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Enero 19, 2014 15:55 hrs.

Ileana Ruiz › diarioalmomento.com

Cultura ›


La vida de Edgar Allan Poe (19 de enero de 1809-octubre 1849) fue un breve relato de misterioso arraigo en el gusto universal.

Suele ocurrir que cuando una está leyendo algunos textos científicos o literarios por el insoslayable deber de hacerlo se sorprende gratamente por llamados a pie de página que son mejores que la lectura inicialmente emprendida. Algunos tienen meandros y múltiples canales activos e inactivos realmente extraordinarios. Otros son pinturas al cálido que desautorizan la intención de abandonar la lectura “y admiro más, desde luego/ tu lejanísimo fuego/ que esa otra luz, más fría, más cercana”.

Estas notas al pie en la vida de una son reflejo de extraña sabiduría y complejidad. Son como encontrar un nenúfar en mitad del firmamento mientras se pescan estrellas o un lucero en las profundidades insondables de la laguna de los espantos. Apuntillan datos, fechas y nombres exóticos, hablan de territorios sin cifrar o interpelan la inteligencia mientras se busca una oportuna respuesta. Y es que “¿Deseas que te amen?/ No pierdas, pues, el rumbo de tu corazón/Sólo aquello que eres has de ser/ y aquello que no eres, no”.

Estos reflejos orientan por trochas y caminos para que una no se pierda en sus merodeos sonámbulos; son como un “Manuscrito encontrado en una botella”: brindan la oportunidad de recorrer senderos por los que una no se aventuraría sola por temor a caerse al toparse de frente con un acertijo melódico que si bien se disfruta no se comprende.

Hay autores universales que una trata como personas amigas: invitan a dejar de lado la cordura y sensatez, a dejarse de aspavientos e inventos superlativos, a beberse la vida a sorbos y no ahogarse en una lágrima, a participar en akelarres y lunadas pero con los dedos cruzados por si acaso, a invocar espíritus extraterrenos con los pies bien puestos sobre un firme suspiro… “¿Pero es acaso menos grave que la esperanza se acabe de noche o a pleno sol, con o sin una visión? Hasta nuestro último empeño es sólo un sueño dentro de un sueño”.

Definitivamente, quienes ya han cruzado las áridas estepas del desengaño, quienes ya han sufrido la muerte prematura del ser amado, quienes ya han intentado perderse en un relato y descartar cualquier otro modo de vida, evitan que una caiga en improcedencias e impiden que el transcurrir de los días y noches sea más aburrido que una plana de trescientas sesenta y cinco líneas, o más ridículo que error ortográfico en la propia existencia.

Por eso, cada cierto tiempo y como homenaje al canto cabalístico y tremebundo, hay que regresar al Poe de origen pobre, al Allan abandonado a su suerte, al Edgar que sigue al pie de la letra escribiendo una nota en cada una de las páginas no impresas jamás de un The Stylus que siguen sucediéndose como reto en este deambular transitorio y sin orden alfabético.

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Edgar Allan Poe: sus cuentos son notas al pie en muchos relatos vitales

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