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Julio 22, 2016 12:27 hrs.

Norma L. Vázquez Alanís › diarioalmomento.com

Cultura ›


En los pueblos prehispánicos de Mesoamérica no existía el concepto de religión como tal, y prueba de ello es que ninguna de las lenguas nativas de estas tierras, sea el maya, el zapoteco, el yaqui, el mixteco, el seri, el náhuatl o el huave, existe un término para denominar a la religión, pues no tenían necesidad de distinguir entre lo que es y no es místico.

La historiadora María del Carmen Valverde hizo esta observación al abordar el tema de ‘Las culturas prehispánicas’ en la última conferencia del ciclo ‘Mito, religión y Occidente’, organizado por la biblioteca ‘Ernesto de la Peña’ de la Fundación Carlos Slim.

La ponente, quien tiene doctorado en Estudios Mesoamericanos por la UNAM, precisó que para tratar sobre Mesoamérica es mejor hablar de cosmovisión, no de religión, porque trasciende la esfera religiosa, ya que forma toda una manera de ser y estar en el mundo.

La cosmovisión es un hecho histórico de larga duración, que va más allá del acontecimiento o la contingencia de la estructura política, del gobernante en turno, e incluso de un hecho tan dramático como pudo haber sido la conquista de las tierras encontradas por los europeos, sostuvo la también especialista en historia, religión y artes plásticas de la cultura maya.

La doctora Valverde explicó que cuando se habla de Mesoamérica, debe tomarse en cuenta que fueron asentamientos urbanos, no aldeanos, que datan desde por lo menos mil 500 años antes de Cristo y otros mil 500 previos a la llegada de los españoles, es decir, tres mil años de historia prehispánica en un territorio diverso y complejo, que dio como resultado una gran variedad de grupos indígenas sobrevivientes hoy día, por lo cual este mosaico es válido no solo para esos más de 30 siglos de historia prehispánica -porque la conquista no los transformó inmediatamente- sino para la actualidad en pleno siglo XXI, cuando hay mayas o zapotecos trabajando como cocineros o camareros en los hoteles de zonas turísticas de sus estados.

Una vez aclarado este punto, la también catedrática de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, así como de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía ‘Manuel Castillo Negrete’, ambas del INAH, dijo que la cosmovisión es un conjunto estructurado de pensamiento y realidad que sobrevino en un momento determinado y pretendía hacer suyo el universo; ello dio como resultado un sistema ordenado y congruente de creencias que subyace en el imaginario colectivo de los pueblos mesoamericanos.

De esta manera, sostuvo la experta, la cosmovisión entra en el ámbito de lo sagrado, entendido este como algo que atemoriza, pero atrae, que se percibe y se intuye, pero que no es posible explicar con un lenguaje tangible, concreto y conceptual, por lo que requiere una forma específica de transmitirse a través del mito (narración), el rito (acción) y el símbolo (mecanismo de expresión). La parte más importante de esta cosmovisión, es el símbolo.

Para los pueblos de esta parte del continente, la energía generadora de vida del cosmos era un símbolo sagrado, pero como no podían asir esa energía -también provocadora de muerte-, eligieron un objeto para simbolizarla: la serpiente, que está presente en todos los vestigios prehispánicos.

Igualmente, la noche entraba en el ámbito de lo sagrado para estas civilizaciones, puesto que la consideraban un tiempo-espacio en el que había muchas cosas que no controlaban y se sentían inseguros; por esas características la noche fue representada por el jaguar, un animal nocturno que en su piel tiene manchas como el cielo en la noche; era la personificación del inframundo, apuntó la doctora Valverde.

Cosmogonía mesoamericana

La cosmogonía se refiere a las ideas en torno al origen del mundo, y en este sentido la forma de ver y entender el universo que rodeaba a los grupos indígenas mesoamericanos posibilita al investigador una aproximación a los símbolos vinculados a la estructura del mundo, subrayó la historiadora y autora de varios libros sobre los mayas.

