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Enero 06, 2014 17:15 hrs.

Roberto López Moreno › diarioalmomento.com

Cultura ›


En este 2014, se cumplen 100 años del natalicio del poeta Efraín Huerta. Él escribió un bello prólogo a un libro que hicimos la pintora Leticia Ocharán y yo, “Trece tiempos de Eros”. Impresionado por su obra de excelencias, le escribí este poema que aparece en mi libro “De la obra poética”, Edit. Papeles Privados (primer libro publicado en México en 1995, 2 de enero). El poema está dedicado a Rodrigo Arenas Betancourt gran escultor colombiano que vivió entre nosotros, amigo de calidad y hombre de sabidurías, pero el homenaje mayor radica en que el poema “El Ajusco o Efraín”, está escrito con el mismo número de versos con los que Efraín Huerta, hizo su poema “El Tajín”, una de sus más importantes obras en la suma de su labor literaria.


AJUSCO O EFRAÍN
(El Xitle)

A Rodrigo Arenas Betancourt

Los días se mezclan, se entrecruzan,
se enredan en su oficio de espiral, en sus telares,
modelan el jornal de la hora en punto
y en el musgo del tiempo –partículas de sal del infinito-,
trabajan ciegamente el movimiento,
lo modelan segur al ras del suelo.

Abajo los días inventan horarios verdipardos,
se encuentran en las calles, acales de humo . Se evitan,
se aniquilan en cruz entre el estruendo.
Las que fueron lagunas, ojos secos adormecen.

De pronto, de los pistilos del ruido
la vista se levanta, dardo a vuelo,
y en lo alto, en la patria del relámpago,
en el prisma ancestral de la sorpresa,
la silueta del Tlatoani,
allá su penacho, su etérea soledad,
ala descomunal, allá, su cresta planetaria.

Silencioso titán, poblado de rumores, mudo y magnífico,
muy sobre las filigranas del tezontle,
sobre el naufragio de solios y canales,
por encima de los nuevos lenguajes, del estrépito,
su carne de piedra acumulada, nos vigila,
piedra de sol, pirámide perpetua
con la piel desollada ante el espacio.
Su cuerpo de lava y de maíz,
prodigador de pedregales en el amanecer,
llueve edades sobre el valle;
ecos de obsidiana
fluyendo en los arroyos
quemaron su epidermis orográfica,
su estar ahí, entre los pájaros
y la gramática enhiesta de los testimonios.

Hay un puño en lo alto, en el valle,
apretando sus venas de tierra enarbolada.

Nos vigila, ternura aérea, ronca, áspera,
sangre alta, negra en su altura,
en donde somos página tan suya, tan del tiempo,
sombra de sus ramas
tejida con flautas y reptiles , con ecos
que nos dan forma y palabra.
Nos vigila, ternura áspera
que cabe en el vientre volcánico de Anáhuac,
en el viento, en el agua,
en el cadáver de algún grillo.

Gigante nuestro, protuberancia nuestra,
carne y sol de nosotros, los de tierra,
nuestro canto, atabal de nuestra arcilla,
nuestro sur, nuestro signo,
obelisco fincado en nuestra savia
alumbrada con lámparas de todos nuestros muertos,
de los que nacerán bajo sus siglos.

Escalamos sobre nosotros mismos sus arterias,
abajo, la sed cuadriculada,
la cerrada geometría del humo,
A nuestros pies se estrellan los oleajes de flor de pedernales,
suman manchas rojas como mapas,
el sol abajo sangra, se precipita por las escalinatas,
el tezontle tlacuila códices a corno oscuro
y hay un temblor perenne sobre cielos y casas.

El volcán precipita la mirada,
todo se observa desde nuestro abismo,
desde este cuerpo de vértigos azules ,
de piedra respirando entre las nubes;
Abajo se estremece el valle.

No somos el volcán,
sólo el invierno que sube por sus miembros,
la primavera ceñida a montañista
hinchándose en las gavias de la tierra.
No somos el volcán, sólo su vuelo,
su arrastrarse de barro;
no lo crecemos, nos crece en el asombro.

Varón del sur, abismo de su peso,
lengua en alto decir de la memoria,
¿vive águila o sol de este minuto?
¿pájaro de lumbre?
¿hoguera que arde alas?
Águila o sol, surco hacia arriba
naciendo en las raíces de lo aéreo.

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Poema a Efraín‏

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