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Diciembre 08, 2013 20:05 hrs.

Lilia Cisneros Luján › diarioalmomento.com

Periodismo ›


Una colorada (vale más que cien descoloridas), Al igual que muchos millones de personas en el mundo –incluso budistas, chamanes, judíos no ortodoxos y hasta musulmanes- Usted será parte del espíritu de la Navidad. ¿Lo celebra adornando un pino –natural o artificial- con luces y esferas multicolores?[1], ¿Cuánto gastará en la decoración de este árbol? ¿Estaría de acuerdo que aspectos comerciales han desplazado al verdadero significado de la Navidad? ¿Resolverá la culpa inconsciente por los excesos en comer, beber, hacer turismo y exagerar el hedonismo moderno? En el remolino de mensajes electrónicos, tarjetas de lo más adorables, regalos que quizá no usaremos nunca, parece ser que hemos olvidado el verdadero significado de la Navidad, donde se origina y que es.
¿Será una misa en nuestra parroquia o la cercana a la playa donde festinamos? ¿Debemos desprendernos de algo para regalar a los pobres? ¿Con leer la biblia ya estamos en sintonía con el hijo de Dios cuyo arribo al mundo se reconoce, de una manera cuasi ecuménica? Más allá de las ideas preconcebidas por razón de costumbres familiares o influencia cultural y la “indubitable” certeza de que esta festividad es: cristiana, hace referencia al nacimiento de Jesús -cuyo linaje de David significa el cumplimiento de una promesa de salvación- y el hecho de que aun religiones no cristianas –hebreas, musulmanas y ciertas corrientes del budismo- reconocen su existencia cuando menos como profeta; lo que parece causar incomodidad, es la discrepancia entre lo dictado por las iglesias o las costumbres milenarias y lo propuesto por quien se asumió siempre como el hijo de Dios, el verbo encarnado y por supuesto el único camino para lograr trascendencia en un plano de existencia diverso del que conocemos.
La humanidad del siglo XXI, corruptora por excelencia, se enfrenta hoy mismo a la frustración por valores humanos violados diariamente como son: paz, libertad, posibilidad de expresarse, tolerancia, dignidad, democracia, solidaridad y en general una multiplicidad convertida en derechos individuales con sus respectivos deberes a observar por el “el otro”. Estas prerrogativas han sido insuficientes para erradicar maldades tan brutales, como el secuestro, las violaciones de niños, las formas más perversas de homicidio y el apoderamiento de la riqueza material de pueblos enteros, por un sistema económico injusto y depredador.
¿Por qué no intentar el diálogo, la justicia, la obediencia, la fe y el amor para erradicar los anti-valores? ¿Cómo lograr superar aberraciones como la discriminación, la mentira, el derroche, la ostentación vacua y hasta el abuso de la necesidad de religarse con el creador haciendo de las religiones un negocio? ¿Con que frecuencia perdonamos? ¿Estamos ciertos que esperanza es un anhelo mucho menor a la Fe? ¿Lograremos la perfección a través del consumismo de ofertas educativas, títulos de maestría o doctorado e incluso la obtención permanente de puestos políticos bien remunerados?
Durante este mes escucharemos conciertos, villancicos, promociones en general que invitan a la paz y la buena voluntad entre los hombres; algunos encerrados en sus casas para no ser robados, mientras otros aprovecharán ausencias para tomar lo ajeno, acumulado por los inconscientes de la Navidad, embelesados por el disfrute de sus vacaciones, subyugados por el encanto de las luces, los estampados de renos -conducidos por un anciano más famoso, por las artes de la mercadotecnia que el niño de Belén- el calor del ponche y el sabor de las castañas asadas.
Don dinero, el poderoso caballero, que ha pervertido la promesa que implica el nacimiento del hijo de Dios, nos conmina a demostrar amistad gastando lo que no tenemos –en medio de una crisis de liquidez y de empleo- para comprar obsequios que daremos a quienes no los necesitan y que suponemos habrán de impresionarse aun cuando se trate de gente que no nos simpatiza.
Disfrutemos no solo la alegría de la fiesta, lo cual es válido según nos mostró un Cristo que fue a bodas y otros convivios humanos, aunque siempre con el fin de mostrarnos el valor de la alegría, la convivencia, la austeridad, el compromiso con el otro y la posibilidad de aceptar al que es diferente, como él lo hizo con la samaritana.
El personaje -aunque desdibujado por la superficialidad humana- que nos congrega en diciembre trascendió no por sus enseñanzas, como la mayoría de los fundadores de otras creencias, sino por los hechos que protagonizó; desde sanaciones, resurrecciones, crucifixión y resurrección. El ser humano siente con horror la muerte. Mientras que los fundadores de otros credos son venerados en sus tumbas, la de Cristo está vacía, porque su misión fue, desde el portal de Belem, morir para dar a los elegidos la posibilidad de vida. Quizá si evitamos el torbellino de las compras gastando menos y analizando esta posibilidad, obtengamos como regalo navideño, la paz que nos han quitado los criminales organizados, los políticos ambiciosos, los empresarios de la salud y la educación, los funcionarios ineptos, los jueces que se sienten dioses para condenar o perdonar de conformidad a hechos demostrados o supuestos que, a final del día, no aguantan para una salvación trascendente. Nuestra existencia será más plena si la vivimos con sencillez y humildad. Esto no significa convertirse en un ermitaño o un vagabundo desaliñado, sino aprender a erradicar el egoísmo, la ostentación, la prepotencia y la acumulación de bienes materiales que difícilmente serán puestos en nuestra tumba o cremados con nosotros en nuestro final terrenal.



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[1] Los árboles han jugado un importante papel en las religiones consideradas paganas por el cristianismo y hasta eran adorados. Celtas, normandos y sajones usaban árboles para mantener alejadas a las brujas, los espíritus malignos, y los fantasmas. Los ídolos o tótems fueron tallados en troncos de árboles. En Egipto, la palmera era importante elemento de diversos cultos así como el abeto en Roma. Y hoy los ecologistas han caído en exageraciones cuasi fanáticas que le dan más importancia al árbol que al mismo ser humano.

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¿Listo para la Navidad?

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