Un viaje... muchas historias

Armando Rojas Arávalo

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Junio 02, 2015 11:16 hrs.

Armando Rojas Arávalo › diarioalmomento.com

Biografías Nacional › México Ciudad de México


Aprovecharé la invitación a Cartagena, para ir, también, a Barranquilla y Santa Martha y, por supuesto, Aracataca. Los compas de "Cronopio", de la Universidad de Medellín, quedan pendientes.
Llegamos a Cartagena, anoche. Bellísima. Ciudad antigua, amurallada frente al mar Caribe, con una gran tradición cultural.
Arroz con coco, "picada" de pescado y mariscos, arepas, plátano frito, dedos de queso sabanero. Una delicia.
Treinta y un grado centígrados.
Plazas coloniales con esculturas de Botero, restaurantes al aire libre y música con trovadores callejeros.Pero no hay un lugar exclusivo para escuchar y bailar vallenato ni cumbias.
Mañana, Playa Blanca Barú.
Saludos a todos.
Todas las playas de Colombia son públicas. En Cartagena y en todos los litorales de este país, no hay playas privadas.
Pregunté dónde podámos disfrutar la auténtica gastronomía cartagenera, no donde llevan a los turistas, sino donde comen los de aquí, y nos dijeron "Donde Socorro". ¡Qué cosa más grande, caballero! Calamares al ajillo y bandeja de mariscos, acompañados de un Caldas "derecho" (porque ponerle cocacola es echarlo a perder, me dijo la mesera). Y vaya que tuvo razón.
(Alguien dirá que repito mucho el "donde". Aquí no se fijan mucho en eso, porque lo usan para designar el lugar por el que uno pregunta. "Donde Fidel", "donde Socorro", etc).
Ros y yo estuvimos hoy en Playa Blanca Barú. ¿Cómo se las describo? A ver, hago el intento: Es un Huatulco hace 40 años, todavía con restaurantes de palapa sobre la playa. Para los chiapanecos: es un Puerto Arista hace 15 años.
El único hotel que existe es el Decamerón, y de ahí en fuera si te quieres quedar está el hotel camarena.
El agua es turquesa cristalina y hay innumerables bancos de coral muy cercanos a la playa, por lo cual se le recomienda a los turistas no nadar más allá de los treinta metros. 
Sin duda, es un futuro polo de desarrollo turístico en este lado del Caribe, y tampoco queda duda que los colombianos saben vender muy bien lo que tienen.
Hoy estuvimos en la Universidad de Cartagena y no tienen ustedes idea cómo nuestra UNAM es reveranciada. Cuando dijimos que soy académico de la UNAM, los ahh y ohh eran de reconocimiento por ser nuestra Universidad una de las más prestigiadas de América Latina, y eso que la de Cartagena tiene lo suyo.
Gabriel García Márquez estudió Derecho en esa institución, pero no terminó la carrera, porque pudo más la inquietud de ser escritor y periodista.
Platicamos con Ricardo Chica Gelis, coordinador de la carrera de Comunicación Social, quien resultó ser un gran admirador de México. Como que estudió el posgrado en el CUEC, El Colegio de México y la UNAM. 
Comimos en el restaurant gourmet "Candé". Auténtica comida criolla. Entrada de mariscos, lonja de sierra y guisado de gallina "de patio". Una maravilla.
Hoy hizo 32 grados.
Con la grata noticia, amigos, que la revista "Cronopio", hecha por profesores y estudiantes de periodismo de la Universidad de Medellín (Colombia), publicará uno de los fragmentos de mi novela "La Condesa de Paros...y otros naufragios", que una editorial colombiana (luego les digo el nombre) sacará a la luz pública. El fragmento del texto podrán leerlo en la edición número 64 de Cronopio, en su portal www.cronopio.com
Seguimos en Cartagena de Indias. Día de visita al Museo del Oro, el Palacio de la Inquisición, cerveza en el bar-café-librería Abaco, donde encontramos a a la dueña pegando en su collage de fotos de celebridades una de Obama, de Clinton y el Presidente de Colombia. Tarde de comer en la "Cocina de Socorro" (que es distinta a "Donde Socorro"), admirar el atardecer con cerveza y un ron anisado en el Café del Mar sobre la muralla de la ciudad; paseo por el centro y alitas "heavy metal" (picosísimas) en el Hard Rock Café.
Mañana al mediodía a Medellín.
Llegamos esta tarde por avión (una hora con 10 minutos) a Bogotá...y a otro clima. Allá, en Cartagena, hacía 30 grados; aquí en Bogotá llovía y el termómetro marcaba 9 grados. Nos cambiamos las bermudas por ropa de abrigo, y caminamos un rato por Carrera 15 para llegar al Unicentro, una gigantesca plaza comercial enclavada en el barrio de los ricos, más o menos el Polanco de Bogotá.
En el "Carbón 100" comimos butifarra, sopa de espinacas y "bandeja paisa", acompañados de jugos de Lulo, una fruta ácida que dicen cura todo; de ello no sé, pero que es exquisita puedo dar testimonio.
