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Septiembre 26, 2018 23:56 hrs.

Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

Entretenimiento ›


Esta fecha nos permite, Jorge Alberto, acordarnos cuando San Carlos, le reveló a su hijo del mismo nombre, al nacer, qué es la felicidad: Me gustaría hijo que recordaras que ser feliz, no es tener un cielo sin tempestades, caminos sin accidentes, trabajo sin cansancio, relaciones sin decepciones . Ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el miedo y amor en los desencuentros. Ser feliz no es solo valorar la sonrisa, sino también aceptar y reflexionar sobre la tristeza. No solo conmemorar el éxito, sino aprender lecciones de los fracasos. No es tener alegría con los aplausos, sino tener alegría en el anonimato. Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones y períodos de crisis. Ser feliz no es una fatalidad del destino, sino una conquista para quien sabe viajar al interior de su propio ser. Ser feliz es dejar de ser víctima de los problemas y volverse actor de la propia historia. Es atravesar el desierto para encontrar un oasis en lo más profundo de nuestra alma. Es agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida. Ser feliz es no tener miedo de los propios sentimientos. Es tener coraje para decir No. Es tener seguridad para recibir una crítica aunque se injusta. Y este hijo, hoy, le responde al Santo, lo que a su vez pidió al Creador. Lo reiteramos, con infinita ternura: Dame, Señor, un hijo que tenga la fortaleza de reconocer cuando ha flaqueado. El valor de encararse consigo mismo cuando tema. Que lleve en alta la frente en la honrada adversidad de la derrota. Que sea modesto y benigno en la victoria. Un hijo que no se contente con desear en vez de realizar. Que te conozca a Ti, y sepa que en conocerse el hombre a sí mismo está el fundamento del saber.
No lo guíes, Señor, por las sendas de la comodidad y el regalo, sino por aquella en que las dificultades son acicate y reto para vencerlas. Déjale que aprenda a arrostrar las tempestades. A compadecerse de los flaquean y fracasan. Dame, Señor, un hijo sano de corazón y altos propósitos. Capaz de dominarse el mismo antes de querer dominar a otros. De penetrar en el porvenir, sin desentenderse jamás de lo pasado. Y después de haberle concedido todo esto, suplico de Ti le otorgues por añadidura esa disposición de ánimo que lleva a proceder con la humildad y la sencillez. Compañeras de la verdadera grandeza. Y la amplitud de criterio propio de la verdadera sabiduría: la mansedumbre de los verdaderamente fuertes.
Porque entonces, Señor, yo, el padre de tal hijo, como ocurre, me atreveré a decirte calladamente:
’No he vivido en vano’.
craveloygalindo@gmail.com

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No hemos vivido en vano

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