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Julio 11, 2014 21:14 hrs.

Fernando Amerlinck › diarioalmomento.com

Cultura ›


24. Reinos de ilusiones vanas y realidades efímeras

Emiratos árabes y países que los acompañan – Nunca en mi vida había llegado tan lejos de mi país si viajaba en dirección al este. He estado en Oriente pero viajando rumbo al occidente, de modo que quedo a punto de cerrar una pinza alrededor de este globo terrestre. Llegamos a las orillas del Océano Índico en Muscat, capital del reino de Omán; no demasiado lejos de Bombay, donde estuvimos hace unos años.

Me viene a la cabeza, al contemplar esta riqueza, una reflexión. He estado fabricando una hipótesis que contrasta diametralmente con estas petromonarquías del Golfo Pérsico.

Supongamos que hubo en este planeta una grandísima civilización (como sostiene, entre otros, Graham Hancock). Esa civilización convivió con la última edad glacial, que duró 100,000 años y se acabó hace 12,500. Tal civilización se habría desarrollado quién sabe en cuántos miles de años antes de que la destruyera, entre otras cosas, el súbito deshielo del planeta, que hizo subir los niveles marinos como en 120 a 150 m. Contra eso, los historiadores convencionales creen que la historia humana data de hace unos 6,000 años en Mesopotamia y que antes no había escritura.



Esa gran civilización habría quedado casi completamente aniquilada pero habría dejado algunas huellas de su presencia. Hay ruinas que el mismo Hancock ha descubierto o reinterpretado, algunas de ellas debajo del mar, inundadas por aluviones provenientes del deshielo de los cascos congelados. Mi hipótesis silvestre es que, si existieron, esas antiguas civilizaciones destruidas fueron muy desarrolladas tecnológica y culturalmente pero no conocieron el petróleo. Eso marcó toda la diferencia del mundo.



Hay que pensar en cuánto depende del petróleo y compararnos con el mundo de hasta hace 150 años. Salvo este pequeño lapso, durante toda la historia de nuestra civilización no había habido petróleo. ¿Cómo podría haberse desarrollado el mundo a partir de 1850, de no haberse aprovechado el petróleo como lo conocemos? Habría habido desarrollo pero viviríamos en un mundo muy, muy diferente, al punto de no ser concebible para nosotros que todo lo basamos en el petróleo, desde el combustible hasta la pintura de uñas, las medicinas y los cepillos de dientes. No habría viajes en avión ni edificios altos, por ejemplo.



Igual habría pasado con aquella gran civilización y con su tecnología, su estilo de vida y hasta su población y el tamaño de sus ciudades. La explosión demográfica del último siglo coincide con la explosión petrolera. Estos últimos 100 a 150 años han sido completamente atípicos en la historia humana y eso es por el petróleo.



Merece la pena seguir pensando en algo así, porque creo que en el mundo antiguo hubo civilizaciones avanzadas pero que no conocemos. Y esa gente habría tenido su tecnología, sus creencias y todo lo necesario pero no podrían haber tenido grandísimas ciudades o altos edificios o las cosas que sólo el petróleo puede permitir. Por eso no abundan sus restos, aparte de que estuvieran inundados.



Estoy convencido de que la grandiosidad de una civilización como la egipcia no se generó casi espontáneamente en cien o 200 años, con un brinco casi inmediato desde el paleolítico hasta las pirámides y a todo lo que lograron los egipcios de las épocas dinásticas. Uno o dos siglos son un ratito para la historia de una civilización. La egipcia, me parece obvio, aprovechó fuentes previas de conocimiento. ¿De quién? ¿De dónde?



Y no: no hablo de alienígenas o de platillos voladores. Acaso Atlántida, si existió, sea tan sólo una parte de aquellos inmensos cataclismos, si hay más de 50 mitos en regiones desconectadas entre sí que hablan de un gran diluvio, amén de diversas evidencias geológicas. Hablo, como Hancock, de seres humanos cuya muy antigua civilización quedó casi destruida, junto con sus construcciones, en una o varias catástrofes globales. Pero algo dejaron tras de sí, y alguien aprovechó esa heredad.



No puedo imaginar un contraste mayor entre lo que se ve aquí y lo que acabo de decir de esas posible civilizaciones tan antiquísimas, que frente a ellas, la egipcia sería modernísima.



Con esa reflexión arranco este relato sobre nuestra rápida visita a algunos de estos países cimentados en dos pilares del progreso del mundo contemporáneo. Lo que se ve en los países de los golfos Pérsico y de Omán es inconcebible sin dos cosas: el petróleo, y el dinero verde. Veo a estos emiratos como una especie de modelo, llevado hasta el extremo del absurdo, de nuestro mundo actual.



La riqueza petrolera, que es finita, sólo se ha aprovechado en serio en el último siglo. La expansión desordenada de la moneda también.



En el mundo desarrollado moderno, la práctica de que un poder soberano controlara la moneda comenzó con fuerza en 1913 (año en que fundaron el anticonstitucional banco central de Estados Unidos, institución privada, llámenla como la llamen); y el definitivo desorden de la moneda y la expansión absurda del crédito se desató a partir de 1971, cuando la moneda se desligó definitivamente del oro. Todo ese siglo es un minimicroparpadeo en la historia humana.



A estos países el petróleo les ha dado toneladas de esa moneda ficticia, moneda fiduciaria, moneda fiat, moneda inventada, moneda que no es dinero. Esa moneda (especialmente el dólar) crece como una burbuja de espuma inflada a base de crédito, y permite la ilusión o la realidad de una riqueza gigantesca. En estos países (como en nuestro mundo) reina el absurdo de la abundancia eterna y el crecimiento sin fin. Esa ensoñación no puede durar.



Tanta riqueza sólo proviene de la explotación y aprovechamiento de lo que hay bajo el subsuelo. Qué hacer con esos dinerales, sólo lo dictan los personalísimos impulsos de unos cuantos monarcas absolutos que hacen lo que se les pegue la gana con ese dinero, claro que siempre a nombre de la grandeza de Alá. Y eso aunque a veces también salpiquen y hagan de sus países unos lugares algo más decentes para vivir.



Eso pasa en Omán, que hace 50 años estaba por completo aislado del mundo pero hoy no parece demasiado mal gobernado, con oficinas de bancos y empresas occidentales (incluyendo la ubicua y horrenda McDonalds). Según la ONU, es el país del mundo que más ha mejorado en nivel de vida en los últimos 40 años. Y junto a eso, el jefe de la gobernante dinastía Al Said tiene un yate al que le conté 6 cubiertas, que envidiaría la reina de Inglaterra. Estaba anclado en el muelle de Muscat, en una zona ganada al mar en la que hay un malecón agradable y bien hecho.



Lo más turísticamente publicitado en Omán es una mezquita, obra reciente del sultán. Bonita, grande, bien hecha, con la segunda mayor alfombra hecha a mano del mundo pero sobre todo unas fuentes que dejan caer el agua a los lados en largos desniveles que me hicieron recordar (con muuuuuuchas diferencias) el intencional rumor acuático de unas fuentes de la Alhambra de Granada.