Ciudad cosmopolita. La gente, muy formal en todo: en el vestir y en su trato.
Mañana voy a la editorial, a Monserrate y al Museo del Oro, y si nos da tiempo, si no pasado, abordaremos el tren sabanero. Cansadísimos. Esta mañana subimos en funicular a Monserrate, el santuario símbolo de Bogotá, a 3200 metros sobre el nivel del mar. Kilómetros de rampa, pero valió la pena. Mis ojos se llenaron de la espectacular panorámica de una ciudad que crece de manera explosiva.
Cara. Dice el guía que es la cuarta más cara de América Latina. El taxi del hotel a Monserrate costó 20 mil pesos colombianos, más o menos 7 dólares. El regreso, igual.
Después de Monserrate bajamos al centro histórico, donde visitamos la Casa de la Moneda, el Museo de Botero, la Catedral y el Museo del Oro. También el centro cultural Gabriel García Márquez, donde se encuentra la librería del Fondo de Cultura Económica (de México) y el café de Juan Valdez.
Comimos en el restaurant de "Mamá Lupe", el famoso ajiaco; sancocho de gallina, frijoles con chicharrón (de barriga, como le dicen en Chiapas), y de postre una cuajada con melao. 'Ai nomás.
Mañana, último día en tierras colombianas, a Zipaquirá.
Y seguimos.
Llegamos a la plaza cultural Gabriel García Márquez, en el barrio La Candelaria, de Bogotá.
Desempaco y empaco. Mañana otra vez de viaje...
Regresé hoy de Colombia.
Última parte de la crónica de mi visita a Colombia: En Bogotá entré a varias librerías a buscar el libro de García Márquez: "No vengo a decir un discurso", y en la del Fondo de Cultura Económica y la Nacional, en el barrio de La Candelaria, centro histórico, me encontré como best seller el libro de María Antonieta de Las Nieves "Chilindrina", sobre su vida.
De regreso al hotel Egina el taxista me preguntó de donde somos. Mexicanos, respondí. "Qihubo manito", me dijo y entonó "Cielito Lindo". Los colombianos de mi generación, explicó, nos educamos con las películas de Pedro Infante, Jorge Negrete y Cantinflas, y nos encanta Vicente Fernández.
Cansados de caminar y compras, nos sentamos en el sofá de la habitación a ver un poco la televisión. La sorpresa fue mayúscula: una de las series que más rating tiene es la del "Chavo del 8".
En el bar del hotel, un trovador entonaba "Gema" al estilo de Javier Solís.
Salimos de Bogotá (Aeropuerto El Dorado) a la una de la madrugada y tras de una travesía de 4 horas y media llegamos a la ciudad de México, sin dormir un minuto, porque entre mensajes y anuncios de las sobrecargos y del capitán de vuelo y el reparto de café, jugos y galletas no pudimos pegar los ojos. No sé por qué en los vuelos internacionales nocturnos, no dejan dormir a los pasajeros.
Nuestras maletas llegaron mojadas. Las bajaron del avión bajo la tormenta, sin tomarse la molestia de cubrir los carritos con alguna lona.
Salir del aeropuerto para abordar el taxi nos tomó una hora, entre trámites de Migración y Aduanas y que nos mandaron a una banda equivocada.
Pero ya estamos aquí.
Me encuentro en México y como si no hubieran pasado los días, el mismo escenario: Chilapa, Chilpancingo, la interminable retahíla –tanto de unos como de otros- por los muertos de Ayotzinapa, Michoacán, Oaxaca, los “plantones” y el criminal chantaje de los maestros de boicotear las elecciones si no se echa para abajo de manera definitiva la prueba de evaluación, como si lo que están haciendo fuera el paradigma de la educación que México necesita; me encuentro con que el gobierno de Morelos dice que todo está en paz, cuando los hechos –incendios de establecimientos y muertos por negarse a pagar la cuota del piso- dicen lo contario, y el palabrerío electoral y los discursos oficiales que se han desgastado y sólo pueden servir, a fuerza del abuso, en papel sanitario.
No pongo de ejemplo a Colombia (porque allá también tienen lo suyo), además, amo a mi país, pero encuentro interesante el proceso de paz que vive ese pueblo, después de lidiar décadas con la herencia maldita de la droga y los capos como ESCOCAR GAVIRIA. El problema no ha desaparecido completamente, pero ¿Cómo le están haciendo los colombianos para recomponer su identidad y hacer a un lado las graves diferencias de cara al futuro?, le pregunté a un amigo académico de la Universidad de Cartagena.
El doctor, que así llaman a los profesores universitarios, me contestó y luego corroboré. Los actores políticos no se denostan ni utilizan la tribuna electoral para descalificar a los adversarios. Pareciera que ha habido un pacto para no ensanchar las diferencias ideológicas y partidistas, en bien de la paz social. Han hecho a un lado los resentimientos sociales y se muestran a ellos mismos y al mundo los grandes valores del país. Aunque los colombianos no perdonan a PORFIRIO BARBA JACOB (MIGUEL OSORIO BENITEZ), a ALVARO MUTIS y a GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ hayan emigrado a otras geografías olvidándose, aparentemente, de la suya, han tejido toda una parafernalia casi mítica en torno a esos personajes que les han dado motivo de orgullo.
