El canibal de la Guerrero

De la redacción/Diana Alejandra Sánchez Camacho

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Julio 24, 2014 12:03 hrs.

De la redacción/Diana Alejandra Sánchez Camacho › diarioalmomento.com

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José Luis Calva Zepeda nació en la Ciudad de México el 20 de junio de 1969, hijo de Esteban Calva Téllez y Elia Zepeda Camarena.

A los dos años, su padre murió en circunstancias trágicas.

Desde entonces, José Luis fue maltratado psicológicamente por su madre. En 1976, un episodio de abuso sexual lo marcó. Al poco tiempo escapó de su casa y vivió mucho tiempo en la calle, entre los niños que utilizaban drogas y se prostituían por unas cuantas monedas. Calva Zepeda aprendió muy pronto a odiar y despreciar a las mujeres. Con el advenimiento de la adolescencia y el descubrimiento de su bisexualidad, la mezcla entre atracción y desprecio hizo crisis en su psique.

Calva Zepeda consiguió estudiar hasta la educación media superior. Cuando finalmente se casó, procreó a dos hijas. Su matrimonio duró siete años, al término de los cuáles el divorcio se hizo necesario.

Solo de nuevo, Calva Zepeda se refugió en la escritura: realizaba poemas y cuentos que reflejaban sus estados anímicos y en los que comunicaba su retorcida visión del mundo.

En 1993, fue arrestado por portar un arma blanca; duró preso poco tiempo. Al conocer a Juan Carlos Monroy Pérez, inició una relación amorosa que pervivió bastante tiempo. La pasión homosexual no apagó su atracción por las mujeres: vivía ambos mundos con desenfado y placer.

Empezó entonces a dedicarse a la actuación.Calva Zepeda en una obra de teatro (imagen tomada del blog Nota Roja: Trauma y Tragedia, de Arturo Sánchez)

También publicó por su cuenta algunos de sus libros; de esta etapa surgieron los títulos Instintos caníbales; Prostituyendo mi alma; Réquiem por un alma perdida; Krish, el aprendiz de mago; Antigua; Caminando ando y La noche anterior.

Escribía además historias de terror para cine y teatro. Sus poemas los firmaba con el pseudónimo de “El caminante”: “Algún día todos tendrán que seguir al Caminante”, dice un fragmento de una de sus obras.

Escribió diez novelas, ocho obras de teatro y más de ochocientos poemas. Al inicio de uno de sus volúmenes una línea indica: “Dedico estas palabras a la creación más grande del universo (que soy yo)”.

Otro de sus textos dice:

“Soy José Zepeda, nací en el 69, tengo pulmones enfermizos, corazón grande, huesos frágiles, nariz profunda hacia fuera al igual que mis recuerdos, boca amplia que alberga diez mil palabras y un clamor, manos marcadas en la fragua de la desesperación y el dolor, endurecido de los pies, imberbe de la piel y ágil de dedos; fumador del tabaco fuerte, bebedor del mezcal sin gusano, gastrónomo de afición, no de degustación sino de elaboración, privativo del frijol, el picante, los tamales y la tortilla de maíz, adicto al café más por necesidad que por gusto al mismo.

Estoy viendo en el ojo de una tormenta, me ahogan las niñas de mis ojos mientras lloran. Me arrebata la ira; me dominan mis celos, me desangro, me desgarro, me acorralo. La diferencia entre la vida y la muerte es blanca, se evapora en un instante y pesa solo un gramo. Ahí estaba yo sentado frente a mi única opción. Ahora dime, mi querido lector, ¿tú, estás en la bienaventuranza o en la tribulación? Y… si estás seguro del lugar en donde te encuentras… ¿Estás con el diablo o estás con Dios?”

Calva Zepeda vendía sus poemas en hojas sueltas o en cuadernillos, que ofrecía en las calles y en los cafés de los Colonias Roma y Condesa, en la Ciudad de México, así como en el Tianguis del Chopo.

Pero las cosas no fueron bien. La madre de Verónica Consuelo se oponía a la relación, le decía a su hija que ese hombre “no le convenía”. Pero ella nunca prestó oídos a los consejos maternos.

Sin embargo, los problemas destruyeron a la pareja y, ese mismo año, Calva Zepeda inició su carrera criminal: asesinó a Verónica Consuelo y después la descuartizó. Abandonó el cadáver desmembrado en Chimalhuacán, en el Estado de México. Allí lo encontró la policía el 30 de abril del mismo año. Su madre, Judith Casarrubia, interpuso una denuncia y Calva Zepeda fue desde entonces un prófugo de la justicia.

Según algunas versiones no oficiales, en 2007 Calva Martínez mató y descuartizó a una prostituta conocida como “La Jarocha” o “La Costeña”. Esta vez, dejó el cadáver en Tlatelolco; el cuerpo fue encontrado el 9 de abril. Sin embargo, ese crimen atribuido a Calva Zepeda aún no está comprobado.

