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Septiembre 13, 2018 19:26 hrs.

Carlos Ravelo Galindo, afirma: › guerrerohabla.com

Periodismo ›


El fallecimiento en Mérida, Yucatán, del periodista Emilio Viale Fiestas, viejo amigo y colega en Excélsior y El Universal, nos hace recordar que sólo hay dos cosas que podemos perder: el tiempo y la vida. La segunda es inevitable, la primera imperdonable. A su familia nuestro profundo pesar.

Leer a la escritora Norma Vázquez Alanís es entender la vida. Aquí nos reseña una plática que sobre los libaneses en México escuchó de un catedrático universitario. El proceso de inserción y adaptación de los libaneses en México –está ya en su cuarta generación--fue problemático cuando ocurrieron sucesos como la Decena Trágica en 1913, el levantamiento de Adolfo de la Huerta en 1923 que afectó mucho a la zona del golfo -Veracruz y Tabasco- y la rebelión de los cristeros Pese a ello la actividad de esos inmigrantes continuó en varios estados del país y en la capital, aseguró el catedrático e investigador de la UNAM Carlos Martínez Assad. Fue una charla llena de anécdotas que ofreció dentro del ciclo de conferencias ‘Los que llegaron inmigrantes a México’, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM), de la Fundación Carlos Slim. Dijo que las autoridades consideraron necesario vigilar a los extranjeros y muchas acusaciones hechas por los agentes secretos en esa época aludían a asuntos tales como, por ejemplo, que habían encontrado centros de prostitución en sus domicilios y a personas que cometían fraudes. Esta persecución encubierta incluyó el seguimiento de un grupo de individuos que se disfrazaban de sacerdotes y en un lugar decían que eran maronitas y en otro que eran ortodoxos griegos, y pedían limosnas. A ellos sí los detuvo la policía y al que consideraron como líder del grupo lo expulsaron de México, comentó el conferenciante. Prejuicio que debió ser enfrentado por los inmigrantes libaneses y, por ejemplo, según ciertos documentos durante la guerra cristera varios de los fusilados en Guadalajara eran foráneos. ’Este hecho no está completamente comprobado, es muy probable que algún extranjero hubiera estado involucrado, pero eso no

significaba que estuvieran participando de manera organizativa o que realmente tuvieran una incidencia fuerte en el conflicto’, precisó el doctor Martínez Assad.

El templo de Balvanera, situado en la actual calle de Uruguay, fue fundamental para el aglutinamiento de la comunidad libanesa en México. Lo donó en 1921 el gobierno del presidente Álvaro Obregón para que se dedicara exclusivamente al oficio en rito maronita, que antes requería la autorización del Episcopado mexicano. Es decir, que para cada ceremonia con ese rito, así como para hablar y hacer la consagración en arameo en los diferentes templos tanto del centro de la ciudad como de la colonia Roma -que comenzaba a estar de moda en esos años-, se debía pedir permiso al obispo de México. El hecho de que Balvanera se encuentre en el corazón de La Meced, indica que fue ahí donde la comunidad libanesa se instaló de manera inicial y que tuvo una cierta constancia durante muchos años. El templo de Nuestra Señora de la Humildad fue donde se registró la primera ceremonia maronita en México en 1906 y seguramente hubo otras en años anteriores, pero ésta es la primera que está documentada en los archivos de las iglesias del centro de la Ciudad de México, comentó el doctor Martínez Assad, también autor de numerosos libros sobre la inmigración libanesa. Las familias mexicanas se acostumbraron a convivir con los libaneses, y a todo tipo de negocios y tiendas que evocaban el Levante: restaurantes y hoteles como ‘La Estrella de Oriente’, ‘El Cedro’ o ‘El Puerto de Beirut’. Los inmigrantes libaneses se empeñaron en la profesionalización de sus hijos.. Se graduaron a mediados del siglo XX en la Escuela Nacional de Medicina, que entonces estaba en el llamado barrio universitario del centro de la Ciudad de México. En 1948 vivían en La Merced mil 365 familias libanesas con un total de cinco mil 290 integrantes, de los cuales 286 se dedicaban al comercio y 210 eran industriales, y como profesionistas había 43 médicos, 32 abogados, 17 ingenieros, 16 dentistas, 12 contadores, nueve periodistas y seis químicos, todos ellos ya nacionalizados, explicó Martínez Assad, quien en 2010 recibió un reconocimiento otorgado por el Centro de Investigación de Emigración Libanesa de la Universidad de Notre Dame-Louaize, de Líbano.

Explicó que en 1930 hubo un censo de inmigrantes para que regularizaran sus documentos, y que fue interesante por datos como que, para entonces, 302 libaneses se habían casado con mexicanas y 61 libanesas lo habían hecho con mexicanos. Su presencia era ya indiscutible en el centro de la ciudad y eran muy visibles en calles como Correo Mayor, Venustiano Carranza, Jesús María, Regina, Uruguay y Mesones. En esa zona vivían el señor Aued, dueño de la revista ‘Emir’, y las familias Slim, Nasr y Wehbe. Elías Wehbe fue dueño del cine ‘Cairo’, una de las primeras salas cinematográficas de los miembros de la comunidad libanesa. También ahí estaba el semanario ‘El redondel’, el negocio de José Barquet, que ya tenía el restaurante ‘Oriental’ en Correo Mayor 55, y así el barrio quedó poblado por miembros de esta colectividad. Destacó la inserción de descendientes de libaneses en el cine mexicano, como Miguel Zacarías, quien lanzó al estrellato a María Félix en ‘El peñón de las ánimas’. ’Tuve la oportunidad -narró- de conocer a Miguel Zacarías y me contó muchas anécdotas. Entre ellas que María Félix tomó clases de dicción porque no se le entendía nada, y que -como era caprichosa- cuando le mandó el vestuario para la película, ella se lo devolvió y le dijo: ‘tú no tienes idea de cómo se podía vestir la hija de un hacendado en México, así que aquí están tus porquerías y mándame hacer otra ropa’. En esta industria también sobresalieron Antonio Badú, Gaspar Henaine ‘Capulina’, María Sorté, Antonio de Hud y Mauricio Garcés. Este último llegó a ocupar un lugar preponderante en el cine mexicano, pues en 1968 de las diez películas más exitosas exhibidas en México, él había filmado cinco. También citó a Salma Hayek, emblemática descendiente de la tercera generación de libaneses, y la dinastía de los Bichir. Los Yazbek eran fotógrafos de estrellas. En las letras sobresalieron el coronel Julio Sabines, padre del poeta Jaime Sabines, y Héctor Azar, uno de los exponentes de lo que se considera una extensión de la literatura del Al Mahyar, es decir, la que hacen los hijos de los inmigrantes libaneses en diferentes partes del mundo. Este fue un recorrido rápido sobre lo que ha sido esta comunidad, sus triunfos, sus fracasos, los problemas que debió enfrentar y que pese a todo superó.

Se trata de una comunidad bien establecida en México que ya está en la cuarta generación y ocupa un lugar importante por su impacto económico y cultural en México, añadimos con respeto y admiración.

craveloygalindo@gmail.com

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Líbano en México.

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