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Junio 27, 2016 13:04 hrs.

Mario Andrés Campa Landeros › diarioalmomento.com

Medio ambiente ›


Verso libre de la naturaleza que se resuelve en flor de un día. Frágil corola radial de filamentos violáceos. Cinco estambres, cinco estrofas que serán fruto rotundo y ácido.

Poesía pasionaria.

Estigma purpúreo que subyuga la mirada. Frase que no sangra por la herida. Desazón oculta, suave aroma vaginal que atrae a las libélulas. Suspira. Anhela. Requiere. Palabras trepadoras que se ciñen a la página dejándola horadada. A golpes de látigo se extiende y se encarna en la rústica pared del lenguaje cotidiano o en el fino hilo académico que artificialmente se trenza para darle sostén. Zarcillo seductor que silente camina en la noche tropical. Persuade. Hechiza. Cautiva. Poema deshuesado, infusión que alivia la ansiedad.

Danza en la tarde entrecruzando esquejes hasta ser muro frondoso contra los lamentos. Propone. Insiste. Tantea. Multitud de alvéolos guardan tu simiente. Mucílago ardiente con el sol encofrado en el corazón. Alegría que, testaruda, se reinventa para no sucumbir a los efectos secundarios del enamoramiento. Prueba inquebrantable de que la esperanza es verde fertilidad y no cerúlea, aunque en ciertos casos los dogmatismos no son bienvenidos.

Licor ofrecido por Kalypso en la profundidad de sus cavernas. Figura literaria que brinda abrigo. Protege. Ampara. Cobija. Sensual desde la memoria del primer acto creativo. Oficiosa en el proceso de polinización, irreverente en el rebato de su compleja obra.

Fulgurante espera el día en el que la incertidumbre cese. Una mano acerca sus bayas a la lanza de la lengua y esa caricia subliminal le hace estallar en éxtasis. Entonces, la historia comienza en el misterio seminal de la existencia.





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Passiflora caerulea

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