Sus vecinos aseguraban que era tranquilo, callado, elegante y hasta “galán”. De su departamento siempre salía con diferentes mujeres. El conserje de su edificio llegó a afirmar: “nunca se comportó de forma extraña; es más, sabíamos que le gustaba cantar en un karaoke”. Los colonos informaron que Calva Zepeda llevaba a su departamento mujeres de diversas edades que contactaba en el cybercafé donde trabajaba, sobre la Avenida Guerrero.

Su relación con Alejandra Galeana Garavito duró varias semanas. La chica de treinta años, madre soltera, estaba enamorada del hombre que le escribía poemas y le juraba amor, sin sospechar que se trata de un psicópata. Se trataba de una joven seria, que no socializaba mucho. Alejandra trabajaba en la Farmacia de Genéricos ubicada en la esquina de Guerrero con Orozco y Berra. Al salir, caminaba cuatro cuadras sobre el Eje 1 Poniente y Calva Zepeda la acompañaba. Pegada en la computadora, Alejandra Galeana tenía la fotografía de él. Guardaba en su recámara las cartas y los poemas que su novio le escribió para enamorarla. Uno de esos escritos afirma:

“Es la ausencia de tu cuerpo que me falta junto a mí.
El deseo de atraparte entre mi almohada y sus sueños.
Es tu mirada que se clava en mí como lanza de cazador”.

El 5 de octubre, Alejandra Galeana se fue de su casa para no regresar; dejó de responder las llamadas que le hacía su madre, quien tampoco estaba de acuerdo con su relación con Calva Zepeda.

Esa misma noche, Calva Zepeda asesinó a su novia. Pero esta vez fue más allá. Tras el homicidio, Calva Zepeda procedió a descuartizarla como a Verónica Consuelo, utilizando para ello la tina del baño. Pero, no conforme con ello, decidió guardar el cadáver en su departamento.

Destazó la pierna y el brazo derecho, le quitó la piel y la carne, y después las guardó en el refrigerador. Puso algunos huesos en una caja de cereal. El tronco del cadáver de su novia lo guardó en el ropero.

El lunes 8 de octubre, Calva Zepeda se puso a cocinar: los ingredientes principales eran la mano y trozos de la carne del brazo de Alejandra. Hirvió los restos en agua un buen rato; preparó un caldo muy espeso y una vez que la carne estaba cocida, les añadió limón como condimento. Se sirvió los trozos de carne en la mesa de su desayunador, con más limón cortado en un platito. Pero no contaba con que sus vecinos habían percibido el hedor del cuerpo descompuesto que procedía de su departamento. Llamaron a la policía, que acudió a averiguar qué ocurría.

Cuando los oficiales tocaron a su puerta, Calva Zepeda supo que estaba perdido. Los dejó entrar, pero luego trató de huir saltando desde el balcón de su departamento; pese a la caída aún pudo echar a correr, pero un taxi lo atropelló. La policía lo detuvo y luego revisaron su casa: lo que encontraron los llenó de horror y se convirtió en la noticia sensacionalista del año en México.

Los paramédicos acudieron a curarlo, pero su estado ameritaba que lo trasladaran a una clínica. Lo llevaron al Hospital de Xoco, donde permaneció bajo custodia. Mientras estaba internado allí, le dijo a una criminóloga: “De alguna forma agradezco que haya ido la policía, ya que así no me causo daño ni causo daño. Ya quería que terminara este infierno”.

Al escuchar por la radio la noticia de la detención, Judith Casarrubia acudió de inmediato ante las autoridades para advertirles que se trataba del presunto asesino de su hija, Verónica Consuelo.

Los medios lo bautizaron como “El Caníbal de la Guerrero”, en alusión a la colonia donde vivía y en la cual cometió sus crímenes. Otros lo llamaban “El Poeta Caníbal”. Se declaró “admirador de Hannibal Lecter”, el personaje de las novelas de Thomas Harris que luego se convirtieron en películas.

En una de las paredes de su departamento, tenía una foto de Anthony Hopkins en el papel del famoso asesino en la película El silencio de los inocentes. Pese a todo, él siempre negó la necrofagia, hasta el final siempre dijo que no había comido del cuerpo de su novia, aunque, ¿qué sentido tendría entonces haber cocinado partes del cadáver?

El 22 de octubre, la policía detuvo a su amante y presunto cómplice, Juan Carlos Monroy Pérez. El 24 de octubre, Calva Zepeda fue trasladado al Reclusorio Oriente.

Al ser cuestionado al otro día por el Juez 21 de lo Penal, Juan Jesús Chavarría Sánchez, sobre si rendiría su declaración preparatoria sobre los hechos de los que se le acusaba, “El Caníbal” contestó: “Sí quisiera hablar, pero no coordino bien mis ideas”.

Ante el juez afirmó ser católico, escritor y ganar hasta cuatrocientos pesos diarios por la venta de sus textos. “No soy el monstruo que se ha dibujado, soy una persona que cometió un error, que está arrepentida y que tiene el deseo de seguir viviendo, no importa si me voy a quedar cincuenta años aquí encerrado”, concluyó.

