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Julio 26, 2016 11:30 hrs.

Lilia Cisneros Luján › diarioalmomento.com

Periodismo ›


Una colorada (vale más que cien descoloridas) Contar con la posibilidad de hacer cualquier cosa, es la más simple explicación de poder.
Un bebé puede lograr alimento o limpieza si llora.
El berrinche de un preescolar suele ser la mejor garantía de venta de un juguete y, en la amplia mesa de comensales el salero llegará más rápido si luego de hacer la petición hay varios de ellos que se suman a mover el diminuto contenedor.
Poder se relaciona con las aptitudes propias que me permiten ganar una medalla de oro o inventar una máquina para potencializar el volumen de lo que produzco; aunque también se vincula con el resto de personas con las cuales interactúo.
En el ámbito laboral se puede determinar quiénes tienen el poder para emprender negocios y que otros lo tienen para organizar el cumplimiento de metas; y si bien dependiendo de la función este puede ser clasificado, lo menos deseable es el dominio de un ser humano, sistema, máquina o cualquier otro como resultado del poder desigual e injusto.
Frente al poder físico de un mamut, los seres humanos aprendieron a coordinar sus propios poderes para comer y ante la ancestral tendencia de concentrar en una persona, familia o grupo las decisiones de cosas tan simples como que ración le corresponde a cada uno y con qué frecuencia se les alimenta, la gente aprendió a delegar su poder individual siempre con el ideal de evitar poderes absolutos, despóticos o autoritarios.
¿Quién tiene hoy el poder? En un planeta de millones de personas, donde el lenguaje individual se reduce por virtud del límite de caracteres de los también millones de aparatos de comunicación que por otra parte permiten ’en vivo’ saber cómo es que ’lobos solitarios’ balacean o atropellan a grupos muchos más débiles que el mamut, la respuesta es difícil encontrar.
La prensa –en otro tiempo calificada como el cuarto poder- pareciera ser la más importante pues da cuenta del acontecer mundial y en muy contadas ocasiones puede el emisor sustraerse de la parcialidad derivada de su filiación política, o credo religioso. Pero igual sabemos que hay un muy reducido grupo de gente adinerada, que se reúne anualmente cuando menos y se comunica por redes muy diversas a las del pueblo para determinar cuánto vale un dólar, que dignatarios hay que sustituir y que población miserable no debe seguir viviendo.
¿Dónde quedó la genialidad de Montesquieu, para lograr equilibro en el poder? Conforme la civilización avanzaba los pueblos encontraron en la figura de la representación un modelo práctico, cómodo y hasta cierto punto seguro para gobernar. Los estados nacionales partieron de la premisa del respeto a la cultura original de cada grupo, el poder adquisitivo se multiplicaba al reunir todos los fondos que cada cual otorgaba al erario en el supuesto de que el ejecutivo podría encontrar servicios y comprar cosas en mejores condiciones, ciñéndose en todo caso a lo dispuesto por el legislativo que, se supone, dicta leyes para equilibrar la fuerza y evitar la tentaciones. Parte importante de este ideal es la posibilidad de sancionar a quien incumpla las leyes y todo ello con el objetivo de lograr la igualdad incluso de los desiguales, mediante el reparto ya no del mamut, sino de la leche, los granos, los lugares en las escuelas y un pedazo de tierra que se pueda techar.
¿En dónde nos perdimos? ¿Cómo es que regresamos a estados tan o más primitivos que los de los cazadores de mamuts? Hoy los poderes constituidos, son tan o más absolutos que los de la nobleza monárquica que se suponía extinta, poderes fácticos, como lo que antes era el quinto poder –iglesia y religiones- o los comerciantes de armas, drogas y personas, pueden más que un presidente, un grupo de legisladores y hasta un buen número de jueces.
¿Son las mayorías la mejor garantía de un poder equilibrado? ¿Cuantos votantes han metido a España a medio año de ingobernabilidad? ¿Qué pueden hacer los migrantes de zonas de religión musulmana contra los poderes de las naciones que no quieren recibirlos? ¿Qué mueve a millones de personas a seguir a un personaje famoso que poco o nada sabe de la administración de un país o de las reglas morales[1] de quienes le aplauden?
Se supone que en una república, el primer mandatario, es decir a quien el pueblo le mandató ejecutar acciones diversas conforme a la ley y el interés de las personas, tiene todo el poder, pero es sabido que a veces un solo encargado del despacho puede más que el mismo presidente, al igual que ocurrió en Roma con algunos que terminaron asesinados, exiliados o suicidados. Conozco algunas dependencias donde la recepcionista tiene más poder que el titular: ’No lo puede recibir’ le dicen si usted no es de su gracia y al propio "superior" le ocultan su visita. Y es que los recién arribados al poder, con todo y su cauda de ’ayudantes’, no siempre pueden ser imparciales en la visión del mundo que les toca administrar y la justicia que supondría hacer a un lado a quien usa el poder con locura, no es aplicada por el ejecutivo pues en una falsa interpretación asume que ésta es solo de los jueces.
Así las cosas, los temas de justicia se pasan de mano en mano como lo haría con una papa caliente, el directamente implicado asume que las investigaciones se deben tratar con sigilo, y nadie sanciona al amarillista que ’descubre’ lo que era secreto profesional. Por supuesto ante la ausencia de un poder justo y equilibrado es normal que otros actores –como es el caso de algunos periodistas respetables- tomen el toro por los cuernos y hagan lo que el poder investido para investigar no hace.


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[1] El cantante de origen de color, que se modificó físicamente para parecer blanco y que tenían inclinaciones pederastas, fue intocable y no hubo poder humano que lo detuviera. Hoy en México se acusa otro cantante -no muy poderoso por cierto- de hacer apología del delito, pero seguro pasarán por alto el tema, pues a los dueños de las telenovelas y empresas de espectáculo podría aplicárselas la misma regla.

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Un poder que no puede

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