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Julio 31, 2019 18:48 hrs.

Alfonso Aya › mundoejecutivocolombia

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Don José María Acevedo nació en 1919, hace 100 años fue el segundo hijo de la familia formada por Pastor Acevedo y María Alzate y vivía rodeado de cariño, pero también de carencias económicas en una ciudad como Medellín que para ese momento tenía más de campo que de urbe.

Su padre, un carpintero que trabajaba con quien pudiera, apenas ganaba para llevar a la casa lo esencial, y ellos, los cuatro hijos de esa familia, crecieron entonces con la visión que da habitar un mundo humilde, donde estudiar y tener oportunidades de alcanzar lo que se sueña era ya una fortuna.

Josema, como le decían, no parecía ser un niño, afirmaban las señoras del barrio. Desde pequeño la seriedad y la compostura formaban parte de su comportamiento. Mientras sus hermanos jugaban en la calle con sus vecinos, don José María acompañaba a su padre a donde él tuviera que ir.

Pero ese papá maestro, ese hombre que despertaba todo el amor, el respeto y la inspiración, se enfermó, y ese fue quizás el primer obstáculo que la vida le llevaría a superar. La incapacidad de trabajar de su padre y la certeza de que su muerte estaba próxima, eran realidades contundentes que impulsaron a Don José a que se preguntara lo que un hombre a esa edad ni siquiera intuye.

Empezó a trabajar a los 10 años recogiendo naranjas en el solar de su casa para venderlas a los albañiles en los lugares donde su padre instalaba las puertas y las ventanas. Luego, al cumplir 15, se empleó como mensajero en un almacén eléctrico y allí aprovechaba sus ratos libres para aprender de reparaciones viendo a uno de los ingenieros que trabajaba en el taller y que siempre quería ocultarle los detalles de su trabajo.

Sin embargo, Don José María resultó ser tan buen observador, que cuando el técnico enfermó, consiguió reemplazarlo y demostrar que se le daba muy bien la ingeniería eléctrica.

José María continuó trabajando como ayudante hasta 1940, cuando a los 21 años decidió abrir su propio negocio de reparaciones en un modesto garaje del centro de la ciudad: el Taller Eléctrico Medellín. Un asistente de 12 años, un alicate y dos destornilladores, fueron suficientes para poner a andar la pequeña fábrica.

Desde entonces, José María no ha dejado de definirse como un obrero capacitado, porque ni antes ni ahora ni nunca, ha tomado distancia de la producción de su fábrica. Desde ese momento inicial en el que era su propio trabajo, el de sus manos sumado al del ingenio de una mente que es capaz de construir, de armar o desarmar artefactos, que le daba la posibilidad de ganarse la vida y los pesos suficientes para pagar aquello a lo que se había comprometido con sus hermanos en el momento de la muerte de su padre –deshipotecar la casa–, hasta hoy, cuando aún él mismo asesora prototipos de lo que puede ser una mejora para un producto Haceb.

Años más tarde, decidió también forjar una familia, una como la que le habían dejado de ejemplo y herencia sus padres; así, un 22 de agosto de 1958, contrajo matrimonio con María Baldomero García.
Lo que comenzó como un amor de pareja, poco tiempo después dio fruto a una gran familia conformada por 5 hijos, Rosa, Inés, María Elena, Fabiola y Eduardo, estos dos últimos fallecidos, a sus hijos les entregó todo siempre, lo que sus padres le regalaron a él: una educación marcada por la honradez y la inteligencia, la justicia, la rectitud y el respeto por los demás.

Con los años llegaron los nietos, Juan Carlos, María Luisa, Isabel, Elena, Ana y Sergio, jóvenes que han labrado su camino, siguiendo las enseñanzas que la experiencia de su abuelo ha podido entregarles.

Hoy, en su centenario, Don José María goza de una maravillosa familia, pues a pesar de haber enfrentado la pérdida de dos de sus hijos, la alegría mayor hoy corre por cuenta de la sonrisa inocente de Emilio, su bisnieto, su adoración.


Sus pasiones
El ajedrez ha sido su pasión desde niño, aún recuerda que a los 10 años se lo vio a una persona que trabajaba como carpintero con su papá e inmediatamente le inquietó y quiso saber qué era, fue tanto su deslumbramiento que aprendió a jugarlo y aún lo hace, pero no sólo para divertirse le ha servido el ajedrez, también para encontrar su propio arte como empresario y diseñar estrategias a su medida, interpretando muy bien las jugadas del entorno y haciendo su propia apuesta.

Otra, de sus grandes pasiones, es la ópera. Don José María la escucha en su casa, porque tiene una importante colección de discos, pero también lo hizo años atrás en los principales teatros del mundo a donde viajaba con familia y amigos, a escuchar los más importantes exponentes de este género. Y es que, desde los 15 años, cuando un señor leregaló un disco, La Bohemia, de Puccini, le sonó bien, así que lo cautivó. Además, recuerda que curiosamente su mamá cantaba La Traviata en español porque la había oído de una Compañía que había venido a Medellín.

El José María empresario de hoy que se sigue apasionando con sus edificios donde están asentadas sus plantas, grandes construcciones hechas a imagen y semejanza suya, ha aprendido muchas cosas con el tiempo y la experiencia, pero en esencia es el mismo hombre que su padre educó para ser honrado, honesto, para servirles a las personas, para extender la mano y dar, para ser justo y recto, para respetar a los demás, pero además es el empresario que su propia vida forjó y que hoy sabe que para triunfar hay que trabajar y que la mejor manera de hacerlo, en este tiempo donde hay tantas cosas al alcance de la mano y resueltas, es ser ingenioso y capacitado para mejorarlas.

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Don José María, el empresario más longevo de Colombia a los 100 años despacha desde su oficina

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