100 años del natalicio del gran poeta chiapaneco Armando Duvalier

Roberto López Moreno

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Agosto 27, 2014 16:57 hrs.

Roberto López Moreno › diarioalmomento.com

Cultura Nacional › México Ciudad de México


Hoy, día 26 de agosto se cumplen los 100 años del natalicio del gran poeta chiapaneco Armando Duvalier. La cultura oficial sólo reconoció tres centenarios. Los chiapanecos sabemos que son cuatro y cuatro serán para la historia permanente. Pero Duvalier no sólo fue un poeta vanguardista, sino que fue, sin duda, el gran maestro de la poesía en Chiapas.
Al morir Duvalier en julio de 1989, estaba trabajando –al fin el maestro que era... que es- en una Antología general de la poesía en Chiapas, del siglo XVI al XX. Al decir que la poesía chiapaneca contemporánea cuenta con un maestro fundamental, el estricto presente en el que se habla queda justificado por que en la obra de cada uno de los poetas que están enriqueciendo el actual tiempo chiapaneco y universal está su mano y su conocimiento dándonos de nueva cuenta la enseñanza. Ante una producción planteada durante muchas décadas dentro de los marcos de un romanticismo ya trasnochado, y si más, dentro de un modernismo ya sin mayores posibilidades, Duvalier, el poeta, el estudioso mentor literario, llevó la modernidad de la poesía a Chiapas y de ello surgieron –lo reconozcan o no los actuales actores- los poetas chiapanecos que ahora nos asombran y nos conmueven.

El empeño es descomunal, titánico: reencontrarnos con nuestra identidad y al mismo tiempo con los elementos contemporáneos –de alguna forma sinónimos del mestizaje del mundo de este ahora-, construirnos el lenguaje, el verdadero nuestro americano que nos defina y delinie nuestro sitio en la historia del hombre.
De esa manera Duvalier terminó pisando los territorios de la Vanguardia con un afán de llevar nuevas posibilidades de expresión a la creatividad del sureste de aquellos años. Fue mucha su incomprendida audacia hasta el grado de crear la “antipoesía”, que finalmente se convirtió en la propuesta denominada “alquimismo”, con la que va a colocar a la poesía de Chiapas en plena contemporaneidad:
Damas y caballeros:
Les presento al joven dinosaurio el 26 de agosto.
Saluda... Así... Ahora, brinca... Enséñales la pata de pescado.
Ponte el frac de merolico y la cresta de roja cacatúa.
Camina en zanco.
Cloc... cloc... cloc...
¡eres tan ave, tan eléctrico, tan lancha!...
Evoco panoramas. Cuando Duvalier conoció a Guillén, al pie de una magnolia en Coyoacán, en la casa de Aurora Reyes, no pudo menos que quedar deslumbrado con los ritmos que ya sabía del cubano, pero que ahora tenía la oportunidad de escuchar de viva voz. Lo oyó, lo gozó, preguntó, y así fue como meses después, en la creatividad de Armando Duvalier, Nicolás Guillén llegó a Chiapas.
Al fin poeta de la vanguardia, y al fin, ubicado el negrismo dentro de las corrientes de la vanguardia, Duvalier integró ese negrismo poético a sus experimentos literarios. Así Armando Duvalier llevó a Nicolás Guillén a Chiapas. Así la poesía de Guillén abrió un nuevo ámbito en el continente, así fue que inauguró nueva casa.
Sin embargo, con Guillén ya en Cuba, el trabajo de Duvalier en Chiapas no tuvo continuidad. Los poetas de ahí decidieron voltear hacia otros rumbos. Los caminos de la poesía son muy amplios. Pero en la historia de la literatura en Chiapas ya nadie podrá negar que a través de Armando Duvalier, Nicolás Guillén también vivió en esa llama y pródigo diseminó sus ritmos comburentes.
Alguna vez estuve en una reunión en la UNEAC, allá en La Habana (Guillén era presidente de esa agrupación de artistas). Se trataba de una reunión entre escritores cubanos y mexicanos. Discutimos formalmente con varios de ellos, recuerdo: Onelio Jorge Cardoso, Luis Suardíaz, y otros de esa talla, pero Guillén, por razones de salud no pudo estar.
Me hubiera gustado abordarlo en su tierra, hablarle de Aurora Reyes, de su casa en Coyoacán, hablarle de José Revueltas, de Rubén Bernaldo y sobre todo, decirle que él había estado en Chiapas, que junto con Duvalier había recorrido aquella vegetación ignínata, que con Duvalier se acercó a nuestros ríos y que cruzaron a nado sus sonidos. Y le hubiera recitado, claro que sí, aquello de “marimba, marimbamba, marimbambá”.
Poco antes de que Aurora Reyes falleciera, en su casa de Xochicaltitla, en Coyoacán, a la sombra de la magnolia de la leyenda, nos reunimos con el compositor Juan Helguera. Esa tarde el guitarrista nos tocó su obra Sóngoro cosongo, (parte de su suite “Entre poetas”, las otras dos están dedicadas a Pablo Neruda y a Sor Juana) su sensibilidad nos dibujaba una línea melódica de giros caribeños mientras que su dedo pulgar golpeaba sobre las cuerdas quinta y sexta como produciendo las síncopas de un tambor. Entonces Aurora Reyes evocó tantas cosas, la estancia de Nicolás en aquella casa; los versos de Guillén en la voz del poeta y de Rubén Bernaldo. Y escuchamos de nueva cuenta el Sóngoro cosongo de “Guillén-Helguera” y estuvimos citando fantasmas y poemas e irremediablemente me acordé de cuando Armando Duvalier llevó a Guillén a Chiapas.
El día de hoy es el centenario de Armando Duvalier, el cuarto centenario que celebramos este año en México. En este momento, en Chiapas, en México, en América, el vanguardista Armando Duvalier nos está diciendo que la vida sigue viva.

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