Desde el Jardín Municipal de Texcoco; maniobras para espantar la angustia

Alex Sanciprián

1

16,774 vistas

Febrero 06, 2016 20:46 hrs.

Alex Sanciprián › todotexcoco.com

Gobierno Municipios › México Estado de México / Texcoco


Texcoco, Edoméx.- Acompañar y no a esa legión de trabajadores que arropan a su líder, y le siguen mansamente durante sus presentaciones públicas a la inauguración de obras que son una mínima respuesta al clamor comunal, al interés público, y que en nada se trata de un favor, una atención especial para los hombres y mujeres de a pie que tienen perfecta certeza de lo que es amar a la comunidad.

La mejor manera de contrarrestar los embates y el delirio de las multitudes es sumarse a ellas en sus orillas.

Cerciorarte que les acompañas y no aunque sea con la mirada y el oído atento.

Otear el panorama e identificar a quienes han asistido, fuera de sus horarios laborales, a las solemnidades de los actos políticos y mejor juegan y cortejan y están con la expectativa de largarse de ahí, discretamente, sin que el líder lo perciba, advierta su evidente y graciosa huida.

Así, emprendes un recorrido a tu paso (no al del líder que va y viene en franca similitud con la ovina recurrencia de pastar a barlovento) por los nuevos ofrecimientos ornamentales de tu Jardín Municipal. Y te sientas mejor en una banca junto al quiosco y una vieja dama indigna te comparte su molestia por el ir y venir de ese “hatajo de huele-huele”.

Saberte vacunado de manías machas, exhibicionistas costumbres rudas, como las del maniático vecino que le toma el pulso a los chismarajos del vecindario con mirar a su alrededor o interpelar a quienes se cruzan por su territorio al lavar su automóvil a la hora de las ventoleras del crepúsculo o cuando apenas rasga el sol la nubosidad y empieza a calentarse el primer café a eso de las 7:15 de la mañana.

El antídoto de esas recurrentes escenas vecinales es simplemente saborear, en efecto, el primer café matinal o beberse un mezcal por la tarde noche mientras el irredento personaje se desvive en acariciar la carrocería de su vehículo mientras fisgonea a su alrededor o intercambia novedades con la doña de la esquina que “se sabe la vida y obra de la mayoría de nosotros”, en tanto saboreas tu café o tu mezcal con esa enorme dicha de haber evitado y adoptado a la vuelta del tiempo esa dudosa ceremonia ladina de darle lustre al vehículo propio con ese ahínco que le asiste, verídicamente, al personal de apoyo en las cuadras de los caballos de carrera cuando, en efecto, le toca baño integral al equino.

Disfrutar de la dulce compañía de las divas del blues y del jazz y de la música ranchera y del bolero en tanto configuras los caminos heterodoxos, tal vez dadaístas (los dadaístas proponían el caos por sobre el orden y llamaban a romper las fronteras entre el arte y la vida), para conseguir otro modo de decir lo mismo: la ingrata naturaleza humana, los vericuetos de la locura, el ansia de traspasar el mínimo reporte del absurdo cotidiano, la gracia plena de reencontrarte con la fuerza de las palabras, instalarte parsimoniosamente en la casa del ser (el lenguaje) mientras discurre por tus dedos una sugerente crónica de ciertas maniobras para espantar la angustia.

VER NOTA COMPLETA