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Septiembre 24, 2018 21:50 hrs.

José García Sánchez › diarioalmomento.com

Política ›


Algunos políticos todavía no entienden que un lenguaje agresivo deriva en acciones agresivas. La famosa ocurrencia del gobernador de Nuevo León de cortar la mano a los corruptos, no era solamente un chiste de payaso callejero sino un voto por la violencia.


La historia de la Humanidad da muestras evidentes de que el discurso agresivo anuncia acciones violentas, ya sea desde el poder o en la sociedad. Así que Jaime Rodríguez Calderón es el menos indicado para lamentar el asesinato de un aficionado al futbol, porque está más cerca de la complicidad que de la lamentación.


Lo asombroso es que el gobernador se sorprende al decir que ’es inadmisible que previo a lo que debería ser una convivencia ejemplar sucedan estos lamentables hechos’. Pero tratar de ilustrar a tan silvestre personaje sólo repercute en pérdida de tiempo, pero las leyes no por desconocerse deben dejar de aplicarse


La división en el estado de Nuevo León, que trasciende sus límites geográficos entre los aficionados de un equipo y otro, ha servido de mucho a las autoridades que gobiernan una población dividida, donde las diferencias entre los equipos de futbol son más fuertes que las similitudes en sus necesidades e inquietudes que debe cohesionarlos y esa división, es un permanente enfrentamiento, así que ninguna autoridad de Nuevo León puede llamarse a sorpresa ante este detestable hecho.


Los gobernantes de la entidad conocen el ambiente previo a cada partido en las inmediaciones del estadio, también pueden observar las reacciones de los aficionados en las calles céntricas de Monterrey, la agresividad está a flor de piel, pero como también deben cuidar el negocio y no sólo la división social, los gobernadores se limitan a vigilar el estadio. Una especie de templo de la agresión, porque en los partidos clásicos lo que menos puede advertirse es un ambiente de competencia deportiva sino de batalla ancestral.


Los momentos previos a cada partido, la permanencia en el estadio y la agresividad que se vive en las calles luego del partido es preocupante. No es necesario que vayan al estadio para que los triunfadores intenten demostrar que son superiores porque una docena de semianalfabetas vencieron a otro equipo con las mismas características académicas.

Los insultos, los rencores, la descalificación impera en el ambiente de la ciudad, incluso horas después de haber terminado el partido, pero a las autoridades sólo se limitan a cuidar el estadio. Afuera de ese recinto sagrado, no hay responsabilidad.


La estrategia de dividir, incluso a familias con un fanatismo que raya en la idolatría les ha servido de mucho a los gobiernos para no ser cuestionados. Hasta últimas fechas estas diferencias creadas artificialmente por el futbol comienzan a borrarse. La amenaza de tomar por asalto las estaciones del metro en la ciudad de Monterrey hicieron recular al gobernador de aumentar las tarifas del transporte público, uno de los más caros del país.


Si el futbol es un deporte que invita a la pasividad de la observación, que no convoca a practicar ningún deporte, debe ser tomado con mayor ligereza por quienes caminan por las calles provocando a otros. En Nuevo León hay problemas más graves que un juego de futbol, aunque los fanáticos del futbol no lo sepan o no quieran darse cuenta.


Lo sucedido la tarde del domingo tiene muchos culpables, que deben tomar conciencia de su decir y de su actuar, de otra manera habrá más incidentes que lamentar. Porque en la efervescencia de un clásico, el descontrol de las emociones, y un empate en la cancha. No es difícil que el marcador sea adoptado como un uno cero. Es decir, un juego peligroso donde el marcador se base en los muertos y no en los goles.

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