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Abril 23, 2017 14:37 hrs.

Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

Entretenimiento ›


Por supuesto que nos apena la tribulación de doña María Eugenia Cruz Rivero de don Raúl Ríos. A quienes les recordamos que jóvenes hermosas son accidentes de la naturaleza. Pero una persona mayor linda, es una obra de arte.
Volvamos pues al verso. A la prosa poética. De gente que vivió en su tiempo. Y que dejó huella. Hoy la presentamos. Es una mujer, faltaba más, quien llenó una época en España, como otras muchas.
Breve historia y uno de sus trabajos.
Ella nació en Santiago de Compostela. España. Fue bautizada con los nombres de María Rosalía Rita. Hija de padres desconocidos. Muy poco se sabe de su educación. Se sabe que en la escuela mostró talento de versificadora. También le gustaba el dibujo, la música y la declamación. Rosalía de Castro contrajo matrimonio con Manuel Martínez Murguía, erudito cronista de Galicia. Al año siguiente Rosalía da luz a su primera hija, Alejandra, a la que han de seguir seis hijos más. Su domicilio cambió varias veces, entre Madrid y Simancas. Ella, Rosalía nunca disfrutó de buena salud. Luchó siempre contra enfermedades, y a menudo con la penuria. Vivió dedicada a su hogar, a sus hijos y a su marido, nunca aspiró a la fama.(Su marido fue quien la convenció para que publicara sus obras). Su vida fue una tragedia. Murió de cáncer a los cuarenta y ocho años en su casa de Padrón, la cual hoy es un museo. Todos sus hijos murieron antes que ella, sin poder dejar herederos. Compuso sus primeros versos a la edad de 12 años. A los 17 años ya era conocida en el "Liceo de San Agustín". Por su primer libro. La Flor. Y Follas Novas: es el título de su último que contiene su manera de ver la vida, en el que muestra su esencia vital. Rosalía muestra una visión sombría de la existencia humana. En los Cantares, asume la voz del pueblo gallego. Su obra maestra en castellano es En las Orillas del Sar, versos de tono íntimo, de extraña penetración, cargados de nocturna belleza. Merece ser considerada, al lado de Gustavo Adolfo Bécquer, la precursora de la modernidad e iniciadora de una nueva métrica castellana: A través del follaje perenne que oír deja rumores extraños,
y entre un mar de ondulante verdura, amorosa mansión de los pájaros,
desde mis ventanas veo el templo que quise tanto.
El templo que tanto quise..., pues no sé decir ya si le quiero, que en el rudo vaivén que sin tregua se agitan mis pensamientos, dudo si el rencor adusto vive unido al amor en mi pecho ¡Otra vez!, tras la lucha que rinde y la Incertidumbre amarga del viajero que errante no sabe dónde dormirá mañana, en sus lares primitivos halla un breve descanso mi alma.
Algo tiene este blando reposo de sombrío y de halagüeño, cual lo tiene, en la noche callada, de un ser amado el recuerdo, que de negras traiciones y dichas inmensas, nos habla a un tiempo. Ya no lloro..., y no obstante, agobiado y afligido mi espíritu, apenas de su cárcel estrecha y sombría osa dejar las tinieblas para bañarse en las ondas de luz que el espacio llena. Cual si en suelo extranjero me hallase, tímida y hosca, contemplo. Desde lejos los bosques y alturas y los floridos senderos donde en cada rincón me aguardaba la esperanza sonriendo. Oigo el toque sonoro que entonces a mi lecho a llamarme venía con sus ecos que el alba anunciaban, mientras, cual dulce caricia, un rayo de sol dorado alumbraba mi estancia tranquila.
Puro el aire, la luz sonrosada, ¡qué despertar tan dichoso! Yo veía entre nubes de incienso, visiones con alas de oro que llevaban la venda celeste de la fe sobre sus ojos... Ese sol es el mismo, mas ellas no acuden a mi conjuro; y a través del espacio y las nubes, y del agua en los limbos confusos, y del aire en la azul transparencia, ¡ay!, ya en vano las llamo y las busco. Blanca y desierta la vía entre los frondosos setos y los bosques y arroyos que bordan sus orillas, con grato misterio atraerme parece y brindarme a que siga su línea sin término.
Bajemos, pues, que el camino antiguo nos saldrá al paso, aunque triste, escabroso y desierto, y cual nosotros cambiado, lleno aún de las blancas fantasmas que en otro tiempo adoramos. Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota, caigo en la senda amiga, donde una fuente brota siempre serena y pura, y con mirada incierta, busco por la llanura no sé qué sombra vana o que esperanza muerta, no sé qué flor tardía de virginal frescura que no crece en la vía arenosa y desierta.
De la oscura trabanca tras la espesa arboleda, gallardamente arranca al pie de la vereda La Torre y sus contornos cubiertos de follaje, prestando a la mirada descanso en su ramaje cuando de la ancha vega por vivo sol bañada que las pupilas ciega, atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada. Como un eco perdido, como un amigo acento que sueña cariñoso, el familiar chirrido del carro perezoso corre en alas del viento y llega hasta mi oído cual en aquellos días hermosos y brillantes en que las ansias mías eran quejas amantes, eran dorados sueños y santas alegrías. Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido, Fondón cerca descansa; la cándida abubilla bebe en el agua mansa donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa las aguas del olvido, que es de la muerte hermano; donde de los vencejos que vuelan en la altura, la sombra se refleja. ¡Cuán hermosa es tu vega, oh Padrón, oh Iria Flavia! Mas el calor, la vida juvenil y la savia que extraje de tu seno, como el sediento niño el dulce jugo extráe del pecho blanco y lleno, de mi existencia oscura en el torrente amargo pasaron, cual barrida por la inconstancia ciega, una visión de armiño, una ilusión querida, un suspiro de amor. De tus suaves rumores la acorde consonancia, ya para el alma yerta tornóse bronca y dura a impulsos del dolor; secáronse tus flores de virginal fragancia; perdió su azul tu cielo, el campo su frescura, el alba su candor. La nieve de los años, de la tristeza el hielo constante, al alma niégan toda ilusión amada, todo dulce consuelo. Sólo los desengaños preñados de temores, y de la duda el frío, avivan los dolores que siente el pecho mío, y ahondando mi herida, me destierran del cielo, donde las fuentes brotan eternas de la vida. ¡Ya que de la esperanza, para la vida mía, triste y descolorido ha llegado el ocaso, a mi morada oscura, desmantelada y fría, tornemos paso a paso, porque con su alegría no aumente mi amargura la blanca luz del día. Contenta el negro nido busca el ave agorera; bien reposa la fiera en el antro escondido, en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido
y mi alma en su desierto.
Rosalía de Castro, nunca pasará desapercibida. Su prosa poética que hoy revelamos, nos da un reclamo a la belleza escondida. Al amor sublime que en ella, en ellas, hay. craveloygalindo@gmail.com

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Rosalía de Castro

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