Al igual que en el federal, desde antes pero sobre todo después de las pasadas elecciones, la pregunta en el caso del gobierno capitalino no era si habría cambios, sino cuánto se demorarían en producirse.
Finalmente, Miguel Ángel Mancera decidió dar un manazo y recurrir a la medida espectacular de solicitar la renuncia de todos los integrantes de su gabinete, lo que le da la posibilidad de reorganizarlo por completo.
Y es que aunque era previsible que ante la división de la izquierda introducida por la formación de Morena, el partido de Andrés Manuel, los mayores daños los recibiera el PRD en el Distrito Federal, el desgajamiento sufrido obliga a todos los actores políticos a revisar sus piezas y modificar sus estrategias.
Más aún, cuando el Jefe de Gobierno se encuentra con que el resto de su periodo lo afrontará con el partido que lo llevó al poder vuelto minoría, y con una oposición beligerante cuyo estilo ya conocemos: nunca acepta perder y cuando pierde arrebata.
Habrá que analizar a detalle la nueva composición del gabinete de Mancera, pero lo cierto es que desde ahora la tienen muy difícil.
El equipo todavía gobernante no controlará ya la Asamblea Legislativa ni la mayor parte de las delegaciones. Y la previsión del líder del PRD, Carlos Navarrete, de que en 2018 perderán el poder en la capital, es mucho más que un punto de vista pesimista.
El cese del gabinete es en ese contexto una medida desesperada ante un desastre ya ocurrido.
En el gobierno de Enrique Peña Nieto el cuadro dista de ser tan dramático. A nivel federal no habrá, ni tendría que haber, un golpe de mano de esa dimensión.
Pero es evidente que el grupo en el poder nacional tiene igualmente que hacer ajustes y diseñar una nueva estrategia, si es que tiene como meta conservar el poder en la siguiente elección presidencial.
Y como con Mancera lo era, la pregunta obligada es cuándo se producirán esos cambios.