El mundo mesoamericano, en general, concebía una estructura de 13 niveles hacia arriba, hacia el cielo, y otra de nueve hacia abajo, es decir, de descenso al inframundo. Una de las tumbas prehispánicas más famosas en esta región, tiene sus nueve niveles para llegar al inframundo.

Explicó la especialista que desde el punto de vista vertical existía un inframundo, un plano terrestre y un supramundo; que los 13 niveles revelaban un marcador astronómico vinculado con el sol, mientras que los del inframundo, poblado de seres vivos -’eran muertos vivientes, porque el muerto se moría aquí y se iba a vivir al inframundo’- que seguían vinculados con los vivos a través de canales y tiempos específicos de comunicación, eran de inmersión para llegar a la morada final. Las deidades vinculadas al inframundo en las comunidades prehispánicas, nunca aparecen muertas, agregó.

En esta dualidad cosmogónica en Mesoamérica tenemos dos ámbitos perfectamente diferenciados, pero no por ello inconexos: el mundo de abajo, femenino, oscuro, caótico, lunar, acuático y el mundo de arriba, masculino, solar, seco, ordenado. Empero, siempre existían lugares o espacios y tiempos por los cuales se podía transitar de un mundo a otro.

Refirió la conferenciante que, en las culturas mesoamericanas, tiempo y espacio transitaban juntos, ya que ‘el espacio se ordena cuando se inicia el tiempo’ según los mitos cosmogónicos.

Para estos pueblos había un cocodrilo-tiempo-poste que estaba en el origen del Cosmos y estructuraba al mundo; y por esta creencia, en las culturas prehispánicas los árboles hundían su raíz en el inframundo, sus copas llegaban al supramundo y sostenían al cielo, y además representaban los canales para vincular con los distintos planos de toda esta concepción.

En esta misma lógica coexistía además una perspectiva rectangular que tenía cuatro rumbos en las esquinas, presentados como sostenes del cielo, que a la vez lo separaban de la tierra; los más importantes marcaban la salida y la puesta del sol, aunque no eran necesariamente los cuatro puntos cardinales.

El sol era fundamental para las sociedades mesoamericanas, su salida y puesta marcaban tiempos y ciclos; asimismo, prácticamente en todas las ciudades prehispánicas los edificios están orientados, es decir en dirección oriente-poniente, por lo que eran verdaderos observatorios como en Chichén y Monte Albán. En todas las urbes de la zona existen marcadores astronómicos, confirmó la doctora Valverde.

Otra cosa eran los observatorios -como el de Xochicalco- erigidos para registrar el tiempo astronómico por medio de la medición del tránsito cenital del sol a través de un agujero; estas comunidades se preocupaban ya por medir el tiempo, y este nos remite a los mitos cosmogónicos -ideas sobre el origen del mundo-. Las imágenes de la estructura del orbe hablan de las concepciones espaciales e inevitablemente de las concepciones temporales, o sea del principio y el fin de los tiempos.

Lo que hicieron los pueblos mesoamericanos fue medir estos ciclos, lo cual ha llevado a los estudiosos hacia una consideración importante: la evidencia que el hombre tiene ante sus ojos es cíclica, desde el día y la noche o la lluvia y las secas. Hay un calendario solar y un calendario ritual en todas estas culturas.

Ya para concluir la interesante charla, la doctora Valverde expuso que entre los ritos prehispánicos destaca el de la muerte ritual, que se hacía a los futuros gobernantes o sacerdotes dentro de los templos con una serie de ceremonias iniciáticas, lo que significaba que el individuo moría para el mundo profano y renacía como deidad para el mundo sagrado, por haber entrado a otro nivel de realidad, la del vientre de la tierra, y accedido a otro plano de realidad donde se sacralizaba. Esta idea no era nada más de los pueblos mesoamericanos, pues también el cristianismo está basado en la resurrección, lo que hizo menos difícil la conversión de los nativos.

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Mesoamérica no tenía religión, sino cosmovisión, explica experta en el tema

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