El más lamentable de estos países me pareció la pequeña isla de Bahrain (de riqueza financiera, no petrolera), donde hay algo increíble: un edificio en forma de A específicamente diseñado para montar tres enormes hélices de viento generadoras de electricidad. ¡Tres! en medio de dos torres laterales en triángulo, cada una como de 40 pisos. ¿Qué tanta energía podrán generar 3 hélices? Una locura, pero locura ecológica, adjetivo tan significativo como cuando en los años 60 todo era sicodélico.



Más absurdo aún es que donde no fabrican automóviles ni hay escuderías ni afición por las carreras, ni gente, ni espíritu deportivo pero sí muuuuuucho dinero, hicieran un autódromo bellísimo, literalmente construido donde antes sólo había arena. (No sé por qué iba a escribir que estaba construido sobre arena, como dice el Evangelio que no hay que hacer. ¿No estarán construidos sobre arena estos países? En fin.) Hacer un Gran Premio donde lo único que hay es un autódromo habla de lo que más le gusta al dueño de la Fórmula 1, Bernie Ecclestone, un señor muy poderoso pero no caballero, y a quien podría haber dedicado mi señor Quevedo su poema sobre el poderoso caballero don Dinero.



Lo más impresionante son dos grandes y estúpidamente ricos emiratos: Dubai y Abu Dhabi. En Dubai están varias cosas grandes: la torre más alta del mundo, el centro comercial mayor del mundo y el segundo mayor acuario del mundo. En la torre Burj Khalifa (828 m) de 163 pisos, cabe 4.5 veces la Torre Latinoamericana y más de dos veces el Empire State. El mirador se llama “At the Top” pero no está en el top porque llega apenas a 452 m de altura en el piso 124. Le falta a ese mirador más de una Torre Eiffel para llegar hasta mero arriba. Y desde ese mirador que está a la mitad se ven edificios altísimos como casitas de muñecas.



Desde fuera la torre es como una gran aguja, flaquísima para su tamaño aunque comience con pisos necesariamente más anchos. Tiene que ser sumamente impráctica, con varios cientos de metros de edificio tan angostos que para nada sirven, antieconómica por todos los conceptos, e incómoda para quien la use diariamente, sobre todo porque no caben suficientes elevadores. Parece sólo una muestra de machismo nacional, frecuente en los países muy nuevos y muy exitosos. Los nuevos ricos, sean personas o países, hacen caprichos de niños chiquitos.



Cyril Northcote Parkinson ofrece un indicador en su magnífico libro La Ley de Parkinson (1958) para pronosticar la decadencia de un país o una empresa: construir un gran edificio. Creo que eso le pasó al emir de Dubai Sheikh Mohammed bin Rashid, que quería distinguirse de cualquier otro país con algo verdaderamente sensacional, e hizo su gigantesca torre. Pero le tocó lo que a tantos inversionistas inmobiliarios, la crisis de 2008, y el país se quedó sin dinero de manera que tuvo que recurrir a su vecino Abu Dhabi para rescatarlo.



Fue en agradecimiento a ese rescate financiero de Abu Dhabi que el sultán de Dubai nombró Burj Khalifa su torre (Burj quiere decir torre) en vez del nombre original Burj Dubai, en homenaje a su benefactor de Abu Dhabi el califa bin Zayed Al Nahyan.



Hay también en Dubai un inmenso centro comercial con 1,200 tiendas y un enorme, realmente grande acuario o zoológico marino con una pared de acrílico de 33 x 8 m, un acuario repleto de peces de regular tamaño y varios tiburones seguro que muy bien alimentados porque no hay ataques. Hasta buzos había allí. Y se puede pasar a los lados y por debajo de ese acuario. Algo digno de verse.



También es digno de verse un esqueleto fósil auténtico de un Diplodocus de 155 millones de años de antigüedad que mide 24 metros de cabeza a cola pero con un cerebro que no me pareció mayor que el de una ardilla, así de pequeñito es su cráneo. Acaso la querencia de Dubai por los dinosaurios sea como agradecimiento a la riqueza cretácica y jurásica que según dicen, se formó en el subsuelo a partir de los tiempos en que los dinosaurios dominaban la tierra, y que hoy es el oro líquido con el que compran dinosaurios…



Algo que se ve desde el mirador de la gran torre es un edificio altísimo inspirado en el Big Ben de Londres pero con una esfera sin reloj y sumamente feo. Queda claro que el dinero no es garantía de buen gusto pero puede comprar muy buenas cosas, no solo dinosaurios sino también juegos artísticos de agua que resultan un ballet con música y luces que se escenifica cada media hora, en una plaza con una gran fuente debajo del Burj Khalifa. Recuerdo que cuando reinauguraron el desgraciadamente finado Cine Latino había unas fuentes mágicas antes de la función de cine. Ah, qué tiempos.



Hay también en Dubai una pista de esquí en nieve, que vimos por fuera. En el desierto. Algo así como usar mucho dinero para hacer pistas de hielo en el Zócalo…



Si el dinero les brota hasta por las orejas, ¿por qué no llegar hasta a imponer condiciones a la antigua y cada vez más islamizada Francia? El hermano menor del califa de Abu Dhabi exigió que le cambiaran de nombre al Teatro Napoleón de Fontainebleau. Hoy se llama Théâtre Cheikh Khalifa bin Zahed al-Nahyan por la pequeña donación de que ese señor de tan rimbombante nombre hizo de 5 millones de dólares para restaurar ese lugar. Hay una protesta internacional en que he incluido mi firma.



El califa de Abu Dhabi, capital de los Emiratos Árabes, es un tipo indudablemente muy talentoso que ha modernizado enormemente a ese país y lo ha hecho un lugar más interesante. Por ejemplo, su finado padre se mandó construir un palacio inmenso con corredores eternos, techos altísimos, salones enormes, mosaicos y un lujo asiático a todo lo que da pero el califa prefirió convertir ese palacio en hotel y no vivir allí. Eso no quiere decir que el califa viva en un apartamento de interés social pero sí en un palacio mucho menor. Y el hotel vale la pena visitarlo.



Abu Dhabi (faltaba más) también le llegó al precio a Bernie Ecclestone, de modo que hace igualmente su Gran Premio de Fórmula 1 en el circuito de Yas Marina, pero al menos Abu Dhabi tiene más apariencia de país que Bahrain. Y cerca del autódromo está el centro de atracciones de Ferrari, una inmensa Disneylandia repleta de atracciones, una de ellas una montaña rusa que imita la aceleración de un Fórmula 1 que en cuestión de dos o tres segundos llega a 370 km/h, algo espantoso a más de 3G, con curvas a velocidad real y basado en el circuito de Yas Marina según lo recorre uno de esos coches rojos (que no sacan grandes resultados en las carreras de hoy aunque maneje uno de ellos el mejor piloto de al menos estos últimos 10 años: Fernando Alonso).