GABO –Gabito, como le dicen los colombianos- está en todas partes. En los muros, en las calles, en las librerías, en los tours para el turismo. Los colombianos te “venden” sus grandes aportes a la cultura. GARCÍA MÁRQUEZ está hasta en la sopa. El gobierno del liberal JULIO CÉSAR TURBAY lo acusó en 1981 de financiar al grupo guerrillero M-19 y a raíz de eso recayeron en él amenazas de muerte. Quizá por eso huyó a Cuba y Paris, para terminar radicando (aquí escribió “Cien años de soledad”) y muriendo en México. Tuvo casa en Cartagena, pero a Aracataca, un pueblo polvoriento del Departamento (Estado) de Magdalena, sólo regresó cuando su madre falleció.
Colombia se encuentra en un proceso de pacificación con la guerrilla, pero el camino se antoja escabroso porque está lleno de espinas… y minas explosivas en caminos y veredas. Las FARC han decidido sentarse a dialogar para encontrar una solución; empero, el ex presidente de la República, ALVARO URIBE, quien alentó en su gobierno y patrocina hoy día a paramilitares –a los que se han asociado las bandas de narcotraficantes- se niega rotundamente a participar en forma propositiva en los acuerdos de paz. ¡Claro!
El actual Presidente JUAN MANUEL SANTOS es un hombre al que la historia le reconocerá sus esfuerzos por lograr que Colombia busque la unidad más que el desacuerdo. Político y periodista –ex subdirector del periódico El Tiempo-, SANTOS recompone, como dijeran aquí los “actores políticos”-un terminajo que me cae en la punta de ya sabes dónde-, el “tejido social”.
En mis conversaciones con maestros universitarios, estudiantes, taxistas y comerciantes no escuché una sola denostación contra su Presidente ni sus gobernantes. Callan los calificativos. Respeto ante todo. El pacto es no dar al mundo la imagen de un pueblo antropófago, que se devora a sí mismo para sobrevivir. Colombia es un país que se siente orgulloso de su historia y especialmente de su inmensa fortuna cultural.
Regreso alentado. No hay mejor cosa para valorar tu país, que conocer otros. Tenemos mucho de qué enorgullecernos, pero no sabemos vendernos. Somos, valga la analogía, como una olla llena de cangrejos. No reconocemos y mucho menos hacemos apología de nuestras fortalezas y los valores y aportes. Todos contra todos. Pareciera que nos interesa más que el mundo conozca a los mexicanos por corruptos, traidores, gandallas y criminales que por ser un pueblo con historia y presente. Hay tanto de qué ufanarnos –y no precisamente de las famosas reformas “estructurales”. Eso es discurso político- que tiempo y espacio son lo que falta para creer y decir que somos grandes.
Quedaron atrás las calles históricas de Cartagena, sus hermosas mulatas, su gastronomía y su gente siempre amable. Cuando das las gracias por un servicio, te dicen “con mucho gusto”. Quedaron atrás “Donde Socorro”, el “Café del Mar” sobre la muralla, “las chivas” (camiones descubiertos, para el turismo; “Donde Fidel”, un bar con mesas al pie de la muralla; las playas blancas del Caribe. Las sinuosas carreteras entre Barranquilla, Santa Martha y Magdalena. El museo del Oro, el museo de Botero, la Casa de Moneda, la Plaza Gabriel García Márquez en el barrio de La Candelaria en Bogotá.
Quedó atrás Monserrate, con la espectacular panorámica que ofrece de una Bogotá cuyas avenidas quedaron azoradas y pasmadas frente al creciente número de vehículos. Quedaron atrás Zipaquirá y su catedral de sal. El tren de la sabana.
Atrás, las anchurosas banquetas de la nueva Bogotá, donde hay bancas para sentarse a fumar un cigarrillo o admirar el atardecer, y sus chiringuitos donde te sirven café y tragos. En sus plazas comerciales de corte futurista donde no hay liverpol, wallmarts, aurrerás o “comers”. Ciudad cara, sí. Ciudad que si sigue creciendo desorbitadamente se volverá inhumana.
No hay un Metro, como el de la ciudad de México. Los microbuses que aquí conocemos como “peseras”, manejadas por orangutanes, son modernos y limpios. El chofer te saluda y si no sabes la tarifa te informa con amabilidad.
Quizá vuelva a Colombia, pero ahora a Medellín, donde podría –hago “changuitos”- celebrar la edición de mi novela auspiciada por los amigos cronopios (así se autodenominan por su admiración a CORTAZAR). Quizá, y qué gusto me daría.

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