¿Murieron?

Lilia Cisneros Luján

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Abril 21, 2014 19:14 hrs.

Lilia Cisneros Luján › diarioalmomento.com

Periodismo Estados › México Ciudad de México


Una colorada (vale más que cien descoloridas)
Más allá de los desajustes emocionales que padecen adultos en cuya infancia sufrieron un rompimiento emocional, como resultado de algún tipo de separación anormal de sus vínculos familiares tempranos, la muerte es algo presente en la humanidad aun cuando se le ignore. En términos psicológicos, el temor a la separación de los “objetos” que nos dan identidad y seguridad –empezando por la madre y el padre- se procesa en etapas diversas del desarrollo infantil y la consolidación en la adolescencia.
La muerte de Gabriel García Márquez, ha hecho del conocimiento popular, sus antecedentes de crianza, con abuelos que fueron determinantes en su vida.
Gabo declaró que bajaría tranquilo al sepulcro, con tal de que alguien se acordara de una frase suya y, si algo saturó en estos días las redes sociales, fueron muchas de sus frases.
"Lo único malo de la muerte es que es para siempre. Lo demás, todo es manejable. Pero esta sí que es una trampa, habernos metido en esto tan difícil y después...Yo jamás pensé en mi muerte. Empecé a pensar en eso hacia los 60. (...) Fue una noche, estaba leyendo un libro y de repente pensé: 'Caray, me va a pasar, es inevitable, es así”. Antes no había tenido tiempo de pensar en eso. Y de pronto ¡paf!, caray, que no hay escapatoria...", declaró, quien dejó este mundo justo un jueves Santo, conmemorado en la liturgia cristiana como “día de intimidad” en alusión a los momentos que tuvo Jesús de Nazaret con sus discípulos, a quienes lavó los pies polvorientos del camino, antes de compartir el pan y el vino de la pascua, los cuales a partir de la muerte del Mesías se convirtieron en símbolos de un nuevo pacto.
De la muerte hay relatos fantásticos, credos diversos e hipótesis variadas. Se le teme porque en términos físicos representa –sobre todo para los autodefinidos como ateos- el final, el acabose, el no retorno, la pérdida total[1]. Desde el antiguo Egipto y sobre todo a inicio del imperio nuevo –desde 1550 hasta 50 A .C.- se empezaron a escribir diversos sortilegios cuyo fin era ayudar a los que morían a salir del inframundo -Duat- para viajar a la otra vida. Los primeros escritos se plasmaron en objetos como sarcófagos y paredes de pirámides y luego se recopilaron como Libro de “la salida al Día” o de “emergencia a la luz”[2]
Pero más allá de ritos cambiantes, fantasías a veces macabras –en Aracataca lugar de nacimiento de Gabo, se hablaba con los muertos y todas las supersticiones acababan siendo dogmas- y más allá de los negocios que en derredor de la muerte los hombres han inventado; un personaje, reconocido por judíos, musulmanes, budistas y en general por casi todo el mundo, nos dejó un mensaje diferente acerca de la muerte.
Jesús de Nazaret –para unos profeta, otros maestro, luchador social, sanador de enfermedades, según cada cual- dijo de sí mismo que era el hijo de Dios, con la misión fundamental al venir a este mundo para pagar la deuda humana y con ello vencer a la muerte[3]. Para consumar este acto divino de amor, no era necesario continuar con reglas terrenas basadas en obras como ofrendar en sacrificio animales o frutos de la tierra, flagelar el cuerpo o disponer de recursos financieros a fin de reducir con abonos chiquitos –indulgencias- el sufrido pase por un purgatorio inexistente en la mente divina. Al recordar a quienes le seguían sorprendidos por el recordatorio de su resurrección al tercer día profetizada desde los tiempos más antiguos; se propuso, y lo sigue haciendo, clarificar la mente de quienes prefieren seguir complicados ritos a veces de moda, en vez de acogerse a la promesa hecha por el padre amoroso a sus criaturas libres y semejantes. En el principio, cuando todo era armonía y relación perpetua con Dios, la humanidad fue capaz de elegir el mal, basada en un acto de vanidad. ¿Son patologías emocionales, deficiencias en el desarrollo, mala influencia de quienes nos rodean, debemos responsabilizar a los que nos llevan por el camino de la infracción, el odio, la violencia, el miedo o la guerra? ¿Si Freud, Buda o Mahoma hubiesen sido los primeros habitantes del paraíso el resultado hubiera sido distinto? La muerte ha sido una sentencia advertida a quienes se les avisó con oportunidad la realidad de lo maligno; dejar pasar el castigo era negar una de las cualidades divinas: la justicia. Pero Dios no quiere la muerte de su criatura sino que se arrepienta y viva eso es amor. De todos los que han dado recetas para vencer a la muerte, solo uno se atrevió a derramar su propia sangre para que, de manera gratuita, sin largas meditaciones, sin invocaciones a deidades del universo, sin monedas en los ojos para entregar a un barquero después de la travesía, sin sacrificios sádicos cada vez que la culpa me abruma, pudiéramos recuperar la inmortalidad perdida.
Habida cuenta que no somos “marionetas de trapo” en las manos de un Dios que nos dio vida y que desde el principio de los tiempos prometió rescatarnos de la muerte elegida por nuestro mal uso de la libertad, el mayor acto de vanidad se consuma cuando nos negamos aceptar con humildad este regalo. No hace falta dar muchos brincos si el suelo está parejo, mis obras, si acaso sirven de algo, será como simple fruto para testificar mi salvación por gracia. Aun el que no cuenta con dinero para organizar una fundación que reparte millones de pesos, tiene derecho a salvarse, con el acto simple de recordar, como buena parte de la humanidad ayer lo hizo, que Jesucristo resucitó de entre los muertos para que Tu, los que amas y ya se fueron, Yo, podamos tener vida. No solo la vida que recordamos y podemos contar, sino la vida eterna que El nos obsequió de forma gratuita.


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[1] En el libro tibetano de los muertos o “El Bardo Thodol” hay una guía de instrucciones que “deben seguir” los moribundos para alcanzar la iluminación durante el periodo inmediato posterior a la muerte y por algunos días más. Si el que está muriendo no hace lo que ahí se indica, ingresará nuevamente al Samsara mediante la reencarnación. Todo esto según Padmasambhaya en el siglo VIII.
[2] Los difuntos debían viajar al “Aru” y en la tumba se dejaba, el libro de los muertos que contenía los sortilegios para superar el juicio de Osiris. A lo largo de los siglos, (Anteriores a Cristo) tanto las imágenes, como las formas fueron cambiando e ideas semejantes a un viaje al más allá, las encontramos en otras culturas, como la griega, la vikinga, y casi todas las americanas.
[3] El no es Dios de muertos, sino de vivos; Lucas 20:23; Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, Juan 11:25,26

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