En Abu Dhabi, aparte de edificios modernísimos, el califa ha construido un monumento por el que sin duda será recordado por siempre, mucho más que por sus centros de atracciones o carreras de coches: una mezquita. La mezquita Sheikh Zayed es inmensa, hermosísima; el mayor monumento en el mundo de mármol con mosaico, que lo hay de piedras semipreciosas multicolores en relieve representando plantas y flores o formas geométricas, calados en madreperla, vitrales, cúpulas y cuatro minaretes, fuentes, espejos de agua, una imponente alfombra persa en tonos verdes (mide 5,600 m2), candiles multicolores, líneas puras y elegantes. Esa mezquita ultramoderna (terminada en 2007) tiene para este observador, de plano, un correlato: el Taj Mahal, claro que guardando muchas proporciones y sin la forma característica del mayor monumento de la India pero sí con los mármoles blanquísimos calados en mosaico, delicadísimamente trabajados. No es admisible ir a Abu Dhabi sin conocer esa extraordinaria mezquita. Vamos, vale la pena el viaje a este emirato sólo por visitarla.



Esas son cosas que valen la pena de las que son posibles gracias al petróleo (un bien finito) y la moneda fiduciaria (un bien burbujeante). No me cabe la menor duda de que en estos países administradores de la abundancia toda esta “riqueza” simbólica que vemos en los edificios, los carrazos y las grandes instalaciones, será (como toda ensoñación) efímera por falsa: lo característico del mundo real es la escasez y el estado natural del hombre es la pobreza. La riqueza auténtica proviene de un esfuerzo por dar valor al trabajo y por poner bienes a disposición de otros en un mercado libre, no nada más de extraer lo que hay bajo la arena.



Hablaba también de que, como la enseñanza evangélica, los prudentes construyen sobre roca y los necios edifican sobre arena. Arena es lo que más abunda aquí, y debajo de la arena hay un líquido negro que también se acabará, pero mucho antes que el petróleo se agotará la burbuja de crédito que ha estado sosteniendo con alfileres la prosperidad global durante ya demasiadas décadas. Aquí, y en todo el mundo. Sólo que aquí el contraste es a lo bestia.



Estos nuevos ricos gastalones y francacheleros necesitan aprender de los chinos o indios, que tienen una cultura infinitamente más antigua. Serán los orientales los que tengan una moneda fuerte respaldada en oro; no los exhaustos gringos impresores de billetes verdes y moneda ficticia. Convendrá a los jeques educar bien a su gente y empezar a practicar lo que jamás han conocido: la austeridad. Lástima que algo así sólo se enseñe en la realidad real, en el mundo de los fregadazos.





25. Rodeado de musulmanes





Doha, Qatar – Cerramos en Qatar esta rápida visita a los petropaíses, lugar (como todos los que hemos visitado) calurosísimo, moderno y nuevo rico, y que como los demás, hace 100 años habrá sido arenales, poblado por beduinos y tribus de camelleros.



Lo más interesante me pareció el color local de Doha: su Zuq, un enorme bazar. Allí acude la gente a comprar de todo, desde zapatos hasta incienso, ropa de uso prescrito para las mujeres, túnicas para hombres, turbantes (o como se llamen) y los círculos de tela trenzada que sirven para sujetarlos en su cabeza; cafeterías y restaurantes que indispensablemente ofrecen un shishe o narguile (fumadero a través de agua). En algunos venden cerveza pero no siempre se antoja si hay un exquisito refresco con limón y menta, una especie de mojito sin alcohol. Venden muebles, artesanías, lámparas, y joyerías, obviamente sin protección especial alguna, Literalmente hay de todo en ese Zuq.



Resulta delicioso sentarse a ver gente mientras fumo en mi narguile. Contemplar cómo viven, cómo se visten, comparar a los hombres locales vestidos a la usanza tradicional con los que usan una fea y corrientísima ropa occidentalizante.



Lo verdaderamente ridículo es que en el calurosísimo Qatar, donde no hay afición ni equipos ni nada, se les haya ocurrido organizar el mundial de futbol para 2022, dizque para acercar al mundo árabe a Occidente y por quién sabe cuántas razones políticas y no deportivas. Sepp Blatter es para la FIFA lo mismo que Ecclestone para la FIA. Si los emires pueden comprar un teatro en Fontainebleau, ¿por qué no un mundial de fut o grandes premios o lo que sea, siempre y cuando haya alguien dispuesto a recibir con muuuuuucho entusiasmo al poderoso caballero?



Nunca había estado tanto tiempo rodeado de musulmanes. La mejor atracción que vimos en Doha es el Museo de Arte Islámico, diseñado por I.M. Pei, el de la pirámide del Louvre. Una grandiosa, elegante, sencilla y bonita obra que reinterpreta con solvencia el arte mayormente geométrico de la cultura musulmana, y donde se aprende sobre su estética. En ese museo estaba yo haciendo fotos como siempre, y unas muchachas empezaron a increparme y cubrirse con sus velos negros la cara. Y ni siquiera las estaba retratando a ellas. No entendí.



Por lo contrario, en el pequeño Zuq de Muscat nos ocurrió algo curioso: una muchacha musulmana pidió retratarnos y claro que accedimos, pero luego me atreví a pedirle retratarla con mi esposa e hijo y también accedió gustosamente. Hasta conmigo se retrató. Y visitando el hotel palacio de Abu Dhabi nos pasó algo de plano extraordinario: una mujer que traía el rostro cubierto quiso retratarse con nosotros. ¡Y se descubrió para la foto! Ocurrió realmente. Y es increíble, pues su religión prohíbe a las casadas revelar su rostro en público y hasta en privado con pocas excepciones. Hasta vi por la calle a una de ellas cuando el viento le levantó un poco el velo y se lo cubrió con la misma prisa con que una bañista se arregla la parte superior del bikini si se le afloja. Sólo en migración de los aeropuertos he visto que se levanten momentáneamente el velo, para vista del inspector de pasaportes. Me pregunto irreverentemente, si todas van vestidas igual, de negro y con todo cubierto, ¿cómo las reconocen en la calle sus hijos?



Se puede ver en la calle la cara (sólo la cara) de las solteras pero no si están casadas. Yo no podría conocer a las amigas de mi esposa, por ejemplo. O a parientes muy cercanas. Casi a ninguna mujer casada, no vaya a exacerbar mis peores instintos en perjuicio de su marido. Imaginemos cuánta limitación supone para ellas una cosa así en el mundo que los occidentales y orientales consideramos normal, donde las mujeres trabajan, manejan, estudian y viven una vida ordinaria y pueden progresar o hacer lo que quieran.



Los preceptos musulmanes las limitan tanto que las mujeres circulan por las calles como exhalaciones negras, rodeadas de niños y con un teléfono en la mano. Son para su marido nada más, pues el Corán habla de ellas como tentaciones para el hombre y limita su libertad en forma completamente diferente de cómo hace con los varones. En el catolicismo hay monjas pero por decisión y vocación libre, y ellas no padecen ni con mucho las limitaciones que el islamismo impone, sólo por ser mujeres, a todas las mujeres.



Hay que imaginar cuántas posibilidades se les arrebatan, cuántas cosas no pueden hacer o cuánto no se pueden educar, porque su libro dice que sólo su esposo y unos cuantos parientes cercanísimos pueden verlas. Sí pueden ver su cara varones desprovistos de lo necesario para ejercer el sexo, es decir, eunucos; ¿qué dice esto de lo que piensa el autor de ese libro sobre la mujer? Curiosa psicología de quien pergeñó esas enseñanzas antes de Freud.