Su abogado fue Humberto Guerrero Plata, quien alegó que Calva Zepeda “estaba enfermo de sus facultades mentales”. Bajo estos términos, Calva Zepeda se negó a declarar.

Además de acusarlo por los asesinatos de tres mujeres, se le levantaron cargos por profanación de cadáveres y delito contra la paz de los muertos. Igualmente, las autoridades buscaron relacionarlo con los feminicidios cometidos en el área limítrofe entre el Estado de México y el Distrito Federal, donde aparecieron decenas de mujeres mutiladas, parte de cuyos cuerpos, como piernas, brazos y torsos, nunca fueron localizadas.

En la cárcel, Calva Zepeda inició la escritura de una nueva obra: Caníbal, el Poeta Seductor, la cual quedó inconclusa. Uno de sus fragmentos rezaba: “Tienes frente a ti sólo dos opciones: vivir o morir. Morir es sencillo y no es necesario dejar de respirar para hacerlo. Sin embargo, para vivir es necesario morir”.

En esta novela manuscrita, Calva Zepeda narra la historia de un bebé recién nacido que es abandonado por su madre y rescatado por una perra callejera. Posteriormente, el personaje es criado por un bibliotecario, quien le pone el nombre de Dante y lo enseña a leer y escribir, inculcándole el gusto por la poesía. A partir de entonces, Dante comete su primer crimen, dejando en sus víctimas (todas mujeres) un poema escrito sobre su piel. Al final de las hojas aparece una línea que dice: “Nota: No reproducir estas hojas, protegidas por derechos de autor”.

Caricatura sobre Calva Zepeda

En el hospital y en la cárcel lo visitaba una joven, Dolores Mendoza (a quien otras versiones identifican como “Juana”), su nueva novia, quien afirmó ante los medios de comunicación: “Yo nunca conocí a ese caníbal del que hablan; sólo a un hombre bueno”.

Pero la historia del homicida tuvo un final extraño. Tras varios días de decirle a su familia que los otros presos “querían asesinarlo y le pedían dinero”, el 11 de diciembre Calva Zepeda aparentemente se suicidó. Apareció ahorcado con un cinturón en su celda. Su muerte ocurrió entre las 6:00 y 6:30 horas. Lo encontraron a las 7:00, cuando se hacía el pase de lista. Esto, pese a que había órdenes de vigilarlo las 24 horas del día.

Su hermana, Claudia Calva Zepeda, declaró tras su muerte: “Ahora yo quiero justicia para el caníbal, para ese caníbal al que tanto se acusó, porque él no se mató… él tenía mucho ánimo y sabía que se iba a quedar cincuenta años aquí (en la cárcel), pero no lo dejaron, lo amenazaron y le cumplieron la amenaza”.

Calva Zepeda dejó dos notas póstumas. Las líneas escritas para su madre decían:“No sé qué paso por mi vida, pero me perdí, perdí todo lo que tuve y lo que tendría. Deje ir tus palabras de amor y aún más, tus noches en vela por cuidar de mi ser. Mientras llorabas yo, indolente, callaba sin más. Tu consejo no servía ya para mí, era invencible. Sin darme cuenta me rodeé de gente extraña que sólo vino a dañarme más de lo que estaba. Hoy aquí, tras estas rejas que me aprisionan, junto al silencio de estos fríos y largos pasillos, te digo con el corazón entre mis manos: no me dejes de ti y, sobre todo, perdóname, mamá”.

Su segunda nota afirmaba: “Estoy resuelto a irme, no soporto más el peso de mi desgracia, intenté perderme en el falso camino y sólo conseguí hundirme más, sólo pido que se conserven mis letras, ya que es lo único bueno que he hecho en la vida, no puedo escribir más, me voy y perdón por el dolor tan grande que les causo”.

Al funeral llegaron los familiares de las víctimas, exigiendo ver el cadáver en el ataúd para cerciorarse de que estaba muerto.

“Queremos ver que está muerto y cerciorarnos de que no le hará más daño a nadie”, espetaron. Su hermana, Claudia, se arrodilló ante ellos y les pidió perdón por los crímenes de su hermano.

José Luis Calva Zepeda, “El Caníbal de la Guerrero”, fue sepultado en la Ciudad de México el 12 de diciembre de 2007, día de la Virgen de Guadalupe, en el panteón San Nicolás Tolentino, en Iztapalapa, a las 14:30 horas.

Al sepelio asistió su hermana Claudia, pero no su madre; tampoco fue ningún sacerdote. Sobre la tumba, cubierta de flores, destacaba una corona que la familia colocó y que ostentaba una banda que decía: “Poeta seductor”.

Con su entierro terminó la historia de uno de los asesinos más extraños de la historia mexicana. Su legado literario, considerado deficiente por muchos y genial por otros, incluye una frase que podría servir como su epitafio:

“Adentrémonos en el fascinante mundo de la conducta humana y busquemos ese toque extraño dentro de cada uno de nosotros. Sólo así llegaremos al conocimiento de nosotros mismos”.

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