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Julio 26, 2016 19:48 hrs.

Octavio Raziel › diarioalmomento.com

Biografías ›


Terminé de leer la obra Verdaderos maestros del periodismo.

Mi convalecencia por el Chikunguya me ha permitido avanzar con la enorme pila de libros por leer; en el caso del escrito por el licenciado Mario Andrés Campa Landeros me atrapó desde las primeras páginas.

Quiero aclarar que ha provocado mi envidia, ’de la buena’, dicen por ahí, pues cada uno de los periodistas que aparecen en el texto, es no sólo un indiscutible experto de este noble oficio que es el de informar de manera veraz y objetiva, sino, se trata también de personajes de la historia moderna de nuestro México, a quienes les tocó vivir y sentir el palpitar de una nación en las buenas y en las malas.

Fueron, además, talentosos reporteros que ’armaban’ las notas en su cabeza mientras tomaban el café y aspiraban el humo de incontables cigarrillos, que luego las vertían en cuartillas de papel como un borrador y terminaban por ser la ’de ocho’ del día siguiente.

Cada uno de ellos se forjaron en salas de redacción que olían a tabaco y alcohol, y donde repiqueteaban las teclas que caían sobre cuartillas en gastadas máquinas de escribir o sobre el papel de los teletipos. Pero también en la calle, en los lugares más agradables o los más inhóspitos.

Mientras avanzaba en las amenas historias de viejos colegas que me antecedieron en el arte del periodismo y ahora desfilan por las páginas del libro, como en una pantalla aparece mi vida, esa existencia que transcurrió entre la tinta y el papel, con la Olivetti que me acompañó por 25 años y así se convirtió en mi amiga y mi amante; luego, llegaron las modernas computadoras; pasé de los escandalosos teletipos a silenciosos faxes; de criptográficos telegramas a extensos E mails. Una vida de reportero que fue de la noche de Tlatelolco a la tarde del Jueves de Corpus; de los conflictos universitarios a las guerrillas centroamericanas; de viajar a decenas de países como investigador, a los reportajes por selvas o desiertos mexicanos. De convivir con la realeza europea a las entrevistas a dictadores y guerrilleros latinoamericanos. De sobreviviente, al perder el avión que, entre la niebla, se estrelló contra una montaña. Del alcohol y las noches sin huella a la serenidad que da el tiempo.

Hace poco, quien fuera mi jefe, Rafael Castilleja, me espetó: ’Compadre, cuando te conocí hice el comentario de que nunca llegarías a ser alguien; pero luego, te veía estudiar y trabajar, trabajar y estudiar. Los directores del periódico siempre externaron elogios a tu labor. Pero lo que nos admiraba era que lo que te proponías lo alcanzabas y así ocupaste altos puestos en la UAM, la UNAM, el Colegio de Bachilleres y en otras instituciones nacionales; y de los premios nacionales o internacionales de periodismo y hasta de narrativa, ni se diga’, terminó.

De los cambios que ha experimentado este oficio retomo un párrafo del maestro Manuel Mejido, sobresaliente periodista quien señala que ’fue un universo que terminó con el advenimiento de la internet y el arribo de las comunicaciones satelitales, que acercaron la noticia a los lectores, pero alejaron la investigación personal y el contacto del reportero con la alegría o el sufrimiento humanos’

Al hacer un análisis de los Verdaderos maestros del periodismo (323 pp) que aparecen en la investigación y obra del licenciado Campa Landeros, siento que me faltó mucho por recorrer para formar parte de ese Partenón que, en su momento, aglutinó a lo mejor de la prensa escrita, la radio y la televisión.

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Maestros del periodismo

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