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Agosto 30, 2016 00:48 hrs.

Lilia Cisneros Luján › diarioalmomento.com

Periodismo ›


Una colorada (vale más que cien descoloridas)
Dos años antes de nuestro sismo, se empezó a celebrar de forma oficial el 28 de agosto como el día de los abuelos.
El origen no es claro, hay quien se lo atribuye a Porfirio Díaz, otros hablan de Lázaro Cárdenas; pero el hecho es que ayer, muchos mexicanos aun sin ser adultos mayores fueron, o debieron ser, festejados, no solo por ser amantes de la música de tríos y boleros, sino por haber prolongado su prole algunos antes de cumplir 40 años.
Son pocos sin embargo –sobre todo en las ciudades- los jóvenes conscientes del lugar y cuidado que merecen personas que en realidad representan la semilla original de la cual provienen.
Algunos nietos y lamentablemente muchos hijos, ven a los abuelos como alguien que estorba, a quien se relega al último cuarto de la casa o a un asilo donde poco se les visita. A muchos de ellos se les desea la muerte pero se mantienen vivos por el ingreso que representa su pensión. Lo más lamentable es enfrentarse con abuelos, sobre todo mayores de 60 años, cuyo único ingreso son las propinas como empacadores de tiendas comerciales y que decir de las celebraciones oficiales que se reducen a bailecitos anuales organizados más como eventos electorales y justificatorios de imagen.
Hace 17 años se estimaba que 605 millones personas mayores de sesenta, habitaban el planeta y que para el 2050 esta población llegará a dos mil millones. Para el caso de los octogenarios se espera tener 395 millones de individuos, que habrán conocido no solo a sus nietos sino a sus bisnietos. El tema del envejecimiento poblacional, ha preocupado a diversos organismos de la ONU, y también a gobiernos y ONG´s conscientes de que hay un alto riesgo de maltrato y marginación, para individuos que se considera dejan de ser productivos y por ende, circunscriben sus posibilidades de consumo solo a aspectos vinculados con el deterioro de la salud. Todavía en algunas sociedades tradicionales sobre todo en países en desarrollo se conserva un cierto respeto a ’los mayores’; pero en grandes urbes de países del primer mundo, se dan casos abusivos que van desde negarles asistencia elemental -no cambiarles ropa, gritarles, y llegado el caso atarles a sus camas o encerrarlos en una habitación.
En el seno de la ONU la Asamblea Mundial sobre el Envejecimiento celebrada en 1982 devino en la oficialización del 1 de octubre como el Día Internacional de las Personas de Edad; fecha celebrada por muchas naciones independientemente que estas alcancen o no la categoría de abuelos. En el caso de los países hispano-hablantes muchos de estos han designado el 26 julio, en coincidencia son la celebración de los santos reconocidos por la iglesia católica romana como padres de la Virgen María y por tanto abuelos de Jesús.
El maltrato de los ancianos puede ocasionar daños físicos graves - como permitir que se les formen úlceras por presión- y consecuencias psíquicas de larga duración y tal condición lamentablemente también la sufren los abuelos. En emergencias –desastres naturales, migraciones o conflictos armados- casi siempre se les abandona prevaleciendo la idea de que son incapaces de huir o viajar largas distancias por sobre la verdad de que pueden ser un recurso muy valioso en el cuidado de los menores, o el liderazgo de las comunidades.
Es una pena que solo por el garrote de acusar a gobiernos en comisiones de derechos humanos, es que se soslaye que tienen derecho al trabajo, a la salud, a la vivienda, y a la participación en condiciones igualitarias de oportunidades diversas.
La generación nacida entre 1945 y 1955, está ahora en el rango de quienes ayer debieron ser celebrados como abuelos amén de haber sido testigos de cambios profundos como la sustitución de los ferrocarriles por el metro, de la radio por la televisión y del teléfono por IPhone. Muchos de ellos recuerdan que el Zócalo de la ciudad capital tenía árboles en vez de ambulantes y manifestantes. Ellos crecieron sin colesterol ni diabetes aun cuando comían dulces de a 2 por cinco centavos, bebían agua del grifo, no murieron por viajar en los brazos de su madre que sin cinturón de seguridad se desempeñaba simultáneamente como copiloto y nodriza en la charchina de su padre.
Las bicicletas, eran para jugar –en China era todo un espectáculo en la década de los 90 verlas en interminables procesiones- no para fomentar guerras irracionales contra peatones ni automovilistas; la conducta de los niños no era atribuida al plomo de la pintura de las paredes y el cuerpo, salvo excepciones, no tenía exceso de grasa pues se hacía mucho ejercicio y sin receta disfrutaba semanalmente de una buena desintoxicación, al no comer carne lo viernes y ayunar hasta después de la comunión católica. Los abuelos sexagenarios y hasta octogenarios de hoy, vieron nacer muchos genios y aprendieron de sus aportaciones en la radio y la televisión pública como el canal 11.
Los árboles no eran vistos como tótems –hoy se arma una trifulca si alguien pretende podarlos para evitar que mueran o que dañen a alguien- sino como retos para trepar y nadie cobraba por hacerlo. Muchas casas conservan un árbol frutal en el patio y pocos abuelos evitaban ir al pan o las tortillas por el temor a romperse un hueso debido al levantamiento de banquetas por raíces de árboles crecidos de manera anárquica.
Esos abuelos jugaron, en el arroyo de su calle, nadie los veía como violadores de los derechos humanos por hacerlo en temas como ’stop’ ’quemados’, botella, etc. Los pleitos no se convertían en guerras, porque la intervención de un abuelo era lo suficientemente sabia para acabar con la crisis.
Hoy tenemos más abuelos, pero menos amor para con ellos. Ojala los sigamos celebrando el resto del año.

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