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Mayo 02, 2019 20:18 hrs.

José García Sánchez › diarioalmomento.com

Política ›


Para nadie fue sorpresa el intento de revuelta que encabezó Leopoldo López, en compañía de su amigo, Juan Guiadó. Dentro de Venezuela este tipo de bravuconadas es ya una costumbre lamentable y sería cómica si no fuera por los heridos que arroja.

Lo realmente escandaloso sucede afuera de territorio venezolano donde las opiniones respecto a este ataque de impotencia de la disidencia radical, que terminó el mismo día que comenzó, pero que se quiso alargar más tiempo en los medios. En México, por ejemplo, algunos de ellos, los convencionales aseguraban que seguían los intercambios de dispararon entre quienes creyeron poder invadir Venezuela. No sabemos si es por falta de información o por mala intención, ambas son muy graves. Obligan a sus lectores a que pierdan credibilidad en el contenido de sus páginas.

Mientras ningún medio de información en el mundo le llamó Golpe de Estado, en México, más de un periódico aseguró que se trataba de este tipo de hazaña violenta, cuando en realidad se sabe que un policía de alto rango convocó a los uniformados con engaños, en la madrugada del 30 de abril, para, supuestamente, trasladar a unos reos.

Cuando los militares se dieron cuenta de que era un engaño, el 80 por ciento de ellos se regresó a sus cuarteles, denunciando la intentona. Los disidentes creyeron que una vez estando los soldados en una trinchera diferente, se animarían a combatir al gobierno. No fue así.

El desarrollo de los hechos tuvo como objetivo la provocación para que el gobierno venezolano disparara contra los militares rebeldes y los vagabundos, disfrazados de disidentes. Todos con promesas de sueldo y poder. De esa manera, denunciando al mundo la masacre, tendrían el pretexto de invadir Venezuela desde Colombia, lugar donde el vecino del norte tiene apostados a miles de soldados.

También hay en Cúcuta, una veintena de soldados venezolanos, abandonados a su suerte que creyeron en el llamado del gobierno colombiano de darle comida, techo y sustento, así como un futuro promisorio dentro de las fuerzas armadas cuando derrocaran a Maduro. Ahora están muertos de hambre y sin futuro

No hubo muertes entre los impulsores de la violencia. Nadie les disparó a matar. La trampa había sido descubierta y sólo el gobierno esperó que se apagara solita la flama de la traición. Los títeres de Leopoldo López y Juan Guaidó huyeron a embajadas próximas. Nunca fue un intento de golpe de estado. La disidencia no cuenta con el número de militares adecuado como para esas maniobras.

Sin embargo, en México, las reacciones eran de verdaderos troglodita de la política. Ahí estaban mostrando una postura antidemocrática los panistas que fueron de los pocos, en el mundo, que a la reacción violenta de la ultraderecha le llamaron Golpe de Estado. Marko Cortés y Mariana Gómez del Campo, prima de Margarita Zavala, desinformados como siempre, pedían al Presidente López Obrador, darle crédito al ’Golpe de Estado’ contra Nicolás Maduro y reconocimiento a Juan Guaidó como presidente de Venezuela. Violentando no sólo las leyes internacionales de no intervención sino las de un país hermano que ha escogido una forma de gobierno, decisión que debe respetarse.

Para algunos panistas lo que no es antipopular es comunismo y enemigo no sólo a vencer sino a exterminar a sangre y fuego. Pero, eso sí, acostumbran señalar a otros partidos de violentos, agresivos, anticonstitucionales.

Si ellos se ven afectados con ese tipo de políticas deben combatirlo por la vía política pero no apoyando golpes de estado imaginarios que forman parte del pasado de América Latina. La postura antidemocrática de estos panistas seguramente es seguida por otros muchos militantes de ese partido, que fueron quienes se quedaron en la organización, a pesar de que su líder es un improvisado y su estructura quedó más dañada de que un edificio frágil tras el sismo.

El PAN se va, desaparece ante posturas como éstas, donde la ilegalidad se muestra a todas luces. El PAN está tan desolado que dos personas para ellos es multitud al intentar dar la opinión del resto de los militantes de ese partido.

No saber contar es un mal de la ultraderecha, lo mismo le sucedió a Leopoldo López y a Juan Guaidó, para quienes 20 militares conforman un ejército. No están acostumbrados al apoyo masivo. Desconocen la fuerza social y combaten la legitimidad de las urnas sistemáticamente por no imaginan sus dimensiones.

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