La forma islámica de maltrato y discriminación a las mujeres sólo puede ser soportable para la que haya nacido en ella y no haya conocido otra cosa. Esa mujer habrá aprendido desde pequeña la única verdad admisible sobre ellas y no tendrá oportunidad de salirse de ese esclavismo religioso. A la que se atreva intentar salirse le cuesta muchísimo. Recientemente una mujer en Sudán se convirtió al cristianismo y la condenaron a muerte. La liberaron, la volvieron a apresar, en fin. La tradición más rígida dice que al apóstata hay que ejecutarlo.



Al estar las mujeres tan limitadas y sobajadas, los hombres son mucho más interesantes, hasta en su atuendo. La elegante ropa tradicional masculina es como una túnica completa de cuello a pies, blanca aquí o en Arabia, o de colores grisáceos o pardos en Egipto, pero siempre austera y que confiere prestancia; se cubren la cabeza de muchas maneras (me falta recordar los nombres de cada tocado y estilo), todas ellas atractivas, y suelen llevar barba.



Los hombres pueden vestirse como se les pegue la gana, así sea con fachas occidentales como camisetas o los nefandos jeans. Son las mujeres las limitadísimas, para beneficio de sus futuros o presentes maridos y para procrear hijos (lo cual hacen con visible fertilidad). Las mujeres carecen totalmente de interés (que es lo que pretende el Corán). Sólo en este mundo ocurre en el humano lo que en el reino animal: los machos son siempre más bonitos y vistosos que las hembras.



Alá es Dios, Mahoma es su último profeta y no puede haber ya ningún otro. Lo dicho por él es lo final y no puede decirse nada más. Es fácil llegar a un razonamiento: si el Corán es la Verdad Universal, ¿qué interés puede tener lo que no esté escrito allí? De allí a decir que lo no escrito allí no debería de existir, o que quien no lo crea tampoco debería de estar vivo, hay un paso muy fácil de dar y ya lo dieron en Afganistán.



Los talibanes afganos bombardearon obras budistas de arte (“ídolos”) porque eran representaciones humanas propias de una religión ajena. El Corán dice que no pueden representarse personas o animales en un contexto religioso.



Hay quien interpreta más relajadamente sus creencias, como ocurre en países como estos en que se tolera el alcohol y que permite que los no musulmanes lo bebamos, donde fuimos tratados respetuosamente y donde permiten que mujeres no musulmanas enseñen sus piernas y el pelo en la calle, o que indias con su sari dejen ver su panza. Pero el gran libro allí está, listo para que cualquier fundamentalista nos suprima porque el infiel (o peor tantito, el que critica al profeta o a sus enseñanzas) no merece vivir. La vida del infiel no tiene entonces valor alguno. Y si la ley civil ordena algo diferente, habrá que imponer un estado islámico confesional porque no puede haber nada por encima de la palabra de Dios.



En Europa hay reacciones, que no harán más que crecer, contra la influencia musulmana. Hay grupos radicales que quieren acabar con Inglaterra o reconquistar España porque dicen que ha perdido su esencia y ya no tiene ya sustancia. Lo peor de todo es que en ciertos casos tienen razón en eso del sustrato moral que originó a Europa. ¿No excluyó la Constitución europea la mención de que era un continente construido sobre principios cristianos? Eso no es religiosismo sino un hecho histórico. Otro hecho es que el origen de la libertad y de los derechos humanos es cristiano. Y lo es la tolerancia. Por favor no me vengan con que la Inquisición, las cruzadas o la quema de herejes, cosas que forman parte de una historia lamentable de cuando el catolicismo se hizo política, pero que no están en el Evangelio.



Con todo lo criticable que tenga lo musulmán, les reconozco una: se toman en serio sus creencias y las practican mucho mejor que los católicos en mi país. ¿Por qué los mexicanos normales y corrientes; vamos, casi toda la población que se dice católica, no obedece el mandamiento de no robar y el de no mentir? ¿Por qué todo el mundo practica atávica y cotidianamente el pecado gravísimo de la envidia? Y puestos en extremos, ¿por qué ciertos criminales se encomiendan a la Virgen antes de salir a robar o secuestrar? Y hasta en sus AK-47 los narcos ponen imágenes de la Guadalupana.



En estos países se respira un ambiente de protección y seguridad, y no sólo en las joyerías o tiendas de cosas valiosas. No hace falta policía en todas partes ni las protecciones físicas y coches blindados a los que estamos tan malacostumbrados en un ambiente tan hostil a la propiedad privada como es el de mi país.





26. Una cisterna para la capital de un imperio





Constantinopla / Bizancio / Estambul, Turquía – Pasamos brevemente por Estambul, que ya conocíamos. En este viaje hemos visto varias mezquitas y conscientemente, en la mezquita azul de Estambul, una de las antiguas y de las más magníficas mezquitas del mundo, que tiene 6 minaretes, expresamente quise percibir algo diferente de lo que se siente en cualquier museo o monumento. Algo como lo que he sentido en varias iglesias católicas (Santa Maria in Trastevere, Chartres, San Felipe de Jesús, el templo de Santa Teresa en Ávila, por citar pocos ejemplos) o en templos budistas (el del Buda Esmeralda de Bangkok, el de Yangón).



Nada. No percibo esa espiritualidad que manifiesta, así sea tenuemente, una presencia trascendente. Cero. Acaso otros la noten. No yo.



Lo más inusual que vimos es una gigantesca cisterna subterránea de casi 10,000 m2, la mayor de todas, donde se ayudaba a abastecer de agua la ciudad, construida en la época del emperador Justiniano, en el siglo VI d.C. Es una construcción casi intacta en que no se perciben o admiran ruinas sino un monumento romano auténtico hecho por aquella gente y que sigue estando como lo hicieron, aunque ya no sirva como depósito de agua para la capital del imperio romano de oriente, para Bizancio y para el imperio otomano.



Tiene esa cisterna 336 columnas de mármol como de 9 m de altura, con capiteles jónicos y corintios y una curiosidad poco explicable: en dos de ellas, la base es una grandísima escultura de la gorgona Medusa, la de pelo de serpientes que sirve de escudo a Sicilia y a la que le cortó la cabeza Perseo sin que lo convirtiera en piedra. La aterradora Medusa, en una masiva cara, está invertida (con el pelo de serpientes abajo) puesta como base para una columna. Junto a ella, otra igualmente masiva Medusa sirve como base para otra columna. ¿Quién decidió reciclar de esa curiosa manera una escultura anterior? ¿Lo hicieron sólo para provechar material de construcción, o para conjurar alguna maldición de tan temible e infernal destructora? Ni manera de saberlo.



Otra descubrimiento, éste del bazar de Estambul, es comprobar algo que habíamos visto en varios lugares y monumentos es cómo se presta para el arte la caligrafía árabe y cómo hay una cultura de los manuscritos.



