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Mayo 08, 2018 21:28 hrs.

Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

Entretenimiento ›


Simultáneamente, nos explica el galeno Calderón Ramírez de Aguilar, se le enseñaban los gestos y progresivamente se le invitaba a reflexionar sobre los mecanismos del sacrificio y a filosofar acerca de las relaciones entre el mundo de los hombres y el de los dioses, y a reconocer la existencia de un alma inmortal de naturaleza divina, semejante, análoga al alma del mundo, Dios supremo por encima de los demás dioses. Este tipo de educación en Irán, enfatiza don Fernando, era la de los clérigos. La forma y el contenido de la enseñanza son poco más o menos idénticos en todo el dominio indoiranio, desde las montañas de Zagros a los bosques de Bengala. Lo sorprendente para nosotros es que el sistema se haya mantenido hasta nuestros días, pues se le puede observar en India, tanto dentro de la comunidad zoroastriana donde los futuros sacerdotes parsis son educados como entre los brahmanes ortodoxos cuyo esquema educativo es rigurosamente el mismo. El aspirante sacerdote zoroastriano aprende todavía, repite sílaba a sílaba (y sin comprender su sentido) todo el Avesta, y después se inicia en el desarrollo de las ceremonias. Aborda sólo al final de sus estudios (alrededor de dieciséis años) el sentido tradicional de los gestos y las fórmulas que ha memorizado sin comprender. De la misma forma, los jóvenes brahmanes son colocados al final de su infancia en los gurukulas (comunidades de enseñanza), en donde sólo se puede aprender una cosa: a repetir sin equivocarse las diez mil estrofas del Rigveda. A manipular los instrumentos del culto, a preparar la comida ritual, etcétera. También es preciso llegar al final de los estudios para que el maestro aborde los Upanishads, textos védicos donde se desarrolla la reflexión teológica acerca del valor de los sacrificios, la presencia del Átman y el Brahman (el absoluto, principio de todas las cosas), etcétera. Hay que añadir, nos explica Calderón Ramírez de Aguilar, que tanto el alumno zoroastriano (como el brahmánico) carece absolutamente del derecho de poner la mínima objeción a la enseñanza que se les imparte. Las reglas son muy estrictas. Incluso se le prohíbe que dirija la palabra a su maestro. Sólo puede contestar a sus preguntas y debe obedecer en toda ocasión, incluso si sus órdenes parecen ir contra la moral (la sodomizacion del discípulo por el maestro era práctica corriente) o contra el interés del estudiante. Eran numerosos los que no aprendían nada porque el maestro no les hacía caso, o incluso los utilizaba como trabajadores domésticos. Sin embargo, cuando se celebra la ceremonia de cierre al terminar el noviciado, el discípulo es promovido bruscamente al grado de ’sacerdote’. A partir de ese momento se le considera un adulto y el maestro lo trata de igual a igual. Sí, como sucede en la mayoría de los casos, los alumnos estiman que saben lo suficiente, se casan y empiezan a ejercer su profesión de técnicos de sacrificios, aunque algunos pocos siguen su vocación intelectual y se dedican con su mismo maestro o con otros a los que podríamos llamar estudios superiores. Aquí, al contrario de lo que ocurría en el periodo formativo, reina la dialéctica y en conjunto se trata de discusiones interminables alimentadas por el examen de textos suplementarios. Con frecuencia los maestros se reúnen y sus controversias teológicas suscitan la admiración y el celo de los jóvenes ’seminaristas’. Tales debates pueden observarse todavía en nuestros días en India, tanto entre los parsis de Mumbai como entre los brahmanes de Benarés. El maestro deja una serie de Gathas o poemas firmados dignos de leerse al igual que sus oraciones. Incluso se le ha llegado a considerar el ’fundador o creador de la magia’ a causa de que Platón en el primer Alcibíades la califica como ciencia de Zoroastro, hijo de Oramazes. Esto se relaciona con el hecho de que el profeta iranio era de hecho un caldeo practicante de la astrología y posiblemente a causa de la palabra astro que se ha creído reconocer en su nombre. Ignoraba que era una forma griega fonéticamente aberrante de su verdadero patronímico: Zaratustra. craveloygalindo@gmail.com

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Zaratustra (dos y fin)

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