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Febrero 08, 2017 14:21 hrs.

Susana Vega López › diarioalmomento.com

Biografías ›


MASTRANTO, SLP.- Región desértica, árida, es Mastranto, un pequeño poblado localizado al pie de la Sierra Madre Occidental perteneciente al municipio de Catorce, San Luis Potosí, donde año tras año los huicholes viajan para encontrarse con su planta sagrada: el peyote, una cactácea de forma esférica dividida en gajos con pocas y diminutas espinas, con raíz en forma de cono.

Los wirrárikas (wixárika) o huicholes la utilizan en sus ceremonias espirituales y la consumen para entran en un estado de embriaguez, de ensueño, para trascender de lo mundano al lugar donde habitan los dioses porque contiene mescalina, sustancia que los estimula y les permite ese trance de revelación.

Fecha trascendente para los huicholes fue el sábado cuatro de febrero de 2017 porque diferentes étnias de Nayarit (norte y sur) y Jalisco (alto y bajo), se dieron cita en Mastranto para defender esa tierra sagrada que es amenazada por una empresa minera canadiense que pretende explotar la zona que, dicen, contiene oro y plata.

Por primera vez, la ceremonia fue abierta a público en general para que esta lucha –a la que se sumaron miembros de la iglesia católica- se gane e invalide el permiso que otorgaron las autoridades a extranjeros de explotar las minas codiciadas.

Don Antonio Ramírez, habitante del lugar, afirmó que interpusieron un amparo para que no entre la minera. ’Ahora estamos realizando todos los trámites para ceder un terreno con el fin de que los huicholes tengan un lugar donde puedan pernoctar’ para lo cual se puso de acuerdo con Don Esteban, el guardián en turno quien, por cierto, recibió a los asistentes con un regalo: el Ojo de Dios.

Desde el viernes por la noche llegaron los wirrárikas portando sus trajes, la mayoría blancos, confeccionados por ellos mismos, con bordados de punto de cruz donde plasman coloridos estampados como grecas, animales (principalmente el venado), aves (águilas) y flores.

El sombrero es una prenda especial que adornan con elementos que aprovechan de la naturaleza como las puntas de una planta que al secarse se tornan duras y que con el andar trae paz porque el sonido que producen estos y otros colgantes que usan, los alegra y relaja. Además, las plumas que una a una cosen, vuelan con el aire lo que ’nos da la sensación de libertad’, comenta un huichol.

Afirma que tardó cuatro años en terminarlo porque le gusta hacer sus cosas a la perfección. ’Cada quien crea e imagina el terminado por lo que si no queda como lo pensamos, lo deshacemos una y otra vez hasta que logramos que quede como bien’. Además, no faltan los morrales típicos bordados hábilmente y adornados con pompones que cuelgan.

Sus pies, calzados con huaraches de cuero, cubiertos de tierra, dejan ver las grietas marcadas por tanto caminar en el desierto, por ese peregrinar constante para llegar a la tierra sagrada que les permite tener una experiencia mística.

Su mirada es de desconfianza hacia los extraños que, al llegar, firmaron y pusieron sus datos en un cuaderno para apoyar la causa. Los menos, llegaron para prepararse, para aprender, para observar y llevar el mensaje que les permita ser conducto de sanación; los más, acudieron sólo por curiosidad, para vivir una experiencia diferente, para probar el peyote.

Procedente del Estado de México, en un lugar cercano a Las Pirámides de Teotihuacán, llegó Jonathan, un guía chamán, temazcalero, estudioso de la medicina tradicional que ofrendó pulque, bebida que degustaron durante la ceremonia mística. Algunos llevaron fruta, dulces, veladoras, piedras, ramas, y guajes, entre otros regalos.

El maracame nayarita, Rosendo, encabezó la ceremonia, junto con el gobernador y el segunda voz. Ellos fueron los elegidos para estas tareas donde el fuego siempre estuvo siempre presente porque ’es el único elemento que no ha sido contaminado; ya se contaminó la tierra, el agua, el aire pero ¿quién puede contra el fuego?, ¿quién lo enfrenta?, en cambio, el fuego les revela los misterios a través de mensajes. Al lado de ellos se sentaron los sacerdotes católicos.

La ceremonia fue un sincretismo que comenzó con el ritual huichol y en una pausa acordada, le siguió la misa católica que se ofició en un altar improvisado en el que resaltaron tres imágenes: la de Jesucristo, la de la Virgen de Guadalupe, y la de San Isidro el Labrador, patrono del pueblo.

Terminada la Eucaristía los jefes huicholes continuaron con sus cantos y expresiones. Más tarde sucedió el climax: el sacrificio de un becerro que recordó la sangre derramada de Jesús y que causó gran dolor a los presentes porque ’nosotros también sufrimos con esta ofrenda necesaria para bendecir, con la sangre, el ritual’, así como sus pertenencias, y a la madre tierra.

Al final del ritual, el maracame Rosendo concedió realizar limpias ayudado por un instrumento hecho con un palo terminado en punta adornado con plumas que llaman muvieri.

Durante la ceremonia –que duró toda la noche- se consumió peyote a pequeñas mordidas, gajo por gajo; aguamiel, coca cola, chocolate, macuche (un tabaco que siembran ellos mismos, sin químicos), y tejuino, una bebida refrescante de maíz fermentado.

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El encuentro con el Peyote, la planta sagrada

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