Steve Jobs apadrinó en 2005 en Stanford a una generación y reveló en su notabilísimo discurso cómo en cierto momento de su vida, cuando había decidido abandonar sus estudios y no tenía casi dinero para comer, decidió tomar un enteramente inútil curso de caligrafía. Eso le resultó útil cuando hizo diez años después la computadora Macintosh, la primera con una tipografía variable y diferentes tipos de letra con espacios adecuados a su tamaño. Como bien decía, fue gracias a ese curso que el aburrido estilo de las computadoras tipo IBM se hizo suficientemente estético para lograr una lectura más cómoda y dejar que las computadoras fueran solamente procesadoras de información para convertirse en instrumentos capaces de producir textos bellamente presentados o hasta obras de arte.



Siempre admiré esa intervención del genial Jobs porque siempre he tenido respeto por la buena caligrafía, por el uso moderado de las mayúsculas, la forma de los letreros, la eficacia y buena apariencia del mensaje escrito. En Estambul pude recordarlo, al hablar largamente con un vendedor de documentos en árabe al que proveían de hermosísimos textos que para nosotros son incomprensibles pero de una maravillosa estética.



La cultura de los árabes es antigua y riquísima, mucho más que la cultura islámica. Confundirlos sería hablar de la cultura europea como sólo cultura católica. Loa árabes son mucho más que una religión.





27. Una ciudad bombardeada pero casi intacta





Dubrovnik, Croacia – En un viaje corto desde Estambul llegamos a un lugar que siempre habíamos querido conocer: la antigua Ragusa, hoy la ciudad croata de Dubrovnik, una joyita medieval que nos recordó a Malta por su carácter peatonal, sus edificios, su color miel de la piedra, pero especialmente impresionante porque está completa. Las murallas, las troneras, los fosos, las calles, las casas, allí están. Todo en su lugar.



Alguien que había estado en Dubrovnik me había platicado que había visto escrito mi apellido. Y sí. Pero como dicen ciertos diputados: sí, pero no.



En una de las plazas de la ciudad, hay una fuente esquinera reconstruida que todo el tiempo (igual que las de Roma) está echando agua potable, y que tiene otra placa. La hizo el señor Antun Amerling en 1902.



Hay antes de la entrada al casco amurallado otra muy bonita fuente con varias esculturas mitológicas, de muy buena factura y un letrero en croata que revela la historia de la fuente, construida en 1900 por Nika Amerling y sus hermanos.



Ya un poco más picado me dediqué a buscar esos nombres en internet y encontré que los señores Amerling habían sido tres y el tercero se llamaba Ignacije. A base de preguntar di con un señor académico que sabía de todo, y me dijo que los tres hermanos Amerling habían venido de Austria con dinero y habían hecho muchísimo por la grandeza de Dubrovnik. No era raro, porque hace un siglo Croacia era parte del Imperio Austro-Húngaro, de modo que esos ilustres benefactores nunca salieron de casa.



No hay ninguna relación familiar con ellos ni con el pintor Friedrich von Amerling, de la corte del emperador Francisco José, aunque se parezca el apellido mío, que viene de la región belga de Flandes, concretamente de Kotrijk y Gante, y nada tiene que ver con Austria. Debo confesar que me decepcionó encontrar esa diferencia, porque me habría gustado encontrar algún parentesco más. En fin.



Las calles, casas y fortificaciones murallas y fortificaciones muestran cicatrices. Luego de la partición de Yugoslavia, la vecina Montenegro asedió y bombardeó Dubrovnik durante 7 meses a partir de 1991. Se ven en calles y muros las huellas de la metralla y hay fotos de algunas casas destruidas, que han arreglado. La fuente de Antun Amerling quedó parcialmente destruida también, y ya está restaurada.



Es temible la inmensa cantidad de turistas que llegan a Dubrovnik, hasta con tres barcos cruceros diarios. Hay un hervidero de gente armada con cámaras fotográficas, amenazante para la integridad y paz de una ciudad tan rica. Ojalá se quedaran en las playas de piedra (hay que usar zapatos para caminar por ellas) pero están acabando con el encanto de Dubrovnik de la misma manera que se han cargado el carácter vacuno y pacífico de Santillana del Mar, villa medieval al oeste de Santander.





28. Hacia la península de nuevo





Cataluña, España - Termina ya este larguísimo periplo. Cruzamos el Adriático, la península italiana, Córcega y parte del Mediterráneo. Llegamos de nuevo a Barcelona, una especie de escala técnica de dos noches que aprovechamos para viajar a dos lugares, uno de ellos la zona de Cadaqués y Port Lligat, donde subsiste la delirante casa donde vivió Salvador Dalí con su esposa Gala.



La zona norte de Barcelona, en la Costa Brava, vale la pena en su ambiente natural, sus radas y bahías, sus pueblos (como El Port de la Selva) y bosques fríos vecinos al mar. Luego de haber nacido en la cercana población catalana de Figueres, adoptó a Cadaqués (o más bien, al cercano Port Lligat) como lugar para vivir durante largo tiempo uno de los mejores pintores del siglo XX, Salvador Dalí, cuya obra admiré enormemente en un tiempo. Últimamente le he tomado distancia.



Dalí fue un genio como dibujante del pincel, con una técnica que demostraba una rigurosa escuela y una estupenda imaginación creadora. Pero según observaciones de un verdadero conocedor de la historia del arte a quien he tenido el privilegio de conocer, especialmente en sus cuadros religiosos campea en Dalí la desolación, la soledad, la tierra yerma, el ambiente estéril, la desesperanza.



Y eso además de su excesivamente mafufo surrealismo, la egolatría que manifestaba con sus bigotitos y con hacerse el payaso a la menor provocación para poder escandalizar, darse a conocer y hacer el ridículo.



Yo esperaba que la casa de Dalí tuviera algo de genial. No. Soy rotundo en mi juicio. Nada. En lo absoluto. La casa donde trabajó y vivió la penúltima parte de su vida Salvador Dalí, hasta la muerte de su esposa Gala en 1983 (él murió en 1989), es una verdadera locura. No es la obra de un loco porque contenga locuras, que las hay, sino que es una casa en donde hay que estar loco para querer vivir. Llena de desniveles, escaleras, tropezones, recovecos, vanos estrechos para puertas, puertas chaparras, pisos bajísimos, espacios insuficiente, muebles feos e imprácticos, todo pequeño y angustiado. Es una casa que originalmente fue de pescadores y que fue creciendo conforme Gala compraba olivares vecinos. Y el desorden se nota.



El estudio principal donde pintó Dalí muchas de sus grandes obras mide no más de 20 m2, con un atril que permitía subir y bajar la tela, y su sillón no pasa de 40 cm de altura. No hay siquiera buena luz, pues las ventanas son pequeñas.



¡Y qué decoración! A la entrada de la casa hay un oso polar disecado que lleva bastones en las zarpas, una lámpara, un collar. Una habitación con dos camas a la que se llega subiendo unos 7 escalones. Baños ínfimos. Ningún clóset visible ni un sitio decente para recibir gente. Y ni una sola obra de arte. Ni siquiera una. Salgo algunas obras de orfebrería y uno que otro mueble no hay una buena escultura, un cuadro, una objeto que de veras valga la pena, un recuerdo interesante.



