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Agosto 11, 2018 01:24 hrs.

Armando Fuentes Aguirre ’Catón’ › guerrerohabla.com

Periodismo ›



La otra noche fui a cenar en un restorán de Monterrey. Entré en el baño para lavarme las manos. Un hombre joven que desahogaba una necesidad menor me clavó fijamente la mirada y me dijo estas palabras sibilinas:

-El corazón tiene razones que la razón no conoce.

Yo me sobresalté. ¡Tantas cosas pueden suceder en un baño de restorán! Cauteloso, retrocedí unos pasos en busca de la puerta. Me dijo entonces él:

-Usted fue mi maestro de Literatura en el Ateneo Fuente. Nunca he olvidado esa frase de Pascal que nos enseñó.

Volvió la calma a mí. Y aun en aquel lugar tan poco propio volví a sentir ese calor de corazón que me posee cuando encuentro a alguien que algo encontró en mí.

Fui maestro por más de 40 años. Empecé a dar clases muy jovencito -apenas concluía el bachillerato- en un colegio que ni siquiera existe ya: el Plancarte.

Cuando llegué el primer día, vi en la sala de la dirección una serie de cuadros de la Virgen en sus diferentes advocaciones. Una jovencita me fue señalando las estampas:

-Ésa es la Virgen del Carmen... Ésa es la Virgen del Rosario... Ésa es la Virgen de la Medalla Milagrosa...

Vi otro cuadro.

-Y ésta ¿qué Virgen es?

-Ésa no es Virgen -me respondió la muchachita-. Es la Madre Superiora.

Después fui profesor en el Colegio Zaragoza. De ese insigne plantel fui alumno en mi niñez, y guardo de él recuerdos imborrables. En el CIZ estudiaron también mis cuatro hijos, y recogieron en sus aulas el espíritu de La Salle, generoso, que enseña a amar a Dios a través de sus criaturas. Doy gracias a ese benemérito plantel, pues sembró en mis hijos –y siembra ahora en mis nietos- valores e ideales que hicieron de ellos lo que para mi orgullo son. Tres generaciones de lasallistas damos testimonio de la obra del Colegio Ignacio Zaragoza, colegio invicto y triunfante...

Luego entré a dar clases en la Universidad. ¡Qué alta distinción! Quienes ahora la tienen deberían estimarla en lo que vale. Fui profesor, primero, en el Ateneo glorioso. Llegué -¡hazme el favor!- como suplente del maestro Ildefonso Villarello, que había dejado algunas de sus clases para desempeñar un cargo universitario. Fue él mismo quien me recomendó para sustituirlo en esos cursos, pues había sido yo su alumno en la Preparatoria. Luego di clases en la Escuela de Leyes, y en la de Ciencias de la Comunicación.

Durante 40 años el magisterio fue mi vida. La del maestro es una hermosa vida. No la extraño, sin embargo. Las conferencias que doy son como clases, y al dictarlas me siento un poco profesor. Extraño, sí, el mundo de la academia; el trato con otros profesores y -sobre todo- la comunicación con los alumnos. Su juventud hace joven a quien con ellos trata.

En el camino de la vida no hay regresos. Jamás pasarás otra vez por donde ya pasaste. Pero si existiera la reencarnación me gustaría ser otra vez un profesor.

La vida del maestro influye en muchas vidas. En ellas el maestro sigue viviendo. Ahora que lo pienso, ser maestro es otra forma de reencarnar.

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