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Octubre 13, 2018 09:46 hrs.

José García Sánchez › diarioalmomento.com

Política ›


Ahora las efemérides de algunos medios y la obsesión de analistas políticos se centra en los Juegos Olímpicos de 1968. Para aquellos reproductores de ingenuos que insisten en mostrar lo bueno sobre los crímenes de estado y los gobiernos autoritarios.

Como si se tratara de un logro de los atletas o políticos mexicanos la realización de los juegos olímpicos, dejando atrás hoy y siempre, tal y como sucedió hace 50 años los trágicos acontecimientos de los jóvenes muertos en Tlatelolco y otras partes donde granaderos y soldados se encargaron de torturar, desaparecer y asesinar.

Hoy, como hace 50 años, la observación del deporte se convierte en el gran enemigo de la conciencia y en una actividad inducida y permitida para que realicen los jóvenes sanos. Es decir, quienes prefieren leer en lugar de andar en el futbol llanero o en el Estadio Azteca no son sanos, todo lo contrario se convierten en una especie de virus que puede contagiar a los que ven el futbol por la tele o asisten al estadio. Son un virus dañino para el poder, contagian y su malestar es irreversible.

Ahora resulta que la nostalgia por los Juegos Olímpicos del 68 se convierte en nostalgia para quienes lo vivieron y para quienes todavía no nacían una especie de breviario cultural. Basta ver algunos medios dando cuenta del medio siglo de la antorcha olímpica encendida o del entusiasmo de los inconscientes en los estadios.

Después de la matanza, de la que los medios no informaron pero no hubo capitalino que no supiera, muchos de ellos se volcaron en la emoción que les producía la simple observación al ver quién corre más rápido o quién levanta más kilos. Lo demás pareciera una anécdota a la deriva en el turbulento mar de las inquietudes juveniles.

La realización de los Juegos Olímpicos de 1968 fue una vergüenza para la sociedad, debió serlo también para las autoridades que se montaron en el evento para demostrar que en México había tranquilidad y paz, y que las víctimas de los disparos no eran víctimas de la represión sino peligrosos delincuentes que querían desestabilizar al país.

Los Juegos Olímpicos de 1968 se llevaron a cabo con más de 2 mil estudiantes presos en Lecumberri, sufriendo torturas, pero la fiesta del deporte siempre se ha ponderado en México para preservar el poder y conservar ilesas las ilegalidades de los gobiernos.

La celebración de las olimpiadas en México no pueden ser más un referente de los deportes sino una cortina de humo de lo que sucedió en las calles, con muchos de esos jóvenes que ni siquiera lograron saber si los juegos habían empezado o se habían suspendido. Simplemente habían perdido la vida.

Darle espacio a las efemérides de los Juegos Olímpicos sin un marco social o sin un contexto político, está más cerca de la complicidad que el anecdotario de los deportes en el país.

Para entender la historia de México es necesario darse cuenta de que así como para los necios hay un árbol que impide ver el bosque, también hay unas olimpiadas que impidieron ver hacia adentro de un país que se debatía entre la vida y la muerte en la lucha por la libertad de sus jóvenes y la dignidad de sus habitantes.

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Olimpiadas de sangre

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