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Diciembre 19, 2019 04:01 hrs.

José García Sánchez › diarioalmomento.com

Política ›


La tradicional manera de mostrar el poder de convocatoria en México tiene su origen en la religión. Su capacidad de reunión y la coordinación social que alrededor de sus fiestas se realizan las envidiaría cualquier partido político.


Después, el corporativismo, la afición deportiva, la identificación gremial, los grupos musicales, conformaron un segundo círculo de confluencia multitudinaria en los actos masivos del país, estos centros de atracción social son ahora utilizados por nuevas organizaciones que intentan tomar el poder por asalto, tratando de convertirse no sólo en un contrapeso político en nombre de Dios, como en Las Cruzadas, sino, incluso tomar el poder.


La aproximación de grupos evangélicos que tienen como esencia de su poder de convocatoria la religión y los templos han empezado a actuar en México, así como lo hicieron en su momento, partidos conformados por bases de maestros o de obreros y campesinos.


Es decir, se retoma una esencia aglutinadora para aprovecharla en favor de una intención política, en beneficio de un grupo muy reducido, en la mayoría de los casos.

Los partidos políticos que vienen también quieren llegar con la mesa puesta, pero esta vez en nombre de una religión que no es la tradicional de los mexicanos, no es la que otorgó identidad a los hombres y mujeres de este país, sino otra que viene precisamente del extranjero, a dividir no sólo la sociedad sino a familias.


A pesar de que la segunda transformación en la historia de México fue la que se basó en las Leyes de Reforma, el clero sigue intentando influir en la política del país, que lo ha hecho toda su vida antes, durante y después de las Leyes de Reforma. Los católicos y los otros.


Ahora, el hecho de que los evangélicos lleguen con partidos como el PAS y que se allane el camino para otros que garantizan el quórum de sus juntas con la grey de su religión, violenta el Estado laico, porque quienes se encargan de reunión a los 300 simpatizantes por estado son los pastores, ministros o los líderes religiosos que tienen un nombramiento dentro de la estructura de su religión.


La religión fundamenta la conducta a seguir de los fieles a través de dogmas de fe. El devenir de sus vidas tiene objetivos muy rancios, de siglos, como si su trayectoria fuera sólo el pasado, un pasado que no ha logrado hacer historia política en México. En otros países los golpistas arrebatan el poder a los gobernantes legítimos en nombre de Dios y a través de líderes evangélicos.


Esto no puede considerarse una idea política que pudiera competir por el poder. La política es una actividad que parte de la historia actual en el presente y actúan previendo el futuro. La religión, tienen en el pasado su futuro. De ahí que su conservadurismo no alcance a concretar partidos, pero su insistencia, su obsesión por el poder, muchas veces con patrocinios de gobiernos extranjeros es sistemática.


La religión, cualquiera que sea debe estar separada de la política, sobre todo en las personas que forman parte de la estructura de una religión y quieren formar también parte de la estructura política, con sus herramientas ideológicas decimonónicas de no al aborto, no a los matrimonios de personas del mismo sexo, etc. Estos temas deberían ser, desde hace más de medio siglo, una discusión superada que no ha podido soltar sus amarras debido al lastre de esos grupos de presión, los cuales cuando se quedan sin argumentan terminan por afirmar que ’así lo ordenó Dios’.


En éste y otros temas el conservadurismo se vuelve un obstáculo para el verdaderos desarrollo de los países. La religión católica en México está ligada a las tres transformaciones anteriores. Es parte de la historia, desde la Reforma hasta la Revolución.


Retomar al poder de convocatoria de las religiones, cualquiera que sea, para conformar un partido político debe regularse, o simplemente estudiarse para un debate serio, profundo y definitivo. El púlpito como tribuna pude volver a derramar sangre. Las religiones no pueden ser trampolín para conformar un partido.

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