2015, o la maldición de Tezcatlipoca

Francisco Gómez Maza/ almomento.mx

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Diciembre 17, 2014 15:54 hrs.

Francisco Gómez Maza/ almomento.mx › todotexcoco.com

Periodismo Estados › México Ciudad de México


Los mexicanos están llegando al fin de 2014, debatiéndose entre una realidad amarga y la incertidumbre del futuro inmediato.

La vida, de por sí difícil para las mayorías, está llegando al término del año, aturdida por una dolorosa crisis social. La sociedad entera va por un túnel sombrío al que no se le ve la salida.

Desde el primer año del sexenio, por unos momentos brilló la esperanza. Fue el “Momentum” de México. Con el retorno del partido revolucionario al poder, los mexicanos se llenaron de expectativas positivas. Por fin terminaba lo que algunos llamaron “la pesadilla” de Felipe Calderón.

La nueva clase política entronizada en el poder presumió por el mundo una cara fresca, emocionante, esperanzadora. Y los más influyentes medios de información del mundo occidental se explayaron en elogios al presidente en turno. El optimismo emanaba de las páginas de los periódicos impresos y de la prensa electrónica y la digital.

No era para menos. México estaba a punto del despegue. De convertirse en una potencia que podría hablar de tú a tú con las potencias de Norteamérica, de Europa, de Asia, de África. Estaba a punto de pasar a formar parte de los BRICS, ese grupo de economías llamadas emergentes, pero que estaban también en la antesala de la gloria.

El soporte del gran salto era el paquete de reformas estructurales que había anunciado el presidente de la república. Y sus cien compromisos de gobierno, leídos durante la ceremonia de su asunción a la silla presidencial, el primero de diciembre de 2012.

Las reformas estructurales llevarían a México a ocupar un sitio entre las economías emergentes. El mayor atractivo era una reforma en materia de energéticos (más que la reforma a las telecomunicaciones). Se esperaba que los más influyentes capitalistas del sector petrolero y eléctrico trasnacional se sintieran enamorados por México y vinieran a inyectarle millones de dólares a la empresa petrolera estatal, que se convertiría en una empresa independiente del gobierno, en una verdadera sociedad anónima.

La reforma educativa retomaría el histórico espíritu de los grandes educadores mexicanos y de aquellos maestros y profesores de tiempo completo, que construyeron esta gran nación, nación que se fue desdibujando con el paso de infortunios como la corrupción y la impunidad de los sindicatos y de los gobernantes de aquella dictadura perfecta.

En lo económico, había confianza de que la reforma laboral destapara los cuellos de botella, en donde quedaba y queda entrampado en desempleo y el empleo injustamente remunerado.

En lo financiero, la reforma al sistema bancario democratizaría el crédito para las actividades productivas y para crear una amplia clase de emprendedores, emanados de las universidades públicas y particulares.

Pero la puerca torció el rabo cuando se puso en vigencia la reforma hacendaria y fiscal. El incremento de los impuestos y la complicación burocrática que implica el cumplimiento de las obligaciones con el fisco dieron al traste con miles y miles de pequeños empresarios, que de la noche a la mañana no pudieron hacer frente a esta realidad.

Ahí, en el momento fiscal, empezaron a graznar las aves de mal agüero. Y la economía empezó a tambalearse, ayudada un poco también por los catarritos de la economía vecina, la de los Estados Unidos. Y no hay que olvidar que cuando a los Estados Unidos le pega un resfriado, a México le da neumonía.
Y todo comenzó a derrumbarse.

La economía no creció a pesar del optimismo de los econometristas del INEGI, de Hacienda y del banco central. El producto interno bruto se quedó a la vera del camino. No llegó a ninguna parte.

El empleo se quedó en los arrancaderos. Sobre todo la justeza de los ingresos de los trabajadores. Los voceros gubernamentales presumieron pírricos aumentos, pero nunca pusieron el énfasis en que los trabajadores no podían sobrevivir dignamente con pinchurrientos salarios y cobijados por una seguridad social cada vez más desmantelada.

El sistema bancario puso oídos sordos a la democratización del crédito. Éste medio fluyó pero a intereses de avaricia. Difícil se la vieron los medianos, pequeños y micro empresarios, los que no tienen posibilidades de autofinanciar sus operaciones, como si la tienen los grandes de este mundo.

No es nada halagador el saldo del año que está a dos semanas de concluir. Nada halagador.

Y de ribete, alguien secuestró a 43 jovencitos estudiantes de Ayotzinapa, y los desapareció como por arte de magia negra… Drama, tragedia, maldición de lo cual no quisiera acordarme más…

Por todos estos infortunios, y por los que se avizoran, sobre todo en el ámbito político y en el económico, 2015 podría ser un año absurdamente doloroso, infame.

No hay elementos para ser optimistas, después del espejismo de las reformas estructurales.

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