Hay en el jardín huevos blancos encalados enteros y rotos, un “Cristo” que no es más que una barca de madera rota y vieja donde podría sugerirse un torso, y la cabeza y piernas son montones de escombro, ollas rotas, basura. Pero un momento, hablar de jardín es un exceso porque jardín no hay ninguno, más bien es lo que queda de huertas de olivos. ¿Flores arriates, setos, cosas cuidadas? Nada.



La alberca es un canal ensanchado con el cristal reciclado de un faro en un extremo, y anuncios de llantas y una cabina telefónica vieja como decoración. Retratos de bigotones (el rey Felipe IV, el Káiser Guillermo II, Stalin). Una egoteca donde aparece Dalí en la portada del Time y otras revistas, fotografiado con reyes y actores, una con Franco, un cartel de toros de 1961 en Figueras en honor suyo con Paco Camino. Pero ningún cuarto espacioso o luminoso, ningún espacio agradable para convivir, ningún muro llano y sencillo o plano.



En toda esa casa se respira un ambiente desagradable, digno de una persona que no está en sus cabales, como evidentemente no lo estaba Dalí y menos su esposa Gala, una rusa que por lo visto fue autora de esa horrenda “decoración”. Es la residencia de un demente. De un par de desquiciados.



Hay afuera de la casa un detalle curioso, una barca rota con un árbol creciendo en medio. Bien surrealista, y es un símbolo que alguna vez utilicé con siete frutos en el follaje, pero no sabía que a Dalí se le hubiera ocurrido. Sólo por ver esa barca con el árbol, y por ver la locura de ese gran dibujante al óleo, valió la pena visitar esa loquísima casa.



Al sur de Barcelona, en un ratito libre antes de tomar el avión a Santander, visitamos un pueblo que queríamos conocer: Sitges. Algo de lo más visible es el malecón, delante del cual la playa está poblada de nudistas (como es de esperarse, los nudistas son señoras gordas y hombres sesentones y panzones, no veinteañeras esbeltas y bonitas). Y a esa playa de ropa opcional acuden familias y niños y todo tipo de gente. No es exclusiva de la tela o la no tela sino, por lo visto, un espacio de convivencia para gente de amplio criterio que considera a la desnudez (como indudablemente es) una cosa natural.



Ese pueblo de amplio criterio resulta también ser la capital española de la homosexualidad, así como la isla balear de Ibiza (que no conozco) es la capital española del destrampe, el destape y la sodomaygomorrez más visible a la luz del día (y sobre todo, de la noche).



Ah, cómo ha cambiado España desde la época en que la conocí, cuando la gobernaba Francisco Franco, Caudillo de España por la gracia de Dios.





29. Regreso a casa (casa chica)





Santander, España – Volamos desde Barcelona a las orillas del veleidoso Mar Cantábrico para hacer una visita larga a nuestra grandísima casa chica (Santander) donde nos esperaba la hospitalidad siempre generosa de un doble compadre, primo, sobrino y amigo, así como de nuestro ahijado, sacerdote diocesano. Nos esperaba esa queridísima ciudad rica y señorial donde muy largos períodos de nuestra vida hemos tenido el privilegio de pasar con nuestros hijos y con sus ya finados abuelos maternos. Hemos vuelto a casa. Hemos regresado a nuestra adoptiva de Santander, ciudad lluviosa de clima variable y fresco, esmeralda en sus prados y suaves montañas, montañosa y playera, urbana y cosmopolita, pequeña y desarrolladísima, histórica en parte y renovada porque no tuvo remedio.



Y digo que no lo tuvo porque en 1941, cuando apenas España trataba de reponerse de una sangrientísima guerra civil, y toda Europa —salvo España— estaba siendo invadida por la locura fascista, en alguna casa del casco antiguo se provocó un incendio que no hizo más que avivarse por la llegada de vientos huracanados provenientes del sur, calculados en 180 km/h. Fue tan tremendo el incendio que tardaron tres días en controlarlo. El ejército tuvo que utilizar dinamita para derribar edificios y hacer cortafuegos. Veinte días después seguían ardiendo los últimos rescoldos.



Los límites del fuego coincidieron casi enteramente con el casco amurallado de la villa del siglo XVI. Todo el centro de Santander quedó arrasado en términos literales: a ras. Consumieron las llamas las casas antiguas y edificios de esa ciudad cantábrica como si la hubiesen bombardeado los aviones del general Harris, el que planeó (autorizado por Churchill) el uso sistemático de bombas incendiarias en la capital sajona de Dresden en 1944, uno de los peores crímenes cometidos en la II Guerra.



Quedó destruida por dentro la catedral gótica, que sólo conserva sus muros. Desaparecieron documentos, archivos, casas, propiedades de todo tipo, pero sólo hubo un muerto, un bombero que había llegado de Madrid. El incendio marcó para siempre la ciudad; siguen llamando viento pirómano al que sopla desde el sur. Las construcciones de la parte intacta muestran acabados y estructuras mucho más bonitos que los hechos sobre predios dañados en una época de penuria para España, carente también de ayuda exterior porque el mundo estaba en guerra.



Sin embargo, la ciudad es próspera y una delicia para los veraneantes. Hace años, una investigación y una encuesta demostraron que de toda España, la ciudad de Santander era la que observaba una mejor oferta de vida en todos los sentidos, desde la abundancia y calidad de servicios hasta el medio ambiente, el orden y limpieza de la ciudad y las playas, la variedad y calidad del comercio, restaurantes de primera, y una población culta que abarrota los centros culturales, sobre todo en el verano. Hay zonas de Santander tan bonitas, tan rematadamente bien hechas y bien ejecutadas, con pisos de granito, luminarias azules de hierro y macizos de bien cuidadas flores, que pareceríamos estar en alguna ciudad suiza.



Los paseos carreteros por el norte y por toda la provincia de Cantabria son un deleite para el amante del arte, la historia y la naturaleza. Los Picos de Europa parecen un injerto de los Alpes, los desfiladeros que bordean los Picos (la Hermida y los Beyos) son los más espectaculares de Europa, y en Liébana se respira historia religiosa como en pocos lugares de este país (esta zona fue parte del Camino de Santiago, sitio de peregrinaciones rumbo a la tumba del apóstol en Santiago de Compostela desde épocas medievales).



Toda la zona de la Montaña parece a ratos un injerto de la campiña inglesa, o de las costas escocesas. Y acá las playas son de arena, a diferencia de las concurridísimas playas españolas del sur.



Impresiona la dignidad de las casas y los pueblos y el cuidado con que la gente los conserva, tenga o no dinero. Acá nadie se atrevería a dejar varillas corrugadas pelonas en el techo del lugar donde vive, o mantener por siempre los muros aparentes de block de tabicón que hacen de los pueblos mexicanos un desastre de mediocridad color gris. Acá las casas y calles son de piedra, como lo son las albarradas que dividen las propiedades. Piedra maciza y duradera, lo cual habla del carácter recio de esta gente. Nada de macetas en latas de jitomates, nada de flores sin cuidar, nada de banquetas llenas de agujeros o cables eléctricos visibles y mucho menos con diablitos colgando. La gente imprime dignidad a su lugar de residencia y está orgullosa de él, así sea modesto. No se equipara la pobreza al mal gusto o al descuido, la dejadez o el ahisevaísmo.



