante las autoridades, recibió burlas y críticas.

Doña Ignacia pertenecía a la aristocracia novohispana y seguía, como las aristócratas peninsulares, el ejemplo de la sensibilidad francesa. Sin embargo, hacia el final de su vida (entrada en su cuarto matrimonio) su moral y su comportamiento se hicieron más recatados, en respuesta al desarrollo de una burguesía revolucionaria.

Leona Vicario y la moral ciudadana de la nueva burguesía
Del otro lado del río, está el personaje histórico de Leona Vicario. Mujer célebre por su colaboración indómita y astuta con los rebeldes de la Guerra de Independencia, doña María de la Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador es la representante del surgimiento de una moral ciudadana en el panorama mexicano.

Monserrat Galí contrapone la figura de Leona a la de la Güera porque, vistas a la par, son modelos de lo que sucedió con la condición femenina en el cambio de siglo. La primera gran diferencia en sus biografías es que Leona Vicario escogió a su marido con los dictados de su corazón. Destinada a casarse con Octaviano Obregón, Leona se enamoró de un joven pasante de derecho en el despacho jurídico de su padre. Cuando Obregón viajó a España por asuntos de política, la joven aprovechó la ocasión: canceló su compromiso y manifestó sus deseos de unirse a Quintana Roo. Esa unión le mereció muchas críticas por parte de intelectuales como Lucas Alamán, que la juzgó oportunista. Ella contestó con una carta pública que aún hoy se conserva y es una defensa de las mujeres:

Confiese Ud. Sr. Alemán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos, y que los deseos de gloria y de la libertad de la patria no les son unos sentimientos extraños; antes bien, suele obrar en ellas con más vigor […]’.

Leona Vicario fue un gran elemento en la lucha revolucionaria. Perteneció al grupo secreto de Los Guadalupes, que estaba conformado por criollos que compartían la causa insurgente. Durante los primeros años del movimiento armado, ella convenció a unos armeros vizcaínos de sumarse a las filas a cargo de Ignacio López Rayón (donde militaba su amado Andrés Quintana Roo) para que hicieran armas. Apoyó la causa con dinero, comida y, sobre todo, con información privilegiada a la que accedía por pertenecer a la clase alta.

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Ejecución de don Miguel Hidalgo, sacerdote católico mexicano que lideró los primeros años de la Guerra de Independencia de México (Foto de Universal History Archive/UIG vía Getty Images).
En 1814 fue descubierta por los Realistas (que defendían al Rey de España) y acusada de traición. Así que la encerraron en el Convento de Belén de Las Mochas y le confiscaron todos sus bienes. Unos meses después, sus colaboradores la rescataron del encierro y, después de pasar un tiempo escondidos en la Ciudad de México, salieron disfrazados. Ellos iban vestidos como arrieros y ella, disfrazada de negra. Llevaban una carga de tinta para imprenta escondida en garrafas de pulque. Se dirigieron al campamento militar de Morelos, en Oaxaca, en donde Leona finalmente contrajo matrimonio con Andrés Quintana Roo.

Juntos, Leona y Andrés, siguieron peleando por la Independencia de la Nueva España. Sometidos a toda clase de inclemencias y persecuciones, viajaban de un lugar a otro y, en los intermedios, ella mandaba sus escritos al Semanario Patriótico Americano y al Ilustrador Americano. Leona dio a luz a su primera hija en el interior de una cueva, sin más recursos que su ingenio. Las dos fueron capturadas por el Ejército realista y fueron llevadas junto con Andrés a Toluca, en donde sufrieron un arresto domiciliario.

Finalmente, con el triunfo de la Independencia, Leona Vicario solicitó la restitución de sus bienes y el Congreso de la República le prometió 112 mil pesos (que nunca le pagaron) y le cedió una hacienda en Hidalgo y dos casas en la Ciudad de México.

¿Quiénes más fueron las mujeres de la Independencia mexicana?
La participación de las mujeres en la Independencia no se reducen a acciones concretas, como los correos clandestinos, el traslado de materiales o las aportaciones monetarias; también fueron muy importantes todas las mujeres que promovieron, con su vida y sus costumbres, cambios en la sensibilidad de la época.

Gertudris Bocanegra, Carmen Camacho, Altagracia Mercado, Mariana Rodríguez del Toro, Luisa Martínez, Ana Yareta, Antonia Peña y Ana García de Trespalacios son los nombres de algunas otras mujeres que vivieron la misma época que la Güera y Leona Vicario. Hay muchas otras cuyos nombres han quedado en el olvido.

El romanticismo, que se difundió ampliamente en México gracias a las mujeres, transformó la forma de hacer arte, de habitar la calle y las habitaciones de la casa, de enamorarse… Y lo más importante para recordar en las fiestas patrias: el romanticismo le dio una forma reconocible al naciente sentimiento de independencia y soberanía que impulsó el movimiento armado que comenzó un 16 de septiembre de 1810.

Ilustración principal de: @esepe1

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Las mujeres y la Independencia mexicana

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