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Febrero 19, 2021 00:03 hrs.

Carlos Ravelo Galindo › diarioalmomento.com

Política ›


Carlos Ravelo Galindo, afirma:

El robo y comercio de bienes patrimoniales de México, siguen
igual nos informa, en y con detalle, el historiador don José Antonio
Aspiros Villagómez.

Cabe preguntarse en qué medida los mexicanos hemos sido
cómplices de los ladrones, o peor aún, los saqueadores mismos.

Sería imposible intentar en este breve espacio una relación
siquiera superficial de hechos que dieran respuestas positivas a tales
interrogantes.

Desde el siglo pasado los periódicos están llenos de noticias y
nombres.

Es tenaz en compartirnos sus descubrimientos, cuando nos
platica que Impunemente, a la luz del día, valiosos tesoros
prehispánicos robados a México en algún momento y exportados
seguramente con complicidad local, fueron vendidos al mejor postor el
9 de febrero en la casa de subastas Christie’s de París y el gobierno de
México no pudo evitarlo.

Las leyes mexicanas prohíben comerciar con el patrimonio
arqueológico, mientras que las leyes francesas lo permiten.

Con pandemia y lo que sea, el caso indignó a las autoridades
culturales mexicanas, en especial a los arqueólogos, a pesar de que
esta no es la primera ocasión en que ocurren tales agravios. Nuestras
autoridades buscaron evitar la subasta, pero sin éxito porque no hubo
apoyo del gobierno francés.

Hace 37 años escribimos un artículo al respecto y, salvo las
cifras, el panorama sobre estos latrocinios no ha cambiado. Nuestro
libro Los dioses secuestrados (Sedena, 1987) también trató del tema.

De hecho, el saqueo en el actual territorio mexicano comenzó hace
500 años con la conquista, y el comercio de bienes patrimoniales, en
el siglo XIX.

En 1982 publicamos un reportaje sobre los códices que se
salvaron de la destrucción durante la conquista española, y dónde se
encuentran. La mayoría de ellos en el extranjero. Ese trabajo mereció
una mención honorífica en el XIV Certamen del Club de Periodistas de
México (1984) y, tras recibirla, expusimos lo siguiente en la misma
revista, En Todamérica, acerca de esta actividad ilícita:

’Uno se puede pasar horas y días enteros leyendo historias
sobre saqueo arqueológico; hacerlo durante años y la vida entera, y el
tema seguirá siempre actual, sin una solución efectiva,
inevitablemente rodeado de ladrones del patrimonio cultural del Tercer
Mundo.

’Aquel reportaje sobre los códices donde decíamos que el
Tonalámatl Aubin recuperado por México, era apenas uno de los 500
documentos similares existentes en el extranjero, robados a nuestro
país, señalaba el equivalente a sólo una gota de agua en el océano de
hurtos que ocurren en las naciones más indefensas.


’Mientras los territorios que alguna vez fueron colonias de
potencias explotadoras, buscaban su nueva fisonomía al precio de
luchas intestinas, los pillos de Europa y Estados Unidos aprovechaban
para saquear las zonas arqueológicas.

En tanto esos mismos pueblos soportaban dictaduras -a veces
impuestas desde fuera- o pugnan por superar el subdesarrollo;
mientras procuran pan, letras y salud cotidianos, o se desgarran para
pagar su deuda externa, otros vienen de fuera, se llevan sus tesoros y
los venden mediante lujosos catálogos de circulación clandestina (NA:
y pública después) en Nueva York, Zurich o París.

’Leemos en una publicación alemana que los comerciantes
occidentales de arte se abastecen en el Tercer Mundo como en una
tienda de autoservicio. Según ciertos cálculos, habrían sido sacadas
ya de contrabando, de nuestros países, unos 30 millones de piezas
artísticas de todas las épocas.

’Los ladrones se defienden, lo mismo que sus clientes. Alegan
que los gobiernos nada hacen por conservarlas, catalogarlas y
exhibirlas; que el pueblo no les concede su verdadero valor artístico; y
en cambio ellos, los saqueadores, llevan las piezas a museos donde
se les da la estima adecuada; o van a dar a las colecciones privadas
de cultísimos millonarios. Eso dicen.

’Preocupa mucho que cada año salgan de México y
Centroamérica objetos prehispánicos valorados en más de diez
millones de dólares, los cuales llegan a galerías de arte donde se
rematan en subastas públicas.

Los clientes estadounidenses se benefician con estímulos
fiscales cuando poseen en sus colecciones estas obras, o las donan
’generosamente’ a los museos.

’Duele también leer en las muchas fuentes documentales donde
esto es posible, cómo el saqueo en México se inició al triunfo mismo

de la sanguinaria conquista por los españoles, cuando Hernán Cortés
envió objetos a sus reyes; el primer virrey Antonio de Mendoza mandó
a Madrid 69 códices, los robaron en alta mar piratas franceses y
actualmente están en Oxford.

La historia de este saqueo no se ha interrumpido.

Reitera el escritor ’Cabe preguntarse en qué medida los
mexicanos hemos sido cómplices de los ladrones, o peor aún, los
saqueadores mismos. Sería imposible intentar en este breve espacio
una relación siquiera superficial de hechos que dieran respuestas
positivas a tales interrogantes. Desde el siglo pasado los periódicos
están llenos de noticias y nombres…’

Hasta aquí un fragmento del artículo de 1984 y apenas un
esbozo de la magnitud del problema, ya abordado por el tecleador en
varias ocasiones, incluidas explicaciones de por qué es importante
para la investigación estudiar ’in situ’ esos objetos antiguos y
preservarlos, mientras que para los coleccionistas sólo son obras de
arte que apuntalan su vanidad, y un gran negocio para las impunes
casas de subastas.

Las ventas del día 9 fueron por un equivalente de más de 60
millones de pesos.

craveloygalindo@gmail.com

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El saqueo sigue. Leamos a un experto

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