Hay pueblos pequeños como Liérganes, donde nació en una casa que se conserva perfectamente el intendente Riaño, de Guanajuato, amigo de Hidalgo y asesinado por la chusma que comandaba él. Pueblos como Carmona o Cosío son iguales que hace no sé si un siglo o seis, y para quien se interesa en los orígenes de mi familia (como yo) resulta apasionante visitar zonas de las provincias vascongadas como Retes de Tudela o el pueblo de enfrente, Cirión, ya en la provincia de Burgos, de donde proviene el apellido de mi abuela paterna (Zirión) y donde no hay ni 300 habitantes.



Hay en Cantabria un lugar singularísimo, donde en 1961 empezó a haber apariciones de la Virgen María a tres niñas. Esto resulta importante para mi familia porque mi esposa estuvo presente en algunas de ellas, y porque en ese lugar confirmó su vocación sacerdotal mi ahijado y sobrino, que ayudó con su padre a fundar una orden religiosa basada en ese fenómeno. Ese pueblo, que por esas épocas era completamente marginal, se llama San Sebastián de Garabandal, cerca del Río Nansa, y hoy (como toda España) está perfectamente conectado y urbanizado pero sin perder en absoluto su carácter de pueblo montañés.



Lo pensé y reafirmé luego de una década de ausencia. En Santander algo he dejado de mi vida, y me da gusto recuperarlo. Hay algo que me une a esta mi segunda patria y por eso aquí siento siempre que vuelvo a casa, al calor del hogar y a la frescura del clima a veces lluvioso y otras soleado, a veces agreste y otras suavísimo, nuboso y variable siempre pero nunca de calor asfixiante. Y con una gente de modo más suave que la del resto de la península, sin los problemas políticos de sus separatistas vecinos, sin pulsiones de exclusividad lingüística, y sin nunca olvidar o desdeñar sus raíces castellanas. En Santander exhiben con orgullo la bandera del reino de España, no nada más la de su región.



Más visibles y abundantes eran las banderas, pues habían cambiado de rey.





30. Soy monarquista. ¿Y qué?





Santander, España – Sí, soy monarquista porque soy conservador. Conservador en lo cultural, porque hay mucho que conservar. La herencia histórica de un pueblo tiene que preservarse, así como sus mejores instituciones. Una de esas instituciones antiguas es la monarquía.



No hablo de reyes absolutos, que en España nunca hubo, a diferencia de Inglaterra o Francia. Nunca España soportó un monarca absoluto, y por eso tuvo tantos problemas el infame, abyecto Fernando VII, que pretendió el absolutismo y motivó incluso que invadiera a España Napoleón el nefasto, con efectos hasta en América.



Miguel Hidalgo probablemente nunca hubiera pasado de ser un olvidado cura de pueblo si no hubiera desaparecido la monarquía en la metrópoli, con un rey secuestrado por Napoleón y un país invadido por él y José Bonaparte (Pepe Botella) como gobernante de una nación que había dejado de serlo. Contra eso se rebeló Hidalgo, que nunca gritó ¡Viva la independencia! sino ¡Muera el mal gobierno!



Y claro que era malo ese gobierno, si había caído en la ignominia. Sin ese rey y esa invasión napoleónica México jamás habría buscado su independencia, proceso que resultó completamente prematuro y contraproducente. Así nos fue, al tono de la destrucción de vidas y propiedades liderada por Miguel Hidalgo, y el aniquilamiento de cuanto habría servido para hacer sostenible una nación independiente. Un patriota habría procurado preservar lo que podría dar viabilidad a la nueva nación que se quería independiente, pero Hidalgo no era patriota. Para él lo importante era coger gachupines.



Todo esto venía a colación por el absolutismo de un monarca torpe, el desastroso “rey Fernandito”, que se creyó importante y jugó a contradecir la historia de España, tratar de ser absoluto y conseguir la ruina suya y la de su imperio.



No es ése el caso de la monarquía constitucional, restaurada cuando la asumió el rey Juan Carlos I como jefe del estado en una transición ejemplar en que el jefe del gobierno era su amigo Adolfo Suárez. Y que hoy, luego de abdicar, recae en Felipe VI. Pero hay cosas raras en el estilo monárquico de este nuevo rey.



Para empezar, se casó con una mujer que nunca fue educada para ser reina y que lo está demostrando; hace desplantes a doña Sofía, una reina que sí lo ha sido y a quien el pueblo sí quiere y respeta. El nuevo monarca ha suprimido del escudo de España la Cruz de Borgoña, que se había usado desde 1506.



Sobre todo, ha hecho una monarquía que fue proclamada por las Cortes, como tenía que ser, pero ha excluido las ceremonias religiosas. A diferencia de Inglaterra, en España no hay una corona ni una ceremonia de coronación (la tradición indica que la corona real es demasiado para ser soportada por una cabeza humana, de modo que tiene un valor simbólico) pero siempre hay un Te Deum que selle religiosamente el ascenso al trono de un nuevo rey, cuya más antiguas raíces son cristianas.



No ha habido tal. Todo han sido ceremonias civiles. ¿Qué pasa con la tradición española más antigua, más históricamente consolidada? Nada hay de contradictorio entre un rey de todos, como lo fue Juan Carlos y juró serlo Felipe VI, a que el rey abdique de las antiguas tradiciones sólo por los impulsos temporales de la corrección política. Ha recibido a víctimas de atentados terroristas. Ha hablado del desempleo. Ha recibido a representantes del establishment lésbico-gay pero ¿qué más?



Quien haya tenido el discutible gusto de seguir lo que yo escribo sabrá que me considero liberal. Y estoy defendiendo posiciones conservadoras tradicionales. Pero no: no hay contradicción entre ser inequívocamente partidario de la libertad y defender el valor de la continuidad histórica. No hay contradicción entre ser un convencido partidario de la novedad y el progreso con ser partidario de la permanencia de lo antiguo en el carácter y esencia de una sociedad. No hay contradicción entre defender la laicidad en las manifestaciones oficiales y la muy evangélica separación del César y de Dios, con criticar que un heredero de una tradición centenaria abjure de ella por cálculos políticos. No hay contradicción entre defender la democracia y criticar la demagogia, o entre ser partidario de la primacía de la ley y también de la resistencia civil activa y pacífica cuando la legislación se convierte en instrumento opresor del ciudadano en vez de ser vehículo liberador.



Soy profundo creyente, con Bastiat, en que la Ley con mayúsculas es la organización colectiva del derecho de legítima defensa: defensa contra un poder absoluto o que se arrogue facultades de explotación basado en leyes hechas a modo por legisladores a sueldo del soberano que quiere ser absoluto, desde rector de la economía hasta expoliador de lo que no le pertenece, a base de muy legales pero profundamente inmorales impuestos.



Toda esta digresión proviene de que, como liberal en lo económico y lo moral, soy convencido conservador de las instituciones que dan continuidad a una nación y de su patrimonio, tanto material como cultural. Por todo ello, siento muchísimo que mi país haya pasado en 1821 de la infancia nacional a la pretensión de independencia y haya asesinado a quien finalmente la consiguió, y así haya mochado una incipiente tradición monárquica de jefatura de estado que podría haber convivido con la jefatura del gobierno si el país hubiera tenido algo más de madurez y la independencia no hubiese sido conseguida tan a contrapelo, víctima también de influencias e intrigas provenientes del norte.



Todo eso fue destruido por combatientes acomplejados que soñaban con su gloria a base de echar a perder lo que había sido construido durante tres siglos; luego, expoliado por un invasor que le arrebató su territorio y lo ayudó a sumirse en la sangre de dos visiones de país sostenidas por caudillos. Y finalmente, haciendo una ficción de democracia que pretendió ocultar, hasta hoy, las ansias absolutistas de unos sectores oficiales que niegan en los hechos los ideales de una república.



En fin, basta ya de digresiones. Hay algo que me inquieta de la monarquía de Felipe VI y de su consorte Letizia. Espero nada más que, a base de negar lo que ha consagrado la historia, no eche a perder lo mucho que esa historia le puede dar a este reino. Espero grandeza de parte suya, no corrección política de cortísimo plazo. El descontento no es poco.





31. De mangantes y chorizos





Santander, España – Quiero terminar mi desordenado relato que he hecho como pretexto de un larguísimo viaje por muy diferentes regiones y que ha servido como memoria personal y familiar de lo mucho que hemos visto, y que a alguno de mis amigos le ha parecido digno de lectura. Mucho agradezco las expresiones recibidas.



Como parece claro, aprovecho alguna observación de las visitas para aprender un poco más de temas conexos o inconexos, aparte de que no desperdicio la ocasión para hablar de temas muy, pero muy inconexos con lo que estoy visitando. ¿Qué hacer?



Hablaba del descontento. Es de lo más estimulante oír alguna conversación franca de uno de los muchos españoles descontentos con lo que ha ocurrido en este país. Lo más importante es el paro (el desempleo) pero resulta que desde hace meses hay una generación neta de empleos que ya quisiéramos en un México, con su “reforma” fiscal “social” muy “justa” y “progresista” sacada con el apoyo —como siempre, demagógico— de las buenas conciencias que militan en el partido amplísimo de la corrección política.



España había logrado una transición ejemplar incluso en lo económico pero el 11 de marzo de 2004, tres días antes de unas elecciones, unos atentados terroristas en la estación de Atocha, que con muchas sospechas y omisiones de información del PSOE, dieron el triunfo a uno de los más patéticos y clamorosamente nefastos gobernantes: José Luis Rodríguez Zapatero.



Ese campeón de la corrección política se encargó de arruinar lo conseguido por la prudencia económica del gobierno de José María Aznar, vendió a precios de ganga lo que no le pertenecía —las reservas de oro del Banco de España—, endeudó las cuentas nacionales para mantener sus políticas demagógicas cazavotos, y propició que el país se sumergiera en una debacle gigantesca de corrupción y mentiras en las cuentas públicas, que han venido saliendo a la luz. Lo que no me explico es por qué ese personaje no está en la cárcel.



Luego de la debacle mundial, esa que empezó a reventar en 2008, el golpe de péndulo se fue hacia el Partido Popular y en 2011 ganó las elecciones un señor al que no le pagan por ser simpático sino por manejar bien las cosas: Mariano Rajoy. Hoy su gobierno ha hecho un nueva reforma fiscal pero de las que verdaderamente enriquecen a los países: bajando los impuestos. No es raro que, con políticas públicas responsables, una economía progrese sosteniblemente. España ya está de regreso.



Y claro que el español medio está furioso con lo que arruinó su patrimonio. Por ejemplo, en España no existe, para solventar una hipoteca, la dación en pago. Un deudor que haya quedado moroso en sus pagos de hipoteca y a quien el banco le incaute la casa, no deja de ser deudor. Quiere decir que quien haya adquirido una hipoteca para comprar una casa en años previos a 2008 y que su casa no tenga el valor por el que se comprometió, si no puede venderla aunque sea a un precio muy descontado y el banco se la quita, no desaparece como deudor sino que ¡tiene que seguir pagando! Y el banco puede incluso incautarle otros bienes de su propiedad y aun así no acaba de deberle. Hasta la mitad de la pensión le puede quitar el banco. Esta es una receta para la ruina económica de quien tenga sólo la casa donde vive.



Es delicioso oír las expresiones francas de un español medio, un indignado hombre vulgar y honesto que en medio de maldiciones, invectivas y blasfemias se meta con la bola de mangantes y chorizos e hijos de p que los han llevado a una situación así.



Con todo y todo, España está emergiendo de nuevo. Sólo falta que si sigue así y sale adelante y a la gente nuevamente se le llenan los bolsillos, venga un nuevo golpe de timón y oigan las bonitas ofertas de campaña del Partido Socialista Obrero Español o de alguno aún peor, y a lo construido responsablemente por Rajoy le ocurra lo mismo que a lo que logró Aznar y que se cargó Zapatero. Son las delicias de la democracia, que como bien prevenían los griegos, es un paso previo a la demagogia.



Pero en fin. Tenemos que despedirnos del rotundo encanto de la civilización europea. Llega el momento de decir adiós a la querida Santander, a sus bajamares y pleamares, a sus chipirones y almejas a la marinera, a su merluza y al bonito, al budín de cabracho y a los percebes, a sus albariños y sus Riojas, a su orujo con yerbas y flores, a sus helados de turrón y sus churros sopeados en chocolate espesísimo.



El avión que nos lleva a Madrid despega de la región de la Montaña, verde y llena de claroscuros de nubes y azules celestes, de casas y de ríos, de playas rocosas y mares crespos y caprichosos. Nos deja ver a la lejanía las montañas más agrestes de Asturias, y sobrevuela la cornisa cantábrica y los macizos montañosos que no dejan llegar la humedad del mar del norte al sur de la península. Tras las altas montañas que dan a esta montañesa región su apelativo de la Montaña, aparece de repente la sequedad severa y sin nubes de la meseta castellana, pero nunca desprovista de grandes macizos arbóreos que han aumentado su densidad en un país que no odia su riqueza natural. Hemos pasado del verde montañés al marrón o amarillo castellano, para (uf) cruzar el océano y regresar al gris.



Llegaremos a Madrid Barajas, aeropuerto masivo, incomprensible e interminable, para emprender el vuelo de regreso a casa. Al mundo real. Al México real. Al peor aeropuerto de una gran ciudad que conozco en el mundo. A la peor aduana, la caprichosa de las luces verdes y rojas que aquí tiene como misión molestar al viajero con pequeñeces y que no impide que por otros puertos entren al país toneladas de armas que sólo servirán a los criminales.



Regresamos, decía, al México real, ese México lindo de la familia querida que nos espera. Regresamos a la casa grande, luego de un viaje largo e intenso, lleno de venturas y de alguno que otro milagro. Estamos de vuelta en casa. Es hora de dar gracias a Dios por tanto, tantísimo.

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Reinos de ilusiones vanas y realidades efímeras

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